Opinión

La balanza del poder vuelve a inclinarse en Hamás

Ismail Haniya capitaneaba la facción posibilista de Hamás, pero su influencia se había deshinchado ante el fanatismo de Yahya Sinwar

  • Combatientes del brazo militar de Hamás, las Brigadas Ezzedin al-Qassam -

A las dos de la madrugada del día 31 de julio, una deflagración acababa con la vida de Ismail Haniya, el líder político de Hamás, en plena capital de Irán. Se trataba de una operación notablemente elaborada por parte del Mossad, el servicio secreto exterior de Israel. A pesar de que tanto Hamás como el gobierno iraní hablaban de un ataque aéreo, The Times y el New York Times revelarían que los responsables fueron miembros de la propia unidad de seguridad Ansar al-Mahdi, dentro de la Guardia Revolucionaria Iraní, que habían sido reclutados por los israelíes y que, meses atrás, ocultaron explosivos en tres habitaciones del complejo protegido donde se hospedaba Haniya –tras haber asistido a la toma de posesión del nuevo presidente-, para luego detonarlas en la distancia y abandonar el país de manera prudencial.

Mientras el alto mando israelí lanza insinuaciones que parecen confirmar esta teoría –sin aceptar abiertamente la autoría del hecho, como suele ocurrir- y Teherán, previsiblemente, emprende una rabiosa investigación para tratar de descubrir a los traidores en su seno, muchos periodistas a lo largo y ancho del globo se preguntan si esta liquidación va a provocar un gran conflicto regional entre Irán e Israel. Pocos, sin embargo, se centran en la figura del muerto.

Ismail Haniya era un hombre cuyo perfil recordaba al de un osezno: grueso, de cara redonda, con barbita y pelo cortos y blancos. Era también un hombre controvertido, representativo del hecho (más bien desconocido) de que Hamás encierra dos almas, dos lobos de pelaje muy distinto, que pugnan por dirigir los designios de la banda.

Del campo de refugiados a la universidad

Antes de lanzarnos a relatar su vida y obra, convendría que aquellos lectores que deseen conocer en detalle el funcionamiento de Hamás –cosa que recomiendo encarecidamente- se informen de ello pinchando aquí. Haniya pasó por todas las fases que atravesó la organización, como una suerte de mariposa que supera varios ciclos vitales. El dirigente había nacido en el campo de refugiados de Al-Shati, donde, casualmente, vivía también el que más adelante sería conocido como Jeque Yassin, el célebre líder supremo de barbas blancas y voz aguda que, aun estando paralítico, fundaría y dirigiría Hamás en los ochenta. La familia de ambos, de hecho, había tenido que desplazarse allí cuando las tropas israelíes vaciaron de árabes la aldea de Al-Jura durante la guerra civil del 47-49, un conflicto donde ninguna de las partes destacó precisamente por su benevolencia.

Antes incluso de la fundación de Hamás, el joven Haniya militaba como fundamentalista en la Universidad Islámica de Gaza. Recordemos que, durante los años setenta, el movimiento islamista recibía un generoso estipendio por parte de la autoridad militar israelí, dado que se enfrentaba a la poderosa Organización por la Liberación de Palestina, que agrupaba a las guerrillas laicas contra Israel. Al fin y al cabo, el yihadismo como tal aún no existía, y los israelíes se cuidaban de infiltrar informantes al tiempo que pagaban las facturas. Financiar a los islamistas era una estrategia de bajo riesgo y, de hecho, era una que también seguían los gobiernos de Egipto y Argelia.

La situación, sin embargo, cambió en 1987, cuando estalló la Primera Intifada. Hamás no sólo nació como grupo (y comenzó a derramar sangre para el 89) sino que, gracias al aparato de contrainteligencia que había creado antes incluso de su nacimiento, pudo pasar a cuchillo rápidamente a los informantes que albergaba en su seno. Haniya, mientras tanto, participaba de las famosas protestas de la Primera Intifada (donde los manifestantes tiraban piedras y el ejército les respondía con balas) y, desde el comienzo, ligó su destino al de la banda. Sus ansias de rebeldía existencial fueron recompensadas con varias estancias en la cárcel, hasta que finalmente acabó siendo deportado a Líbano junto a otros dirigentes, a modo de castigo colectivo, en 1992.

