Barcelona. Sábado por la noche. Passeig de Gràcia. Furor. Riadas de turistas en una de las últimas noches veraniegas. Miles de selfies convierten a miles de turistas en miles de luciérnagas nocturnas. Hace una noche estupenda y no me resisto a entrar al wine bar de una conocida bodega local.
La zona, por el lujo y el ostento de las tiendas que la revisten, parece segura y tranquila. Incontables compradores cargan bolsas de marcas cuyos precios son prohibitivos. Me siento en la barra, la barwoman me sirve un vino, y le pregunto por la creciente inseguridad que vive el centro de la ciudad. “Sí, sí. Por aquí hay robos a diario y a cualquier hora… El portero del bar es capaz de reconocer, por lo menos, a diez tipos que pasan por la calle todos los días para robar a los turistas”, dice impávida. No negaré que me sorprende la tranquilidad con la que lo cuenta. De haberle pedido el parte meteorológico, me parece que se hubiese alterado más. Y es que, claro, ¡¿qué mejor sitio para los amantes de lo ajeno que la calle que concentra a quienes no hacen cuentas para comprar un reloj, una falda, un traje o un perfume?!
Conclusión: el camuflaje, para los ladrones barceloneses, ya está pasado de moda.
Sigamos. Después de la estupenda pieza que hace unas semanas nos regaló Álvaro Medina, periodista de este diario, sobre las calles más inseguras de El Raval, me pareció innecesario pararme allí para constatar la situación. Como también inútil me resultaba perderme por las calles que están detrás del mercado de la Boquería (y hacerle a los vecinos de la zona la misma pregunta que le hice a la barwoman del Passeig de Gràcia), después de haber leído el texto de Lucas de la Cal, periodista del El Mundo, sobre los 1.400 vecinos barceloneses que han creado un ejército ciudadano para vigilar sus calles con el móvil en la mano. Realmente me pareció redundante ir a pararme allí, después de repasar el texto de A. Fernandez, periodista de El Confidencial, sobre el hartazgo de muchos habitantes del centro de la ciudad condal, y el enfado que tienen con Ada Colau (a quien culpan del reciente repunte de la inseguridad). Ellos, todos, ya habían hecho un inmejorable trabajo de reporterismo.
Sin embargo, lo hice. Fui gastar la suela de los zapatos a El Raval.
Horas antes de haber entrado al wine bar, recorrí las calles aledañas a las Ramblas. Y la vida del centro barcelonés lucía como siempre, hasta que, cerca de la Rambla del Raval, me encontré con la siguiente escena…
Un grupo de chicos (turistas hispanoparlantes) se hacen fotos con el móvil. Uno posa, otro le retrata, y el resto contempla. La postal, peculiar in extremis, carece de cualquier maravilla gaudiana. El que posa, lo hace como si detrás de él estuviese La Casa Batlló. Pero no, detrás de él sólo hay una persona que (aparentemente) malvive en las calles, y que, probablemente, sea toxicómano. El ‘fotógrafo’ dice: “no poses, haz como si te hubieses topado con él”. El retratado, ‘sabio’, responde: “¡pues es que así es como nos lo hemos encontrado!”. A lo que el ‘fotógrafo’ revira: “¡Cállate, o se dará cuenta y tal vez nos pida dinero!”…
"Al parecer ha aumentado la inseguridad, pero yo no siento mucha diferencia. Aquí ha habido que andarse con cuidado desde siempre"
Al final, hicieron (o eso parecía) la foto. Y con las mochilas al hombro continuaron su camino, mientras sus risotadas se perdían entre el ruido de las ruedas de la maleta maltrecha de uno. Sí, turistas fotografiando la miseria ajena.
¿Dónde leí algo semejante? ¡Ah sí!, en El País. ‘El gueto que noqueó al Taj Majal’, el título. Un texto sobre lo atractivo que resulta hacer turismo en zonas de marginalidad. Mientras que sea ajena, por supuesto. La pieza aborda el caso de Dharavi, una barriada india que, según TripAdvisor, ya es el destino turístico predilecto en ese país asiático. Sí, destronó al mismísimo Taj Majal. Resulta que Dharvi es el barrio que inspiró al galardonado filme, Slumdog millionaire (2008), dirigido por Danny Boyle.
¿Destronarán El Raval o La Mina el atractivo turístico del parque Güell o La Pedrera?
En fin, que la escena de los turistas y el sin techo sucedió, y mi acompañante, una amiga catalana, no se percató de ella. Estaba con el móvil. Como correspondía, le hice la misma pregunta que (horas después) le haría después a la barwoman del wine bar. ¿Su respuesta?: “Pues normal, como siempre (risas). Al parecer ha aumentado la inseguridad, pero yo no siento mucha diferencia. Aquí ha habido que andarse con cuidado desde siempre”. Continuamos con nuestro paseo…
Barcelona es (también) un mosaico gaudiano. Bella. Rota. Y (también) folclóricamente cruel.