Más allá de los afectados directamente por la covid-19, 2020 está poniendo a prueba nuestra salud mental. La de todos. Y es evidente que nuestros dirigentes políticos no han ayudado: primero nos quisieron convencer de que era una gripe, luego, cuando se dieron cuenta de lo grave que era, nos confinaron una semana más tarde de cuando hubieran debido; como no había ni mascarillas –oficialmente innecesarias y hasta contraproducentes- ni test disponibles, fueron tan radicales que durante semanas no dejaron salir ni a los niños… Con la desescalada parece que empezamos a ver la luz y llega la bomba del 10 de junio de nuestro presidente: “La unidad de la ciudadanía y las instituciones ha permitido vencer a la covid-19”.
Tras tantas malas noticias, el hambre de optimismo era tal que muchos lo creyeron. En un año tan duro parecía tener sentido confiarse, hacer turismo, ver a los amigos… pero lo mejor del verano pasó pronto y aunque ya en agosto los expertos empezaron a anunciar lo que venía, ni se exigieron PCRs en los aeropuertos ni las comunidades autónomas contrataron suficientes rastreadores. Y las muertes volvieron a superar el centenar diario. Todo esto con noticias económicas negativas por doquier de las que más afectan a las economías familiares: más impuestos, numerosos ERTEs sin cobrar, autónomos con gastos y sin ingresos, despedidos esperando actos de conciliación que no llegan para poder cobrar la indemnización mientras escuchan a miembros del gobierno presumir de haber “prohibido los despidos”… por no hablar de las pérdidas de quien había invertido en Bolsa española.
Incluso funciona a veces con la economía, si nos creemos que todo va a ir a mejor, consumiremos e invertiremos y haremos que sea mejor
Muchos meses de daño emocional y psíquico, que seguro han tenido reflejo en la salud física. Todos sabemos que los muertos por coronavirus son bastantes más de los que dicen las cifras oficiales, pero estoy seguro de que en el exceso en el número de fallecidos que refleja el INE respecto a otros años también tiene mucho que ver la soledad, la ansiedad, la depresión (más allá de que el colapso sanitario haya perjudicado los tratamientos de otras dolencias, claro). Es evidente que el estado del ánimo influye mucho, incluso sin llegar a la muerte auto-infringida, en la capacidad para afrontar enfermedades del cuerpo. Hasta hay patologías que se curan por el convencimiento del enfermo de que lo que toma le va a curar, aunque en realidad sea un placebo. Incluso funciona a veces con la economía; si nos creemos que todo va a ir a mejor, consumiremos e invertiremos y haremos que sea mejor. Funcionó en gran parte del tercer trimestre.
Información confiable
Desde luego donde las expectativas funcionan es en los mercados financieros porque son su principal motor. Por eso que le digo a todo el que me pregunta sobre Bolsa e inversiones que lo primero que debe hacer es dominar su propia mente. Al principio no me entienden, creen que esto va de estudiar balances o de aprender patrones gráficos. Lo primero tiene cierta utilidad pero si tenemos en cuenta que una docena de analistas fundamentales ofrece una docena de precios objetivo distintos de un mismo valor y que la información de la que disponemos puede no ser confiable porque procede de la propia empresa, no nos ofrece garantías. Lo segundo sí es más útil pero de poco servirá si uno no sabe cortar las pérdidas que antes o después tendrá. Y es que el gran problema, ahora que parece que se vuelve a popularizar esto del trading, que tenemos todos –y creo que en otros aspectos de la vida también es una rémora- es que nos cuesta asumir que a veces nos equivocamos.
Sólo factores psicológicos pueden explicar las reacciones tan violentas de los mercados por los anuncios de las vacunas y por qué una misma compañía puede variar su capitalización bursátil con tanta velocidad –a veces minutos- hacia arriba o hacia abajo. Si sólo contara el análisis fundamental de una empresa para conocer cuánto vale, su precio sólo se movería cuando saliera alguna noticia que le afectara directamente. Pero ni siquiera el dato en sí es lo importante, sino su expectativa. Una empresa puede tener muy buenos resultados y caer en Bolsa porque se esperaban unos resultados mejores, o al revés… por eso desconfío tanto de los que determinan qué es lo que debe esperarse ya que al hacerlo influyen notablemente en la reacción que pueda tener “el mercado” tras las noticias.
Por eso cada vez hay más publicistas aconsejando a dirigentes; importa más la percepción grupal de algo que el algo en sí
Esto también es aplicable a la política. ¿Cuántas veces se lanza un globo sonda de una medida radical que el gobierno va a aplicar para que el público se escandalice y luego acepte de buen grado una medida más moderada pero encaminada en el mismo sentido? Por eso cada vez hay más publicistas aconsejando a dirigentes; importa más la percepción grupal de algo que el algo en sí. Esto debería ser escandaloso pero, por desgracia, es lo habitual. Creo que ha sido bastante evidente estos días el interés de nuestros dirigentes en “salvar la Navidad”, y todos intuimos por qué: saben lo importantes que son estas fechas para el consumo y quieren que nos gastemos lo que hemos ahorrado gracias al toque de queda y al cierre de lugares de ocio estas semanas. Para ello se han centrado en que creamos que el futuro será mejor, la expectativa, la fe en que realmente esta pesadilla tendrá un cercano final y se podrá volver más pronto que tarde a la “normalidad”. Como hicieron en junio. Convencernos de ello, más allá de lo bien que nos vendría para nuestra salud mental, puede ser clave para que la economía no caiga tanto como los datos reales del presente invitan a hacer.
Más paro y más impuestos
Hace unos días contaba el cambio de sentimiento en el Ibex que le ha servido para corregir en parte su excesivo descalabro en 2020, así que se suma otro factor: ¿podría el impacto psicológico del anuncio de las vacunas que tanto ha influido en nuestra Bolsa tener también un reflejo en la economía real de los españoles?
Eso parece creer nuestro presidente que se ha lanzado, como cuando dijo que habíamos vencido al virus, a anunciar rápidamente un Plan de Vacunación fantasma. Aunque creo esta vez le va a costar mucho más que nos lo creamos. Sí, la mente es importante y sí, a todos nos vendría bien una inyección de optimismo, más allá de los intereses económicos que pueda haber en ello, pero… por desgracia, realmente nadie sabe si las vacunas estarán disponibles y ni siquiera si serán la solución y cada vez más expertos advierten de una tercera ola en lo peor del invierno europeo, hacia enero y febrero. Yo quiero ser optimista, todos deseamos que en 2021 se acabe o al menos se controle la pandemia y puede que la fe en las vacunas nos esté ayudando a ver más posible ese escenario, pero con un panorama de más paro, más impuestos y más escándalos políticos, a estas alturas los españoles necesitamos algo más que anuncios publicitarios.