“Y aún siguen llegando avales. Gracias, gracias compañeros! Esto es imparable! Vosotros lo haréis posible el 21 de mayo”. Es el texto de un tuit que un eufórico Pedro Sánchez colgó en la red la noche del jueves, tras sorprender a España entera con la presentación de más de 53.100 firmas (tras las verificaciones oportunas) de apoyo a su candidatura para la Secretaría General del PSOE, solo 6.000 menos que las 59.300 conseguidas por Susana Díaz con el apoyo del aparato del partido en pleno. Y un sentimiento de pánico generalizado se apoderó no solo de la gestora socialista, sino de ese establishment patrio que más por ilusión vana que por datos empíricos se había dejado convencer, autoconvencer, de que la victoria de la señora Díaz era inapelable, arrolladora incluso, de modo que con ella iba a ser posible devolver la tranquilidad a un país cuajado de sobresaltos y menos necesitado que nunca de un aventado al frente del segundo gran partido español. Terremoto en Ferraz, y susto mayúsculo en Moncloa.
A tomar viento el castillo de naipes construido en torno a Susana. A la espera de lo que la militancia socialista decida el 21 de mayo con su voto secreto, parece claro que el PSOE está roto, partido en dos mitades de muy difícil sutura, miembro de la cofradía penitencial de esa socialdemocracia que ha perdido pie en toda Europa y que pena sin rumbo en busca del esplendor perdido. Lo dijo al día siguiente el tercer candidato a la Secretaria General socialista: “si no hay paz interna y seguimos divididos, vamos al suicidio”. Como los niños, el bueno de Patxi López dijo la verdad: el suicidio. No hay posibilidad de unir las piezas de un jarrón en el que quepan Susana y Pedro. El PSOE salido del Congreso de Suresnes, el PSOE de Felipe, Guerra y demás compañeros mártires que monopolizaron la Transición entre 1982 y 1996 está muerto. La mitad, más o menos, de la actual militancia socialista se ha manifestado mucho más cerca de Podemos que del aparato del partido. Qué comparte las tesis de Podemos. Que está con Podemos. Es la esencia de lo ocurrido.
Parece claro que el PSOE está roto, partido en dos mitades de muy difícil sutura, miembro de la cofradía penitencial de esa socialdemocracia que ha perdido pie en toda Europa
Una revolución cuyo significado traspasa las meras fronteras partidarias para desplegar toda su negativa influencia sobre la gobernación de un país que a partir de ahora lo va a tener mucho más complicado para todo, fundamentalmente para hincarle el diente al saneamiento del sistema, a eso que hemos dado en llamar regeneración democrática. Va a ser muy difícil volver a contar con el PSOE como sujeto político capaz de jugar un rol protagonista a la hora de abordar las cuestiones pendientes. La única garantía de mantenimiento del tinglado institucional español es ahora mismo un partido víctima de una corrupción sistémica, institucionalizada y abierta, un partido a medio camino entre el mexicano PRI y la Democracia Cristiana italiana, que ha renunciado a toda ideología como referente programático y cuya única razón de ser es la ocupación del Poder, el ejercicio del Poder. Un panorama ciertamente desolador.
Mariano Rajoy visitó el jueves al rey en La Zarzuela para informarle del acuerdo alcanzado con el PNV para la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado (PGE) de 2017 y, más que del precio pagado al PNV, ambos hablaron de la amenaza Pedro Sánchez y de la posibilidad de que el PSOE se convierta en un partido residual y antisistema. Vale el diagnóstico tantas veces formulado en esta columna: dinámica de fin de régimen, de nave a la deriva sostenida, más bien anestesiada, por un sorprendente crecimiento del 3% del PIB que actúa como válvula de escape susceptible de impedir una explosión en la sala de máquinas, una recuperación capaz de crear empleo a buen ritmo, como demuestran los datos de paro registrado de abril, resultado de una clase empresarial, eternamente vilipendiada, que ha sabido ajustar costes, primero, y viajar a los confines del planeta para vender sus productos, después, y a veces sin hablar una palabra de inglés.
Las instituciones no funcionan. Durante mucho tiempo he pensado que el sistema iba a ser capaz de regenerarse desde dentro, aunque solo fuera por una mera cuestión de supervivencia; hoy esa idea es papel mojado: no hay en derredor ni partidos políticos, ni sociedad civil, ni clase empresarial organizada, ni intelectuales de porte, ni fundamentos morales suficientes para armar una marea ciudadana capaz de exigir la tan mentada regeneración. El desbarajuste institucional ha alcanzado de lleno a una Justicia politizada hasta la náusea que, en zafia réplica al Mani pulite italiano, ha echado sobre sus espaldas la tarea de ajusticiar al amanecer en la montaña del Príncipe Pío y bajo los focos de La Sexta a los reos de saqueo de lo público, y lo hace sin poder disimular su propia escandalosa corrupción, la que destilan esos sumarios secretos y esas grabaciones igualmente secretas que todos los días aparecen en los medios de comunicación.
¿Cuánto cuesta mantenerse en el Poder?