Los iraníes, que consideraban a Israel su enemigo histórico, no tardaron en entrenar a aquellas bandas en una técnica desconocida hasta entonces: el atentado suicida

Aquellas deportaciones fueron probablemente uno de los ejemplos más claros de lo que no debe de hacerse en Contrainsurgencia. El resultado de las mismas fue poner a la cúpula de Hamás y de Yihad Islámica Palestina (grupo igualmente fundamentalista y amigo de la violencia) directamente a manos de la Guardia Revolucionaria iraní que –cosas de la guerra civil libanesa- controlaba por aquel entonces el Valle del Bekáa. Los iraníes, que consideraban a Israel su enemigo histórico, no tardaron en entrenar a aquellas bandas en una técnica desconocida hasta entonces: el atentado suicida.

Fue durante aquella suerte de exilio didáctico que Ismail Haniya conoció al Jeque Yassin: para 1997, se había convertido en su secretario personal, y su carrera política acababa de despegar. Lo cierto es que aquel Hamás primerizo no era amigo de medias tintas: su carta fundacional negaba cualquier negociación, predicaba abiertamente el exterminio de los judíos y les acusaba, de hecho, de haber provocado la Revolución Francesa y las dos guerras mundiales. De este modo, cuando la Primera Intifada desembocó en los Acuerdos de Oslo de 1993 (un hito histórico en el que Israel se comprometía a liquidar la ocupación y la OLP reconocía su legitimidad como país), el Jeque Yassin se encargó de aplicar las sabias enseñanzas de los iraníes y envió a sus terroristas suicidas a volar por los aires el proceso de paz –literalmente-, haciendo estallar autobuses israelíes; categoría que incluía autobuses escolares.

Fue así como las relaciones entre unos y otros volvieron a deteriorarse y a la Primera Intifada le siguió una segunda a partir del año 2000. Hamás y Yihad Islámica Palestina (a las que se sumaron no pocos grupos laicos que la OLP ya no podía controlar) enviaron oleada tras oleada de terroristas suicidas para inmolarse en los cafés y discotecas de Jerusalén o Tel Aviv, al tiempo que el ejército israelí realizaba bombardeos cada vez más indiscriminados: tanto fue así que 27 pilotos firmaron una carta en la que se negaban a perpetrarlos. “La gente quiere venganza, pero no deberíamos comportarnos así”, declararía más tarde uno de ellos. “No somos una mafia.”

Decididamente, el 2003 fue un año turbulento. Haniya era ya uno de los principales ayudantes del Jeque Yassin: es él, de hecho, quien aparece en la célebre fotografía que muestra a un asistente sujetando un teléfono móvil a la altura de la cabeza del líder tetrapléjico. Compartía, por ello, la amenaza de muerte que pendía sobre el Jeque como una espada de Damocles. Ese mismo año, ambos escaparon de un edificio gazatí segundos antes de que este fuera bombardeado por la fuerza aérea. Un año más tarde, la suerte del Jeque –que había proclamado que “si viera venir el cohete, saltaría y lo abrazaría”- acabó por agotarse. Sus guardaespaldas empujaban la sempiterna silla de ruedas a la salida de una mezquita de Gaza cuando un enjambre de helicópteros Apache –que se aproximaron bajo la cobertura del ruido de unos cazas lejanos- apareció de la nada y derramó sus misiles Hellfire sobre el lugar. Con el Jeque muerto en medio de un charco de sangre, Haniya, que cada vez era más conocido y popular gracias a sus apariciones mediáticas, fue invitado entonces a formar parte de una dirección colegiada secreta dentro del grupo.

Explorando la vía política

La Segunda Intifada se desinfló a partir del 2005 cuando ambos bandos, exhaustos, se dignaron a hacer concesiones. Las bandas palestinas abandonaron a partir de entonces el atentado suicida, que se volvía cada vez más complicado de ejecutar desde que Israel construyera un muro alrededor de sus territorios, y que arruinaba su imagen de cara al extranjero. Por su parte, el primer ministro Ariel Sharon puso fin a la presencia israelí en la Franja de Gaza. Esto dio alas a un proyecto que Haniya rumiaba desde hacía tiempo.

