Todo el dinero que necesita nuestro país para salir del abismo económico en el que está sumido debe pasar por las siete personas que mandan en el Banco Central Europeo. Son las encargadas de vencer a los 'malos', en este caso a los 'males' que acosan a nuestra economía. Con tres billones de euros para gastar puede que no tengan bastante.
Podrían ser los Siete Samuráis a los que dio vida Akira Kurosawa en 1954, o los Siete Magníficos de John Sturges de 1960. Los primeros luchaban con espadas, los segundos, con balas. Christine Lagarde y los suyos, con montañas de dinero. Hasta tres billones de euros puso sobre la mesa la presidenta del BCE a finales de abril. Mes y medio más tarde ya habían repartido 1,3 billones, sin inmutarse y con el mismo gesto serio que aparecían en ambas películas los jefes del grupo de salvadores, el japonés Toshiro Mifune y el indescifrable Yul Brinner.
España es el cuarto país que más dinero ha puesto en el Banco Central, por detrás de Alemanía, Francia a Italia. Los seis miembros de su Comité Ejecutivo, a los que hay que sumar al director general de Servicios, lo saben; al igual que saben que los 140.000 millones conseguidos inicialmente por nuestro país son apenas una tercera parte de los que necesitamos, y que la banca española, desde los seis grandes que están en el Ibex 35 a los más modestos, ya le debe a la entidad de Frankfurt -una gran parte a intereses negativos, también es verdad- cerca de 250.000 millones, de los que 55.000 corresponden al Santander, que puede llegar hasta los 90.000 si Ana Botín lo creyera necesario; 45.000 a Caixabank, que está en su techo; 21.000 al BBVA de Carlos Torres; 27.000 al Sabadell de Josep Oliu; y a mucha distancia Bankinter y el resto.
Desde las plantas 39 y 40, se gobierna el dinero de los 19 países que crearon el superbanco, se gobierna de verdad Europa, sobre todo cuando la falta de dinero se extiende por la región
Apuntes contables, anotaciones de pagos y deudas que pasan por las dos torres de cristal de 180 metros de altura que sirven de sede al BCE. Allí, desde las plantas 39 y 40, se gobierna el dinero de los 19 países que crearon el superbanco, se gobierna de verdad Europa, sobre todo cuando la falta de dinero se extiende, junto al miedo, por todos los pueblos del Viejo Continente.
En este 2020 no se buscan espadachines capaces de jugarse la vida por la salvación de los más necesitados, ni pistoleros que pasen de Estados Unidos a México para hacer frente a los bandidos, se buscan gestores que ayuden a salir del enorme agujero que ha creado la covid 19. Existía el hoyo más o menos grande en los 19 países. La pandemia ha hecho que crezca hacia abajo muy deprisa.
Recorrido y trayectoria
Samurais y Magníficos terminan haciendo su 'trabajo de limpieza' gratis. En esta Europa de mercaderes todo tiene un precio. Lagarde, De Guindos, Lane, Mersch, Panetta, Schnabel y Diemer están bien pagados si tenemos en cuenta que al sueldo oficial habría que sumar unas cuantas 'canonjías' que les hacen la vida mucho más fácil. La presidenta llega a los 400.000 euros anuales, el vicepresidente se queda en los 345.000, mientras que los cuatro restantes miembros del Comité Ejecutivo alcanzan los 72.000 cada uno.
Todos tienen una historia de servicios públicos detrás. Luís de Guindos fue ministro de Economía en España, ganando 74.000 euros al año; Philip R. Lane, hoy economista jefe del BCE, estuvo al frente del Banco de Irlanda; Yves Mersch, con fama de ser muy duro y exigente, creó y se convirtió en el primer presidente del Banco de Luxemburgo; Fabio Panetta estuvo durante años de consejero y asesor del Banco de Italia; e Isabel Schnabel mantuvo una relación duradera e importante con el Deutsche Bank. El caso de Michael Diemer es distinto de los anteriores: toda su carrera informática la realizó dentro del gigante IBM antes de responsabilizarse en el BCE de sus tres mil empleados.
Mucha, tal vez demasiada, artillería de títulos universitarios para terminar reconociendo que el BCE, su Comité y su Consejo, se han tenido que amoldar a las circunstancias financieras asfixiantes
Una francesa, un español, dos alemanes, un luxemburgués con clara influencia francesa, un italiano y un irlandés. Las sombras de Nicholas Sarkozy, José María Aznar, y sobre todo la de Angela Merkel pesan mucho más que la del laborista irlandés Michael Higgins. Mucha, tal vez demasiada, artillería de títulos universitarios para terminar reconociendo que el BCE, su Comité y su Consejo, se han tenido que amoldar a las circunstancias financieras cambiantes y asfixiantes de la economía europea en general, y de algunos países como Grecia, Italia y España en particular.
Halcones voraces para algunos, celosos guardianes de la ortodoxia para otros, supeditados a la política de los grandes países por su contribución a los fondos del Banco para los menos, lo que mejor define su política monetaria está en las palabras de su presidenta, la que más entorchados puede mostrar: tres veces ministra con Sarkozy, directora general del FMI del que salieron trasquilados Rodrigo Rato y Dominique Strauss Kahn y sometida a la presión del 'caso Tapie'.
Ella, que llegó a presidenta mundial del despacho Baker y McKenzie tras trabajar en el bufete durante 24 años, nadadora de élite en su juventud, vegetariana por convicción y enemiga de todo tipo de alcohol, no lo dudó ni un instante cuando vio que la gran ola de la crisis, el tsunami social y financiero arrasaba con todo: "Habrá medidas extraordinarias para tiempos extraordinarios”.