Opinión

España y Europa deben repudiar la austeridad fiscal

Las bases teóricas que han sustentando la política económica de las últimas cuatro décadas son un cuento de fantasía

  • Billetes de 100 y 200 euros que ya están en circulación.

El problema de fondo no es subir o bajar impuestos, sino acabar de una vez por todas con la austeridad fiscal. Europa, y quien fijó los criterios de Maastricht, francés para más seña, no contempló, ni por asomo, la posibilidad de una recesión de balances, o una financiarización destructiva, cargada de caos y miseria. Lo más lamentable es que muchos responsables de la cosa pública aún siguen sin enterarse de lo básico. Los gobiernos no son ni familias ni empresas. Tienen el monopolio de crear dinero. El entorno actual permite aplicar otras políticas alternativas que no se están utilizando. Los países que disponen de soberanía monetaria, tipo de cambio flotante, y emiten deuda soberana en su moneda pueden dedicar las políticas fiscal y monetaria a garantizar que el gasto doméstico sea el suficiente para mantener altos niveles de empleo. Los gobiernos que emiten sus propias monedas ya no tienen que financiar su gasto, ya que los gobiernos emisores de moneda nunca pueden quedarse sin dinero. Muchos ni se enteran.

Nos llevan engañando demasiado tiempo, pero quienes así actúan, y se jactan de ello, aún no se han enterado de que otros, desde el Golfo de Malaca, les han robado la cartera, de manera que la principal fuerza económica, tecnológica y financiera del mundo ya no es occidental. Pronto no lo será ni tan siquiera militarmente. Todo un ejemplo de reversión a la media histórica. Las bases teóricas que han sustentando la política económica de las últimas cuatro décadas son un cuento de fantasía, mejor dicho, seamos concisos, son un tocomocho, una auténtica 'fake news'. En nuestra querida España el Totalitarismo Invertido en el que vivimos intenta defenderse como gato panza arriba con tal de mantener el statu-quo. Pero su tiempo también se ha agotado.

El balance del Eurosistema

Si analizamos el balance del Eurosistema se observa cómo ha aumentado su tamaño de 4,7 billones de euros a finales de 2019 a los 6,2 billones. Sin embargo, la sorpresa se detecta en su composición. La mayoría del incremento de su activo, en más 900.000 millones de Euros, ha sido préstamos al sistema bancario para evitar problemas de liquidez e insolvencia del mismo. Arrastramos las malas decisiones económicas de la Gran Recesión, donde no se limpió el balance del sistema bancario a costa de acreedores, con las consiguientes quitas de deuda. Por el contrario, la financiación en mercado secundario a los gobiernos se incrementó en una cuantía que apenas llega a los 500.000 millones, insuficiente teniendo en cuenta el destrozo económico que se ha producido. Detrás de ello los temores a que Bruselas acabe exigiendo duros ajustes fiscales en los años venideros.

El problema de fondo es otro, se debe abandonar la austeridad fiscal. El gobierno no es ni se comporta como una familia o como una empresa

Europa sigue trabajando, erróneamente, en el marco de la austeridad fiscal. Y esto empieza a ser un serio problema. La imaginación política es muy escasa y asume el actual paradigma fracasado por encima de todo. Mientras desde las formaciones conservadoras se intenta persuadir al público de la necesidad de austeridad después de que la crisis disminuya; desde las formaciones de izquierda se contrarresta estas propuestas, pero dentro del marco ortodoxo, vía aumentos de impuestos. El problema de fondo es otro, se debe abandonar la austeridad fiscal. El gobierno no es ni se comporta como una familia o como una empresa.

Las propuestas desde la derecha incluyen la transferencia de los costes de la covid-19 a los pensionistas y a los trabajadores, vía devaluación salarial, retraso de los aumentos del salario mínimo, y recorte del gasto. Estos recortes colocarían gratuitamente la carga financiera sobre los hombros más débiles y nos comprometerían a otro ciclo de austeridad destructiva en el futuro. La izquierda contrarresta estas propuestas, pero sólo dentro del marco ortodoxo. Se admite que es necesario reembolsar el déficit, pero que su coste debe ser asumido por los más ricos, como parte de una reducción general de la desigualdad. Esto sólo busca reorientar la austeridad, en lugar de rechazarla por innecesaria. Al vincular su demanda de mejores servicios públicos con su deseo de hacer frente a la desigualdad, se corre el riesgo de no lograr ninguna de las dos cosas.

El papel de los impuestos

Una descripción operativa del sistema monetario actual es fundamental. Comprender que los préstamos crean depósitos (que a su vez crean reservas, es decir, dinero endógenamente) es un punto de partida mucho más realista que el punto de vista general de que los depósitos crean préstamos. Por ejemplo, conocer que el gasto público crea reservas y reduce los tipos de interés es vital para entender el mercado de bonos de Japón. Por lo tanto, primero es el gasto y, después, el ahorro. En este sentido los gobiernos deciden lo que gastan y seguidamente determinan qué parte del flujo de renta y riqueza generada por los sectores privados se retira del sistema vía impuestos. En definitiva, los contribuyentes no financian nada. Tras decidir primero lo que gastan y, después, el nivel de impuestos, la diferencia nos indicará el nivel de emisión de deuda.

La Teoría Monetaria Moderna (TMM) desde su inicio ha reconocido que el dinero de hoy en día y lo que se llaman recursos reales -bienes y servicios- son dos cosas diferentes, y que el dinero está necesariamente disponible para el gobierno según su voluntad -sin coste o límite- desde el momento que los bancos centrales crean depósitos con pulsar teclas de ordenador. Además, los límites del gasto total radican en la disponibilidad de recursos que se ofrecen a la venta, y el gasto más allá de esos límites se pone de manifiesto en el aumento de los precios (incluidos los salarios), lo que comúnmente se denomina inflación. La TMM debería convertirse en el nuevo consenso.

Los bancos centrales son agentes del gobierno; pueden crear saldos de cuentas -dinero- con sólo pulsar una tecla

Bajo este planteamiento conviene que queden bien claras ciertas aseveraciones. Las obligaciones tributarias crean vendedores de bienes y servicios que desean la moneda del gobierno a cambio. Esto permite que el gobierno se provea a sí mismo mediante el gasto de su moneda, que de otro modo no tendría valor. El gobierno y sus agentes son la única fuente de los fondos necesarios para pagar los impuestos. Los bancos centrales son agentes del gobierno; pueden crear saldos de cuentas -dinero- con sólo pulsar una tecla. Las monedas de hoy en día son los créditos fiscales que exigen los gobiernos para el pago de impuestos. La deuda pública ya es "el dinero" -los saldos de cuenta en el Banco Central gastados por el gobierno que aún no han sido utilizados para pagar impuestos-, y lo que se llama "pago de la deuda pública" no es más que el desplazamiento de esos saldos entre cuentas en el Banco Central.  La capacidad de pago del gobierno no es un problema.  Es enteramente una cuestión de voluntad de pagar.

Los impuestos sí que pueden tener dos funciones usualmente olvidadas: limitar el poder económico de ciertos grupos de presión (esto Frank Delano Rooslvelt lo entendió perfectamente); y orientar el modelo productivo, donde, a diferencia de lo que ocurre hoy en día, se debería castigar fiscalmente a los extractores de renta mientras se favorece la actividad productiva. Las grandes corporaciones en las cuatro últimas décadas han acumulado poder, además de extraernos rentas. ¡Blanco y en botella!

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