Ya en los años noventa, Haniya había propuesto que Hamás se metiera en política; sus ideas habían sido rechazadas. En 2006, sin embargo, la OLP convocó elecciones en territorios palestinos (no lo hacía desde hacía una década por miedo a perder el poder), y su desastrosa campaña al son de Revolution de Los Beatles, unida su pésima gestión del territorio y a la inusitada brillantez de las tácticas electorales de los fundamentalistas, dio un vuelco al tablero político: Hamás, en un resultado que ni siquiera se esperaban sus propios dirigentes, obtuvo la mayoría en el parlamento palestino. De la noche a la mañana, Ismail Haniya se había convertido en Primer Ministro.

Haniya se enfrentaba ahora a un dilema. Como otros dirigentes del ala pactista de Hamás, era partidario de la negociación bajo la mesa; pero no podía permitirse renunciar públicamente a la destrucción de Israel ante las bases del partido (y ante sus rivales dentro del mismo). Esta controvertida postura provocó, en primer lugar, un duro bloqueo israelí sobre la Franja y, en segundo, una escalada de fricciones con la OLP, que retenía la Presidencia: el territorio palestino hirvió como un caldero de tiroteos, palizas, manifestaciones y ajustes de cuentas hasta llegar al punto de ebullición en verano del 2007. Ambos bandos se habían acusado de estar planeando un golpe, cosa que no dejaba de sonar verosímil, particularmente cuando Hamás acumulaba armamento iraní de forma masiva y cuando la OLP, como expusieron la revista americana Vanity Fair y el diario israelí Haaretz, colaboraba con Washington para recibir armas y entrenamiento a fin de poder deshacerse de sus rivales fundamentalistas.

Finalmente, fue Hamás quien dio el primer paso y perpetró el golpe. Fueron días de violencia y venganza, con militantes ejecutados en sus camastros de hospital o lanzados desde las alturas de una torre. Entre los años 2006 y 2007, cayeron en torno a 650 palestinos. Y cuando se disiparon el polvo y la pólvora, Gaza había quedado bajo control de Hamás mientras que Cisjordania seguía en manos de la OLP.

Tanto fue así, no obstante, que facilitó que los elementos más duros del grupo retomaran la violencia, ahora en forma de lluvias de cohetes Qassam o Grad (estos últimos, iraníes), que caían sobre los asentamientos judíos vecinos

Haniya, por tanto, tenía que gobernar Gaza; y aquello no era tarea fácil. Más allá de la clásica batería de restricciones conservadoras propias de los fundamentalistas (que Hamás impuso cuando pudo, pero nunca llegó a forzar sobre la población civil cuando encontró resistencia), los gobernantes de la Franja tenían que enfrentarse al bloqueo militar israelí, que restringía desde alimentos a materiales de construcción. De acuerdo con los documentos americanos revelados por Wikileaks en 2011, los propios funcionarios israelíes admitirían que el bloqueo continuado buscaba "mantener la economía de Gaza al borde del colapso sin empujarla del todo hacia el abismo". La brutalidad del bloqueo logró –como probablemente pretendía- desgastar la popularidad de Hamás. Tanto fue así, no obstante, que facilitó que los elementos más duros del grupo retomaran la violencia, ahora en forma de lluvias de cohetes Qassam o Grad (estos últimos, iraníes), que caían sobre los asentamientos judíos vecinos; o sobre la granja de algún palestino infortunado cuando fallaban en su trayectoria. La respuesta israelí consistía invariablemente en bombardeos o incursiones que, al final del día, resultaban notablemente contraproducentes, dado que sólo servían para restaurar la popularidad de la banda.

Este patrón pudo verse una y otra vez durante las breves pero sangrientas operaciones de castigo que el ejército israelí emprendió contra el enclave en 2008, 2012, 2014 y 2021. El segundo patrón, igualmente preocupante, era que los civiles palestinos parecían estar convirtiéndose cada vez más en una fatalidad tolerada por el alto mando israelí. Esto no es mera suposición: en la actualidad, varios oficiales de Inteligencia israelíes confirmaron en abril que el ejército permite actualmente la matanza de una veintena de civiles si con ello acaba con la vida de un militante de bajo rango de la banda; si se tratara de un alto cargo, el número de civiles sube hasta el centenar.

