Erase una vez un hombre nacido en Valverde de Leganés, Badajoz, alcalde de L’Hospitalet, presidente de la Diputación de Barcelona, diputado al Parlament, ministro de Trabajo y, a los sesenta y nueve años, concejal en Barcelona. Un buen día, decidió que no tenía ni el cuerpo ni las ganas de hacer política incómodo y provocó un bombazo. Se llama Celestino Corbacho y esta es su historia.
Celes, como le llamamos quienes lo conocemos hace décadas, es lo que se denomina un hombre que se viste por los pies. Que no está por chorradas, vamos. Se marchó del PSC, al que tantos años y esfuerzo dedicó, cuando entendió que ya no era su partido. Sé que le causó un infinito pesar, aunque muchos crean que abandonar la organización en la que siempre has militado sea como comerse un caramelo. Para los frívolos, quizá; para Corbacho, no. Su marcha es culpa del paniaguado complejo que tiene el socialismo catalán con España, a la que prefieren definir con la elipsis tan huera como cobarde de Estado español.
El compadreo nacionalista que Corbacho combatiera en Sitges junto a los capitanes se perpetuó, ¡quién lo iba a decir!, en Miquel Iceta, el que fuera siempre aliado de esos dirigentes territoriales injustamente menospreciados por el obiolismo, tan elitista como arrogante frente a los castellanoparlantes, a los del cinturón rojo, a aquellos a los que debía su poltrona. Celes se fue, pero no dejó de ser socialdemócrata, porque esas cosas son como tu equipo de fútbol, para siempre. Acabó en la órbita de Ciudadanos, como otros muchos socialistas. Creyó que la operación Valls era una magnífica ocasión para plantar cara al separatismo desde la firmeza constitucional.
Asumió el reto de la candidatura del ex primer ministro con un entusiasmo juvenil. Recuerdo que me hablaba de la Gran Barcelona, de los retos en transporte, en vivienda pública, en servicios, con esa capacidad que tiene Celes de transmitirte su ilusión. Su incorporación a la lista de Valls era un acierto, porque si alguien sabe de gestión pública y de la problemática de Barcelona y su corona metropolitana es Corbacho. Pero no pudo ser. El sueño era demasiado hermoso para que se cumpliera. Los aguadores de vino que pululaban alrededor era tal que resultó poco menos que imposible hacer que cuajase.
Corbacho cumplió hasta el final, tragándose el sapo de votar en blanco la investidura de Ada Colau, pero su integridad no le permitía ir más allá por un camino del que ya se había distanciado
Corbacho cumplió hasta el final, tragándose el sapo de votar en blanco la investidura de Ada Colau, pero su integridad no le permitía ir más allá por un camino del que ya se había distanciado. Y lanzó el bombazo. Habló con Valls, con el partido naranja y causó baja en Barcelona pel Canvi-Ciutadans. Y lo ha hecho como un señor. Con toda corrección, hablando bien del hasta ahora su jefe de filas, diciendo que le tiene un aprecio personal a Valls – nos consta – pero que no le gustó nada lo que había sucedido con Colau.
Este miércoles se inscribirá como concejal independiente en el grupo de Ciudadanos para ocuparse de su pasión: el urbanismo. Al igual que algunos se especializan en deshacer ciudades, comunidades e incluso países, a Celes le gusta todo lo contrario: construir, edificar, crear, consolidar. Alguno quizá piense que habla en mi el amigo, pero se equivocaría de medio a medio. En mi habla quien ha podido contemplar cómo, elección tras elección, Corbacho era elegido alcalde por abrumadoras mayorías, sin discusión, gracias a su obra de gobierno.
Hay en Cataluña políticos de raza como Celes, como Albiol, como Alejandro Fernández, como Jordi Cañas, totalmente desaprovechados en este momento en el que la mediocridad es aclamada como genialidad y la estupidez se considera astucia digna de Maquiavelo. Es el tiempo de los enanos. Sea como sea, Corbacho deja a Valls con solo dos escaños, el suyo propio y del de Eva Parera, lo que equivale a decir que Colau no tiene mayoría en el consistorio al faltarle un voto.
Será sumamente interesante ver llorar a Colau entre lazos amarillos, presiones separatistas, burocracia socialista y abucheos radicales. Y más lo será observar detenidamente a Corbacho, que bien podría decirle a Ciudadanos lo mismo que le dice el prefecto de policía Renaud a Rick Blaine en Casablanca “Este es el principio de una hermosa amistad”. Falta nos hace.