Opinión

Puigdemont detenido; el PNV, prisionero

El encarcelamiento de Puigdemont ha puesto al PNV en una situación cuyo control está totalmente fuera de su alcance y que convierte en inocua su hasta ahora rentabilísima representación política en el Congreso

  • El ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, conversa con el portavoz del PNV en el Congreso, Aitor Esteban.

El PNV no puede votar los PGE de 2018 y no lo hará. La detención de Puigdemont no solo mantiene encerrado al president huido, sino que también ha capturado al PNV dentro del obligado bucle de solidaridad nacionalista y su tan deseado como imprescindible apoyo a las cuentas puede darse por perdido sin remedio.

Era extremadamente difícil que ocurriese otra cosa pero si todo hubiera ido como podía parecer hace un par de semanas. Si finalmente hubiese habido un nuevo president electo en Cataluña, incluso un president conflictivo para con la justicia, no es seguro pero tal vez, pese a todas las dificultades, el PNV podría haber ido tomando la ciaboga para acercarse a repetir también este año su apoyo a los presupuestos, siempre que el 155, el gran símbolo de “la bota de Madrid”, hubiera decaído, si acaso durante unas horas. El interés tanto del PP como el propio PNV era lo suficientemente intenso como para que pudiera darse el milagro.

Los encarcelamientos decretados por el juez Llarena torcían las previsiones más optimistas y ponían la cosa muy pero que muy cuesta arriba, pero la detención anteayer y la segura extradición de Puigdemont es la auténtica bomba; un obstáculo por completo insuperable para los nacionalistas vascos, que inevitablemente han de regresar ahora a sus posiciones más duras. Ya el mismo domingo por la noche leíamos que alguno de los dirigentes jeltzales manifestaba, al conocer la detención, que no iban “ni a hablar de los presupuestos”.

Es de sobra conocido que los nacionalistas vascos deseaban con vehemencia poder repetir el acuerdo de presupuestos que tan bien les vino el año pasado"

Con Puigdemont entre rejas, a punto de ser enviado a una cárcel española, Aitor Esteban y los suyos no pueden presentarse ante su gente en Euskadi de otro modo que no sea demostrando el rechazo más completo y total al Gobierno de Rajoy. No hay ninguna posibilidad de otra cosa y ambas partes, tanto PNV como PP, lo saben. Y lo lamentan como solo ellos mismos lo saben. La realidad es que el encarcelamiento de Puigdemont ha hecho al PNV, prisionero de una situación cuyo control está totalmente fuera de sus manos pero que tiene como desgraciado resultado que su gozo ha terminado en un pozo y que su hasta ahora valiosísima representación política en el Congreso no puede ser aprovechada.

Nadie duda de que los nacionalistas deseaban con vehemencia poder repetir el acuerdo que tan bien les fue el año pasado. Por eso habían señalado el artículo 155 como el gran obstáculo, pero es que ya no hablamos de un texto legal, para ellos abominable, sino del arresto y encarcelamiento de la persona que cualquier nacionalista vasco considera único presidente legítimo de Cataluña. La emoción y el sentimiento han regresado de golpe y la indignación de las bases y dirigentes de PNV no se puede derogar tan fácilmente como podía hacerse con la aplicación de un artículo.

Por tanto, se equivoca del todo Albert Rivera cuando dice dar por hecho el apoyo del PNV y dice que otra cosa le parecería “increíble”. Lo que no es increíble pero sí lamentable es que los nuevos partidos conozcan tan mal a los viejos. Bien es cierto que Ciudadanos no tiene prácticamente nada que hacer en Euskadi electoralmente (y tampoco le importa mucho dado el magro número de diputados que aportamos los vascos al Congreso) pero al menos alguien que, como él, dice aspirar a ser presidente del Gobierno algún día, debería tratar de conocer y entender el funcionamiento de las viejas formaciones políticas e ir un poco más allá del tópico. No se ve el mundo igual desde los jardines de Albia que desde el puente de Ventas. Conocer al adversario no es un acto de complicidad sino una muestra de la inteligencia exigible a cualquiera que quiera gobernar España. No hacerlo es un error por el que Rivera puede estar a punto de pagar un precio tan alto como que al fin su flamante acuerdo con el PP se convierta en papel mojado.

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