A pesar del intercambio de fuego, por otra parte, parecía que la opinión de los moderados como Haniya predominaba cada vez más dentro del grupo: se hablaba de rechazar la fanática carta fundacional y entablar negociaciones, aunque Tel Aviv no parecía estar por la labor. ¿Cómo fue posible, entonces, que el 7 de octubre del 2023 la banda diera un giro de 180 grados y capitaneara el tercer peor ataque terrorista de la Historia, matando a 1225 israelíes, de los cuales el 66% eran civiles que fueron asesinados en casas, calles o conciertos?

El “carnicero de Khan Younis”

La clave se encuentra en lo ocurrido durante el año 2017. Fue entonces que el status de Haniya volvió a cambiar. Hasta entonces, la dirección política del grupo corría a cargo de Khaled Meshaal, un moderado que era una leyenda viva del partido a pesar de haber visitado Gaza por primera vez en 2012.

Meshaal ya conocía de cerca la política de asesinatos selectivos del Mossad. En 1997, en Amán, había sido interceptado en plena calle por dos agentes que rociaron su oreja con un potente veneno, en una versión algo extemporánea del Hamlet de Shakespeare. Pero los agentes fueron apresados y el rey jordano montó en cólera, amenazando con ejecutarlos. El presidente americano Bill Clinton, padre de los Acuerdos de Oslo, intervino para mediar, y el Primer Ministro israelí (que era, irónicamente, el mismo Benjamin Netanyahu) hubo de suministrar el antídoto a regañadientes, aparte de liberar a cincuenta prisioneros palestinos; entre los que se encontraba, irónicamente, el afamado Jeque Yassin.

Leyenda viva o no, para 2017, Meshaal estaba empezando a disgustar a sus camaradas gazatíes por su empeño en reconciliarse con la OLP, y esto resultó en una nueva ronda de sillas musicales de la que Haniya salió elegido para sustituirle en el puesto. Esto iba a alterar el equilibrio de poderes dentro de Hamás de forma incalculable. Porque, con la partida de Haniya, la dirección del gobierno de Gaza iba a ser ocupada por un hombre muy particular.

Yahya Sinwar podía tener el mismo pelo y barbita cortos y canos que Haniya, pero su faz (así como sus ideas) era bien distinta. Unas abultadas ojeras resaltaban en medio de su cara enjuta, rematada por una débil papada y marcada por dos cejas que parecían dibujadas con rotulador y unas orejas que saltaban a la vista. Sinwar conocía a Haniya desde los ochenta, y había sido uno de los organizadores de Al-Majd, el servicio de contrainteligencia que hizo desaparecer a los informantes palestinos de Israel. Cuando fue encarcelado en el 89, confesó, entre otras cosas, haber estrangulado personalmente a dos de ellos. Esta reputación -reflejada en el apodo que le dieron sus enemigos, el “carnicero de Khan Younis”- le acompañaría hasta prisión, donde se convirtió en la figura que interrogaba a otros reos para destapar posibles traiciones.

Sinwar fue liberado en 2011 en medio de un intercambio más bien desigual: un soldado israelí capturado por 1027 presos palestinos. Ya de vuelta en Gaza, se convirtió en asistente de Haniya, y ambos se reforzaron mutuamente dentro del escalafón político. En 2017, en las elecciones secretas celebradas dentro del grupo, Sinwar ocupó el antiguo puesto de Haniya mientras este era catapultado a las alturas de la dirección política. Pero Sinwar no podía ser más distinto a Haniya. Duro y puritano, era un “halcón”, amigo de la guerra como herramienta, centrado en la seguridad interna y alineado con las brigadas armadas del grupo en Gaza. Su alianza con el malogrado general Soleimani (el padrino iraní de las bandas afines a Teherán) aseguró que, una vez más, Irán le proveyera de armas y entrenamiento.

Sinwar tuvo un inusitado golpe de suerte: un acuerdo entre Israel y Qatar permitió que esta última financiara a Hamás en Gaza con cientos de millones a lo largo del tiempo

Fue en 2020 -el mismo año en que Soleimani era fulminado por un misil americano- que Haniya partió al extranjero en el desempeño de su nuevo cargo, alternando entre Turquía y Qatar; al menos hasta que los turcos le pidieron que se marchara y les ahorrara el engorro diplomático. Este periplo internacional, no obstante, debilitó la influencia de Haniya sobre Gaza; todo ello mientras crecía el poder de la facción militarizada de Sinwar.