Lo único que parece seguir en pie es un Gobierno que, a los mandos de un hombre tan previsible y cegato como Rajoy, se aferra al ejercicio del poder como única razón de ser. Un PP a quien solo el usufructo del poder mantiene artificialmente unido. Y como se trata de aguantarse en el Poder, hacemos lo que sea menester para conservarlo. Pactamos los PGE con el PNV y con el lucero del alba. ¿Es cuestión de dinero? Pongan ustedes la cifra. Pagaremos gustosos lo que nos pidan. Reeditemos los dolorosos peajes que ya pagaron González y Aznar. Cristóbal Montoro y Aitor Esteban firmaron esta semana un acuerdo que defiende los intereses del PP y del sistema clientelar del PNV en el País Vasco, no los de todos los españoles, y que además profundiza en la brecha de los desequilibrios regionales por culpa de un sistema económico y fiscal que privilegia al País Vasco y Navarra en detrimento de la cohesión territorial y la igualdad entre españoles.
El escenario es desalentador. Ni hablar de acometer las reformas que la propia economía necesitaría para seguir generando crecimiento y empleo. En el horizonte inmediato se divisan cuestiones de enorme calado para el bienestar de los españoles a las que habría que meter mano mediante una serie de grandes pactos, llamémosles de Estado si se quiere, y cuya solución se hace difícil incluso imaginar en la actual crisis política. Con estos bueyes hay que arar. Hablamos de un Pacto por la Sanidad que permita hacer frente a un gasto sanitario tan incontrolado como inasumible para las CC.AA., lo que debería implicar decisiones muy impopulares desde el punto de vista político. Hablamos de un Pacto por las Pensiones, el monstruo de las galletas que se ha comido el fondo de reserva de la Seguridad Social y que nos viene encima agravado, además, como el de la Sanidad, por el envejecimiento de la población. Y hablamos de un Pacto Energético, imprescindible en un país cuyo déficit comercial es consecuencia en un 80% de las importaciones de energía, y que debería empezar por prorrogar la vida útil de las centrales nucleares que a día de hoy siguen siendo imprescindibles para garantizar el suministro de energía.
En el horizonte inmediato se divisan cuestiones de enorme calado para el bienestar de los españoles a las que habría que meter mano mediante una serie de grandes pactos y cuya solución se hace difícil incluso imaginar en la actual crisis política
Una serie de pactos que deberían abordarse con sentido de Estado y con voluntad expresa de asumir la parte alícuota de desgaste que para los protagonistas de nuestra vida política comportaría llevarlos a cabo. Con todas sus dificultades, ello solo sería posible en caso de que Susana lograra hacerse con los mandos del PSOE. Los obstáculos a programa tan ambicioso no residen únicamente en los partidos; también en un gentío que decididamente se ha escorado hacia el populismo más rancio. En el patio de monipodio español no se aceptan sacrificios ni obligaciones. Todo son derechos. Todo debe ser gratis. Todo debe correr con cargo al Estado. Por una de esas curiosas ironías que a veces brinda el destino, ha sido el socialdemócrata Montoro el encargado de poner el dedo en la llaga de la enfermedad moral que se ha adueñado de buena parte de la población española, con sus políticos al frente: “Hemos salido de la borrachera del gasto público y algunos quieren irse de copas para celebrarlo”, aseguró el miércoles, en el curso del debate sobre los PGE. El ministro acertó de pleno: imposible resumir mejor la situación de un país que en 2012 estuvo al borde del rescate y que sin haber logrado aún controlar el déficit y mucho menos la deuda pública, es víctima de la demagogia de una clase política empeñada en abrir la espita del gasto público sin el menor recato.
El PP encabeza la manifestación del gasto
El elogio a Montoro, con todo, estaría justificado si no viniera desmentido por el hecho de que es el propio Gobierno Rajoy quien ahora encabeza gustoso la manifestación del gratis total y el dinero público no es de nadie. El propio titular de Hacienda presumió el miércoles de que el gasto social de los PGE del 2017 es “el más alto de la historia de España” (57.000 millones más que en 2007). Al “cuponazo” vasco hay que añadir el “bono social eléctrico” que a partir de ahora beneficiará también a las familias numerosas, con independencia de su nivel de renta, y los 10.800 euros de ayuda para quienes, con el tope en los 35 años, quieran comprarse una vivienda, sin olvidar el aumento de 600 a 900 euros de las ayudas para alquileres. ¿Cuánto creen ustedes que va a tardar la tropa podemita en reclamar piso gratis para todos con cargo al Estado, haciendo realidad el postulado del Artículo 47 (“Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada”) de la Constitución?
¿Alguien sabe algo sobre el paradero de un tal Albert Rivera? Se gratificará
Y esto es lo que hay. El futuro del país pendiente del hilo de un partido carcomido por la corrupción, cuya única aspiración consiste en estirar el chicle, darle hilo a la cometa, alargar la Legislatura todo lo que sea posible. Ni hablar de adelantar elecciones con la que está cayendo. “Yo, al 2019 llego”, ha dicho Mariano en su círculo privado. Hasta que el cuerpo aguante. La alternativa se llama Podemos, y es tan brillante como las imágenes que estos días nos ofrece la televisión sobre lo que ocurre en el paraíso venezolano. Con un PSOE hecho trizas, y con Ciudadanos sumido en el mayor de los silencios cuando debería estar literalmente “mordiendo”, explicándose, nunca callando. ¿Alguien sabe algo sobre el paradero de un tal Albert Rivera? Se gratificará. Este es el horizonte político que amenaza a España, barco a la deriva que solo el crecimiento económico mantiene a flote. A merced de los acontecimientos. Y de la suerte.