Opinión

La auténtica pesadilla de Puigdemont

Rajoy quiere convertir el paso atrás de Puigdemont, su relevo como 'president', en una victoria de su Gobierno, en un trriunfo personal

  • Mariano Rajoy y Carles Puigdemont

Cuatro memorias habitaban en Borges. La del dolor y el esplendor, que se diluyen en el pasado. Y la del rencor y el pavor, que son refractarias al olvido. A tres cosas le tiene pavor Carles Puigdemont. A perder su estatus, a ser irrelevante y a Mariano Rajoy. Lo primero, está a pocos días de ocurrir. Ha estirado el bucle postelectoral como un chicle. Cinco meses después de celebrar elecciones sigue reclamándose el ‘presidente legítimo’ de Cataluña. La semana que viene, cabe suponer, ya habrá designado ‘heréu’, una marioneta con carácter provisional, según se encargan de transmitir permanentemente sus talibanes de Berlín. Pero ya no será el ‘president’, sino una rémora simbólica en el ‘exilio’, un payés extraviado, un jarrón ampurdanés que a todos estorba.

Tiene Puidemont pánico a consumirse en las brumas del olvido, en Berlín o en Bruselas, según lo que decidan los jueces de Holstein. “Sabe que nunca será president”, le recuerda, en forma malévola y veraz Inés Arrimadas con cualquier excusa. Él lo sabe. Por eso se inventó lo del ‘espacio libre de Bruselas’, el territorio de la ‘república en el exilio’, que tendrá un ‘consejo republicano’ (harías las veces del Govern en el exilio) y una ‘asamblea de notables’, que sería una especie de Parlament de mentirijillas. Y por eso ha dado instrucciones de que nadie ocupe su despacho en el Palacio de la Generalitat, ni la sala de respeto, ni la de reuniones. El ‘mandado/a’ que allí coloque, no podrá sentarse en el sillón de Palacio. Presidente sólo hay uno, piensa él. Algo ilusorio, vano. Cree que su misión en el mundo es ser importante. Pero los catalanes tienen una memoria estupenda para olvidar. Lo pasado, pisado, que diría Pisarello.

Llegó a la presidencia de rebote, en una pifia más del astuto Mas, y, desde el minuto uno, se creyó el Bolívar de Cataluña, el libertador del pueblo oprimido, el Garibaldi del Ampurdán. “Estaba convencido de que lograría la independencia y de que sería el primer presidente de la República”. El sueño de un visionario extraviado.

Se estremece ante la posibilidad de quedarse sin ingresos. El hijo del pastelero de Amer (Gerona) no tiene una pasión desmedida por el dinero, según comentan sus próximos. “Nada que ver con Jordi Pujol”, añaden, en broma. Cosa distinta es Marcela Topor, su esposa, rumana, que en sus días ejerció de algo parecido a actriz y ahora redondea una soldada de 6.000 euros al mes por un programita en la tele de la Diputación.  Marcela es más sensible a la cuestión crematística, aseguran fuentes poco amigas. Tiene dos hijos y es emigrante, argumentan para justificarlo. El dinero, esto es, su ausencia, no es asunto menor en el empeño del prófugo en seguir al frente del postprocés. De ahí la fuga, las audiencias en Bruselas, las peregrinaciones de acólitos a Berlín, el silencio sobre sus planes, el hermetismo sobre su sucesor… “El procés es un modus vivendi’, por seguir con Arrimadas.

Y, finalmente, le tiene pavor a pasar a la historia como el gran derrotado de Mariano Rajoy. Su fijación con el presidente el Gobierno roza lo enfermizo. Le ha dedicado más insultos que Nicolás Maduro. Tras conocerse el resultado del 21D, rodeado de los suyos en un local belga, exclamó: “Rajoy ha perdido. España tiene un pollo de collons”.  Lo primero, Rajoy. Vencer a Rajoy. Acabar con Rajoy. “Si logro la investidura, Rajoy estará muerto”, le confesó a una de sus visitas en las brumas de Gante.

Rajoy lo considera un disparatado mequetrefe que le ha hecho sudar. Por eso prepara su epitafio. El 155 lo ha matado. Políticamente. Y el TC, y Llarena, seamos justos. Pero Rajoy pretende vestir este pre-mutis por el foro de Puigdemont como una victoria personal. Aunque ya enhebra una fórmula para convocar elecciones en octubre y retornar vencedor en enero, ya nada será lo mismo. Sueños crepusculares de un Prometeo demediado. “Rajoy me ha derrotado”, es, seguramente, lo que masculla Puigdemont, rebosante de ira, en estas horas de turbulencia. Está a punto de rendir su cetro estrellado, su república de Barataria ante la persona a la que más detesta, ante el individuo al que tuvo contra las cuerdas tras una rebelión de disparate. Ese resentimiento estúpido de los espíritus mezquinos.

Cataluña seguirá sufriendo. Se precisarán al menos dos generaciones y una voluntad política firme para darle la vuelta al desastre. Eso sí, a lo lejos, en el ‘exilio’ se escuchará, de cuando en cuando, por TV3, algunos chillidos, como de conejo estrujado, de aquel que quiso ser el ‘primer presidente de la república catalana’. Envuelto en una pavorosa soledad.  

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