El expresidente del Gobierno José María Aznar hizo gala el martes, en la presentación de un libro, de un cinismo sorprendente. El mismo día en que Mariano Rajoy comunicaba que se marchaba de la presidencia de su partido -tras la moción de censura que le echó del Gobierno después de la sentencia del caso Gürtel-, Aznar se ofreció, desde fuera de la primera línea política, para poner en orden el centro-derecha, es decir, para enmendar la plana al Partido Popular, y a Ciudadanos, incluso, pero sobre todo a la formación con la que gobernó y de la que fue señor de vidas y haciendas políticas.
Él, que con tanto desdén y desprecio ha venido últimamente desvinculándose de los populares, especialmente desde que FAES, en octubre de 2016, rompiera con el PP, critica con su intervención cómo ha dejado Rajoy el patio, aunque olvida que fue su dedazo el que aupó al timón popular al hasta hace unos días presidente del Gobierno. Acertada la frase de José Manuel García Margallo, ex ministro de Exteriores, de que Aznar es militante, pero no simpatizante del partido.
Aznar asegura sin despeinarse: “No tengo ningún compromiso partidario ni me siento representado por nadie”. Asombroso. ¿Qué es? ¿Un paracaidista? ¿Génova no le suena de nada? Es más: ¿Tampoco sabe qué es el caso Gürtel, putrefacción urdida y alimentada bajo sus gobiernos, aunque él ahora piense que eso no le salpica? Convendría que recordara el comentario popular de que de la boda de su hija prácticamente sólo quedan libres de sospecha el cura y los camareros. Aunque ahora afirme que cada uno tiene que responder de sus actos, y que él responde de los suyos.
Convendría que Aznar supiera que el comentario popular refiere que de la boda de su hija prácticamente sólo quedan libres de sospecha el cura y los camareros"
Qué rostro pétreo. Qué cara dura la del ex presidente que nos metió en la guerra de Irak y que ahora, tras abominar del partido con cuyas siglas gobernó, cree poder recoser las vestiduras del PP rasgadas por la corrupción endémica de la que, al parecer, nunca tuvo noticia, a juzgar por lo impoluto que se pretende. Viene de salvador de la derecha, de baldeador del patio de Monipodio en el que muchos de sus correligionarios -por supuesto que no todos- convirtieron el Partido Popular, a base de clientelismo, mordidas y desparpajo para saquear las cuentas públicas.
Sus premisas son que el centro-derecha español ha sido desarticulado, hay una crisis de liderazgo y en Cataluña hay un Gobierno golpista. Y su convicción es que él puede reorganizar ese espectro político, que incluye a Ciudadanos.
Han empezado por contestarle indignados algunos de los desagradecidos que se niegan a ser salvados y metidos en vereda, empezando por el propio Mariano Rajoy, quien ha dicho claramente que no ve la necesidad de reconstruir el centro derecha. Fernando Martínez-Maíllo ha tirado de ironía: “Hace mucho tiempo que cuando habla Aznar no le entendemos”. Alicia Sánchez Camacho o Borja Semper han señalado que, como mínimo, el martes, en el momento en que Rajoy anunciaba su marcha, no era el día para iniciar la cruzada. La diputada salmantina María Jesús Moro ha sido más directa: “Poca vergüenza”.
Aznar debería preguntar a Albert Rivera si se deja ajustar y reorganizar por él, a pesar del fuera de juego en que ha quedado Ciudadanos tras la moción de censura, y aunque el líder naranja albergue la esperanza de mantener aún la sonrisa y el favor de los hados demoscópicos. O que se lo diga al Partido Popular, su partido, salga quien salga como líder del congreso extraordinario. De momento, Núñez-Feijóo, al que muchos dan como favorito en la sucesión, hizo el mismo martes unas declaraciones en las que decía que para él sólo ha habido dos presidentes del Gobierno: Suárez y Rajoy. Tal cual.
No tenía suficiente el Partido Popular en casa para que José María Aznar se apareciera a los gentiles y les anunciara su disposición a salvarles. Serían suicidas quienes, después del cónclave de los populares, que será previsiblemente en julio, se avinieran a ponerse en manos de un tipo que ha demostrado sobradamente a los suyos ser de una deslealtad supina.