Si necesitas que te lo explique no lo entenderías aunque te lo explicase.
La respuesta de un personaje de Haruki Murakami. No recuerdo en cuál de sus novelas tenía lugar la conversación. Este destilado de decepción implica el final de la conversación. La muerte del amor y el abandono de la persona. Una frase llena de pena infinita.
“No lo entenderías aunque te lo explicase” es la desoladora certeza de que es imposible transmitir la idea -apenas intuida- de complejidad humana a aquellos cuya razón de existir depende de que el mundo se componga de respuestas simples.
Y sin embargo, es necesario explicarte.
Que todos somos inocentes hasta que demostramos lo contrario. Que son tus actos, y no la papeleta que eliges meter en la urna, lo que te convierte en una persona decente o deshonesta. Que moverse libremente por el mundo no es una actividad realizada para provocarte ni dar un mitin es buscar que les peguen.
Hay que recordar que las calles no son tuyas. Tampoco los barrios. No importa cuántos hayan votado lo mismo que tú: nunca han sido, ni serán, tuyos
Es necesario recordarte que los demás tienen necesidades, sentimientos, miedos y preferencias. Que lo que para ti es sagrado a otro puede no importarle y eso no le da derecho a pisotearlo pero tampoco lo convierte en peor persona. Hay que recordar que las calles no son tuyas. Tampoco los barrios. No importa cuantos hayan votado lo mismo que tú: nunca han sido, ni serán, tuyos. Porque tener ideas distintas sobre los mismos temas no es una contrariedad: es una evidencia.
Hay que explicarte que lo que deseas que hubiera sucedido tal vez no haya ocurrido ni llegue a ocurrir nunca y no existe un culpable en el que desahogar tu frustración.
La amistad y el respeto
Necesitas que te expliquen por qué apropiarse de las instituciones de todos para usarlas contra una parte es inmoral, pero no podrías entender la respuesta. Para hacerlo primero tendrías que repasar la lista de las personas que han formado parte de tu vida. Personas a las que has querido y que preferían, votaban e incluso militaban, como tú, en un partido político distinto al tuyo. Esas personas eran reales. La amistad y el respeto que sentías por ellas también lo era.
Ya no puedes aceptar que esa realidad haya existido. Tiene el horrible vicio de no ajustarse a la trepidante agenda electoral.
Te mienten y aceptas tu parte en el trato. Si hay que celebrar la enfermedad de tus conciudadanos, la causa bien vale la miseria. Si te alegras porque le abren la cabeza a alguien, es solo porque constatas la justicia del karma. No piensas que eres un miserable por eso. No puedes despistarte: recuerda quiénes son los tuyos.
Puedes apropiarte de los sufrimientos, las concesiones y la generosidad de otros que lograron cosas difíciles y conseguir que los libros que lo cuentan no digan lo que dicen
Eres un sectario pero eres un sectario justo. Tu falta de escrúpulos es, en realidad, la virtud de la lealtad.
Has fingido tanto tiempo que te has convencido de que lo elemental es demasiado sofisticado para las mentes que no comparten tu ideología.
Ha llegado tu momento, puedes vestir tu ignorancia de conocimiento y te lo compran. Puedes apropiarte de los sufrimientos, las concesiones y la generosidad de otros que lograron cosas difíciles y conseguir que los libros que lo cuentan no digan lo que dicen. Solo tú has sabido leerlos y puedes interpretarlos para tu público.
Eres un maestro en el arte del matiz, capaz de encontrar el raro motivo según el cual lo que vale para los demás no aplica a los tuyos. Tienes una audiencia.
No mires al otro. Es peligroso hacerlo. Podrías descubrir que los tuyos también mienten y aceptas gustoso sus mentiras. Podrías descubrir que aquellos a los que desprecias tienen razón algunas veces.
Mantente polarizado: tu partido te necesita. Ya reconstruiréis lo que habéis destruido cuando ganéis las elecciones.