Opinión

Azaña, su República y Girauta

'La República de Azaña', felizmente reeditada por Ciudadela, es imprescindible para quienes deseen entender mejor al complejo presidente republicano

  • El Presidente de la República en 1936, Manuel Azaña, rodeado de un grupo de generales del ejército entre los que se encuentra Francisco Franco.

Juan Carlos Girauta siempre ha sido un hombre de bisturí intelectual fino, preciso, quirúrgico. Su fascinación, que compartimos, por la figura de don Manuel Azaña lo llevó en su día a diseccionar al personaje tanto en su faceta política, intelectual e histórica. Es imprescindible no sacudirse de un plumazo al personaje acudiendo al tópico, cuando no a la ignorancia, siendo como fue protagonista absoluto de página sustancial en nuestra historia. La voluntad de Girauta, constante en toda su trayectoria, de encontrar razones y motivos para mejor entender a España lo lleva al análisis del más trágico protagonista de la II República.

Aprovechando la reedición del trabajo que Juan Carlos, es menester revisitar al ateneísta que creyó que la gobernanza y la instauración de otra forma de estado se solucionaban como solucionaba él un artículo de fondo, una conferencia o una tertulia. El carácter poliédrico de Azaña que Girauta desmenuza hasta el último rincón nos da una visión que no es ni blanca ni negra. Porque en una misma persona conviven muchas otras, incluso frontalmente opuestas. Ahora bien, como dice el autor, lo importante es que cada Azaña, siempre en función de momentos históricos, políticos o personales, es de verdad. Don Manuel era coherente con el Azaña que vivía cada circunstancia. Sus opiniones pueden parecer contradictorias; su persona no lo es jamás.

Uno recomendaría en éstos tiempos de maximalismos, grandilocuencias y garrotazo y tentetieso aproximarse al personaje con la mente abierta. Hay que bucear en la famosa Velada en Benicarló tanto como en sus discursos para apreciar la tremenda, gigantesca soledad intelectual de un presidente que se cansó demasiado pronto de serlo. Pero debemos advertir al lector: no es este un libro que juzgue, condene o apruebe, a diferencia de la engorrosísima bibliografía que acumula el polvo en las estanterías de no pocas librerías. Quien espere encontrar puñaladas o loas mejor que se compre el último bodrio perpetrado por algún personajillo mediático. La reflexión que se nos propone desde estas páginas es, nada menos, que la condición de ser español y eso, lógicamente, ni es trending topic o como demonios se llame, ni es motivo de discusión en las barras de los bares. Cuando lleguen a la parte en que se habla de la relación entre Azaña y José Antonio me entenderán mejor.

Girauta ahonda desde su intelectualidad culta y liberal en ese misterio llamado Manuel Azaña, que nos mira detrás de sus gafas de miope con gesto serio, mirada huérfana y expresión hierática. El terrible error de cálculo que cometieron aquellos intelectuales ateneístas al pensar que su idílica república podía zanjar toda la historia de este viejo país, cargándose lo que no les acomodaba y sin que violentos y mediocres acabasen apoderándose del asunto queda palpable en el recorrido que se hace del personaje. El peor castigo que puede padecer un teórico es ver cómo fracasa su teoría al ser aplicada en la vida real. Pero este es país en el que confundimos molinos con gigantes y buenas intenciones con monstruos saturnales. 

Recomiendo vivamente, pues, esta reedición de La República de Azaña, y me anticipo pidiéndoles disculpas por no haber hablado hoy ni del espionaje a Sánchez, ni de Pegasus, ni de los separatistas, ni siquiera de Podemos. Cuando uno tiene que meterse cada día hasta la cintura en semejante lodazal, sumergirse en un lago de cristalina y pura agua intelectual es imprescindible si no se quiere acabar con el seso sorbido, como Don Alonso Quijano. Por eso y por muchas más cosas, gracias, hermano.

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