- ¡Si fuera posible darles una pastillita…!
Era la última ensoñación en voz alta de la señora V, bendecida con innumerables apellidos catalanes. En aquel Mataró posfranquista y transicional adonde fui a parar con mi familia desde el Perú, mi madre solía contarme las ocurrencias de la vecina como si ello le ayudara a reponerse de su pasmo.
- Una pastillita, ¿a quién? ¿para qué? ¾le pregunté a mi madre, intrigado.
- Pues a los andaluces, para que hablen en catalán de una vez…
Lo que aquella señora tan catalana, tan católica y con tanto seny no soportaba era la mera cercanía de aquel ceceo meridional, aquellos cantares aflamencados, aquellas colmenas de viviendas destartaladas, aquellos bares de extrarradio, aquellas procesiones rocieras fuera de lugar. Lo que la señora V no soportaba era, en fin, encender la radio y no encontrarse con “La Balanguera”, sino al Fari cantando su hit, “A mi madre”, a petición unánime de miles y miles de radioyentes andaluces, murcianos y extremeños. Claro que si tomaran una pastillita… ¡Ay si la tomaran!: Eso lo arreglaría todo. Sí, si tomaran la pastillita, todo sería diferente… Déu n’hi do, quina germanor! Por fin, todos los catalanes de verdad (es decir, catalanoparlantes por gragea o genealogía) ascenderían tots plegats a Montserrat cantando el Virolai con el grupo d’esplai, para culminar ¾¡Ay, ay, ay!¾ algún orgasmo múltiple (¡Junts pel siiiiii, siiiii, siiiii!) o turbación análoga que la senectud acaba por sepultar en el recuerdo.
La señora V no soportaba encender la radio y no encontrarse con “La Balanguera”, sino al Fari cantando su hit “A mi madre”, a petición unánime de miles de radioyentes
Ante el argumento de la pastillita, tres dudas me asaltaron. La primera era cómo podía ocurrírsele a una señora tan católica algo tan espeluznante; la segunda, cómo podía expresar en voz alta algo tan espeluznante; y la tercera, cómo podía manifestarle algo tan espeluznante a una víctima potencial que ¾cabría esperar¾ algún reparo opondría a esos anhelos eulingüísticos. Al fin y al cabo, ¿no sería acaso lo más coherente por parte de la señora V que exhortara a mi madre a administrar de inmediato la pastillita a toda su charnega estirpe (si acaso, endulzada con un trago de agua del Carmen, por facilitar la deglución)? Pero no lo hizo. Hoy, tantos años después, quizá tenga explicación para la sinceridad, monstruosa pero inconsecuente, de la señora V. Quizá en el fondo ella nos quería; si bien, eso sí, nos quería como una anécdota de la charneguez. Éramos pura clase media en tránsito, que no se confundía con esa gente de las barriadas apestadas de andaluces, extremeños y murcianos y tampoco formábamos parte de las fuerzas de ocupación demográfica movilizadas por Franco en los paritorios con el fin de interrumpir con odiosa desenvoltura surenya la monotonía apacible de las sardanas. Y como tampoco formábamos parte de la soldadesca del linaje opresor destacada allí, podíamos escapar a la ecuación sociolingüística de que el castellanohablante es, salvo cuenta corriente en contra, un paria sin oficio ni beneficio, cuando no un maleante o un sicario (una aversión a lo hispano que recuerda a la del par intelectual de la señora V, Mr. Trump). Nada nuevo, al fin y al cabo: Seres humanos de primera y de segunda, culturas superiores e inferiores, invariablemente repartidas a norte y sur de algún punto arbitrario (el Ebro, aquí; el río Bravo allá por América). ¿Y, claro, cómo no va a defenderse la cultura superior de la inferior que la invade? ¿Y qué hay de malo en erigir un muro o prescribir una pastillita?
Pues bien, esa pastillita se hizo realidad. Las plegarias a la Moreneta fueron atendidas y se sintetizó en los laboratorios de Convergència & Co. bajo los auspicios de dos partidos políticos: el PSOE y el PP. En su inocente cajita blanca hallamos un nombre inquietante: “Inmersión Lingüística”. En la película que recubre las grageas, un agradable gusto a falso progresismo y catolicismo lerdo con que engañar al paladar de la conciencia. En su prospecto de papel de Biblia y Gaceta Oficial, una recomendación: “Para una perfecta asimilación, adminístrese al charnego o charnega con un trago de falsa integración”. Los matasanos catalanes de todos los partidos no han dudado en prescribirla y, como en el caso del muro, habrán sido sus pacientes, los inmigrantes, quienes con sus impuestos habrán pagado la minuta y la receta. Quin negoci, noi!
La ecuación sociolingüística del secesionismo es que el castellanohablante, salvo cuenta corriente en contra, es un paria sin oficio ni beneficio, cuando no un maleante o un sicario
Naturalmente, la profilaxis de la pastillita no tuvo un efecto inmediato en la población y ahí radica buena parte de su encanto terapéutico. Como esos cómodos anti-cucarachas que retardan sus efectos para ahorrarnos la perturbadora visión de los insectos agonizantes, así la inmersión lingüística representa el modo más limpio de exterminar charnegos sin el fastidio de tener que expulsarlos y retirarlos de las fabriquetas del textil. Ha bastado una generación para comprobar su eficacia. Por ello, hay que reconocer que el Laboratorio Pujol-Ferrusola ha hecho un trabajo concienzudo, del que la señora V hoy se sentiría orgullosa. Que el Laboratorio gozara de la confianza de accionistas tan obsequiosos como el PP y el PSOE resulta, en cambio, más sorprendente y triste, porque el principio activo de la pastillita de la inmersión lingüística es el totalitarismo, el desprecio y el odio, y han funcionado a la perfección. El desprecio ha extirpado de muchas crías charnegas la cultura castellanohablante de sus orígenes, mientras sus padres iban pasando a mejor vida (lo que incluye el retorno a Andalucía, por cierto). El odio a lo español ha servido para enseñarles a olvidar a quienes se desvivieron por criarlos generosamente y, por ello, a nadie debería de extrañar que hoy sean ya muchas las crías charnegas en el buen camino de ser catalanas de verdad y que incluso militen en la causa que veja a sus propios padres. Ciertamente, la ceguera es el efecto secundario más grave de la pastillita, pero poco se puede hacer ya por corregirla tras décadas de monolingüismo pueblerino y odio a lo español bajo la cobertura legitimadora del presunto socialismo del PSC, cómplice cínico de este proceso de limpieza lingüística.
Como cualquiera puede comprobar, lo que está sucediendo en Cataluña no es sino la prueba fehaciente de la eficacia de las medidas de inmersión lingüística y las señoras bien de pastillero. Nuestros políticos han dejado durante décadas que la sociedad catalana se intoxicara con la pastillita, pero lo que no previeron ni les importó es que causara el desangramiento de nuestro Estado por sus mismas entrañas. La verdad es que ya no sé qué será de él, que en tan poco se ha tenido. Lo que sí sé es que suspender la administración de la pastillita constituye el único remedio para salvar a la minoría castellanohablante abandonada en Cataluña a su suerte y el último recurso para preservar los derechos de los no afectos al régimen corrupto de la era post-pujoliana. Por cierto, que lo olvidaba: la señora V, pujolista hasta el tuétano, se declaraba franquista antes de la muerte de Franco. Evidentemente, sus ideas nunca cambiaron gran cosa. Un nacionalista es siempre el nostálgico de alguna opresión, y eso se nota.