Opinión

Los camaradas andaluces de Gabriel Rufián

No dejó de revolotear la cuestión de los conciertos económicos, cupos, y demás nombres de los privilegios forales, auténticos restos vivos del Antiguo Régimen

  • El portavoz de ERC Gabriel Rufián -

 

Hace unos días, Adelante Andalucía invitó a un acto en Marinaleda (Sevilla) a miembros de Bildu, ERC, la CUP y el BNG. Los del partido andalucista de Teresa Rodríguez, que cuenta con dos diputados autonómicos y llevó en su programa de las generales la ruptura de España para su posterior unión en una confederación de "Estados Ibéricos", quisieron rodearse de personalidades políticas como Oskar Matute o Gabriel Rufián para tratar varios temas, entre los que destaca el territorial.

 

Según cuentan las crónicas, pocas cosas se salieron de lo habitual: muchas banderas con estrellas, referencias solemnes a los distintos y antiguos pueblos étnicos asistentes, proclamas contra la unidad del Estado —rematadas con un tuit de Rufián donde no faltó el “¡Viva Andalucía libre!”—, mucho puño en alto y palabras cariñosas de camaradería. Sin embargo, no dejó de revolotear la cuestión de los conciertos económicos, cupos, convenios y demás nombres que se dan a los privilegios forales, auténticos restos vivos del Antiguo Régimen.

 

Salvo que uno se deje engañar por la falsa fraternidad de los pueblos que suele acompañar al discurso separatista, podrá percibir lo que allí ocurrió: políticos de dos de las regiones más desarrolladas —gracias a la histórica industrialización promovida desde Madrid en detrimento de otras zonas del país— acudieron a una región menos desarrollada para legitimar que no salga un solo céntimo de las tribus vasca y catalana hacia las demás, tampoco hacia la que hizo de anfitriona. Porque eso es lo que hicieron allí, promover la ruptura de aquello que los une a todos: España.

Odiando lo que los hace políticamente iguales, reivindicaron el privilegio y la división con palabras de fraternidad

 

Cosa extraña, la camaradería que propugna la división. En ningún momento se escuchó a alguien decir “no queremos redistribuir ni votar con vosotros”, y sin embargo fue ese el asunto principal. Lo extraño no es que Matute o Rufián busquen que cada palo tribal aguante su vela —todo ello disfrazado de hermandad entre los supuestos pueblos—, sino que a esa farsa acudan, en calidad de celosos creyentes conversos, políticos de regiones menos desarrolladas que se benefician de la redistribución territorial entre rentas y patrimonios. Lo asombroso es que sean éstos quienes actúen como serviles anfitriones ante la presencia de Rufián, quien apoya una “Andalucía libre” —es decir, separada— como medio para fragmentar España y poner fin así al recorrido que hace el dinero desde su propio bolsillo hacia el oeste y el sur.

 

Odiando lo que los hace políticamente iguales, reivindicaron el privilegio y la división con palabras de fraternidad. La búsqueda de la ruptura de la nación política española, y por tanto de su clase trabajadora, se celebró con entusiasmo por quienes serían los principales perjudicados si llegara a producirse. Todos los allí presentes eran muy especiales, pero al final siempre hay unos más especiales que otros. No puedo evitar imaginar, al modo del esperpento, a un representante de cada partido separatista sobre ese escenario de Marinaleda, recibiendo un gran aplauso mientras entrelazan sus manos en alto al grito de: “¡Acabemos todos juntos, de una vez y para siempre, con todo lo que nos une!”.

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