Porque Sinwar se alejaba cada vez más de Haniya, de la dirección política del grupo y del resto de bandas palestinas. La suya era una taifa militarizada, impulsada por un fanatismo febril y encallecida por el sufrimiento que se vivía a diario en sus calles. En 2018, Sinwar tuvo un inusitado golpe de suerte: un acuerdo entre Israel y Qatar permitió que esta última financiara a Hamás en Gaza con cientos de millones a lo largo del tiempo. El Primer Ministro israelí Netanyahu buscaba domesticar a Hamás con dinero (ajeno), dado que, al fin y al cabo, nadie quería un vacío de poder en Gaza. Su servicio de Inteligencia se mostraba más bien escéptico ante el pacto.

A un año de los ataques, Sinwar se esmeraba en hacer todo lo posible por convencer a Israel de que Hamás había renunciado a una solución violenta por impracticable, de forma que los entrenamientos de milicianos –que incluían modelos a escala real de asentamientos y cuarteles- más parecían el típico intento de sacar pecho ante las bases que una amenaza real a ojos de la Inteligencia israelí. Hamás no lanzó cohetes en ese periodo; tal fue su mansedumbre que desató las críticas de algunos de sus seguidores. Parecía estar centrada en la gestión y la economía, no la guerra. Sin embargo y al mismo tiempo, el Modatz, el servicio de Inteligencia de Hamás, acaparaba una cantidad de información sobre sus enemigos absolutamente inimaginable; incluyendo acceso a las cámaras de seguridad israelíes en pueblos y carreteras. No en vano Sinwar había destacado en este departamento en el pasado.

Es difícil saber si Haniya estuvo al tanto de lo que su camarada de partido preparaba para el 7 de octubre del 2023. Sólo un puñado de comandantes estaba al tanto de los planes de Sinwar –por motivos de seguridad-, y es improbable que alguien como Haniya, pese a ser el líder nominal del Politburó, fuese considerado por los “duros” como una buena opción. Poco importó esto: cuando llegó el momento en que los milicianos arrollaron las defensas israelíes –con instrucciones escritas de “matar a todas las personas y tomar todos los rehenes que sea posible”– los dirigentes de Hamás, moderados o no, hicieron lo que siempre se hace en la banda: cerraron filas y fingieron formar parte del plan. En Hamás, la imagen de la organización predomina por encima de la de sus líderes, y Haniya no fue la excepción.

Se consuma así el proceso que ya se inició en 2017: quien dirige operaciones en Gaza dirige los designios de la banda. Y Sinwar será alguien con quien resultará difícil negociar la paz

Todo esto colocó a Haniya en lo más alto de la lista de eliminaciones de Israel: era, en palabras de sus enemigos, un “hombre muerto que camina.” Es por ello que su asesinato, a pesar de enervar a tertulianos y columnistas hasta la histeria, apenas ha hecho levantar una ceja a los analistas más avezados. Pero en una organización, la muerte de un hombre sólo lleva al ascenso de otro, así que la pregunta más pertinente, en todo caso, era: ¿quién sería su sustituto?

La respuesta se ha conocido apenas seis días después del atentado en Teherán que acabó con la vida de su antecesor. El nuevo líder sería Yahya Sinwar, el “carnicero de Khan Younis”, temido por propios y extraños. Se consuma así el proceso que ya se inició en 2017: quien dirige operaciones en Gaza dirige los designios de la banda. Y Sinwar será alguien con quien resultará difícil negociar la paz.

Porque al final del día, la muerte de Haniya no dejó de ser un duro golpe (uno más) para el sector más pragmático y negociador dentro de la banda. Resulta difícil entender qué ha logrado Israel con su eliminación más allá de un titular que trate de reforzar la popularidad malherida del Netanyahu. Porque resulta imprescindible entender que Hamás nunca fue un dragón sino una hidra de dos cabezas, y toda lanzada que se le aseste a una de ellas reforzará irremisiblemente a la otra.

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