Opinión

Al chef Sánchez se le corta la bolañesa

"Es una frase metabólica", se excusó Pablo Moyano, el líder del sindicato peronista CGT, luego de amenazar al ministro de Economía de Milei con 'tirarlo al riachuelo'. Quizás quiso decir 'metafórica', pero estos tipos

  • Félix Bolaños, ministro de Presidencia, y Pedro Sánchez, presidente del Gobierno -

"Es una frase metabólica", se excusó Pablo Moyano, el líder del sindicato peronista CGT, luego de amenazar al ministro de Economía de Milei con 'tirarlo al riachuelo'. Quizás quiso decir 'metafórica', pero estos tipos de la mafia pampeana, más que con la cabeza, se expresan con las tripas. "El PSOE lleva 144 años defendiendo la diferencia (sic) de poderes, el jurídico, el judicial y el legislativo", masculló Santos Cerdán, capataz del gremio ovino del PSOE, al ser preguntado por lo de Page. De tanto apuñalar a Montesquieu, les bailan los poderes. Terminarán confundiendo a madame Francina con Juana de Arco.

El sanchismo atraviesa una fase de agitación descontrolada, un momento agobiante y atroz. Lógico que incurran en errores y patinazos. No hay un ministro de la banda derecha de la izquierda que no corra despavorido en cuanto se cruza con una alcachofa. Hasta la muy desenvuelta Emejota Montero, en contra de su costumbre, logra esquivarlas con tanta habilidad como un dribling de Vinicius. Visto de lejos, el Ejecutivo parece un convento de cartujos, una colla de monjes muditos que ni oran ni laboran. De cerca, son una pandilla a la fuga como el carterista de Bresson.

El que más tiembla es Marlaska, pillado ahora en tres frentes. El Supremo, con el caso de los menores devueltos en forma ilegal en Melilla. El gulag de Barajas donde mantiene a quinientos inmigrantes envueltos en la mugre. Y el incontenible flujo de visitantes sin papeles a los que desperdiga cada noche por diversas localidades de España. La izquierda Open Arms al ritmo de ultraderecha. Aquella impostada movilización ante el Aquarius -¡teles, quiero más teles!- naufraga en una ciénaga de hipocresía. A veces algún ministro, como Urtasun, se sacrifica en aras de sus colores y lanza una necedad sobre los museos coloniales para agitar polémicas lejos del tabú de la amnistía. Pocos medios muerden el anzuelo. Este ministro de Cultura, tan atildado, quizás no distinga un museo de un armario empotrado.

Pretender que la ley de amnistía ampare los actos terroristas que no impliquen 'violaciones graves de los derechos humanos' es un pedazo de carne putrefacta de muy difícil digestión

Todo iba razonablemente mal hasta que el triministro Bolaños, de servil e ilimitada obstinación, se sacó de la manga, a exigencias de sus socios Junts y ERC, el invento del terrorismo 'ligth', o de 'marca blanca', como aquí lo ha bautizado López-Brea. Entonces empezó todo. Estallaron turbulencias y hasta cayeron venablos cerca del despacho del todopoderoso urdidor de estrategias. Pretender que la ley de amnistía ampare los actos terroristas que no impliquen 'violaciones graves de los derechos humanos' es un pedazo de carne putrefacta de muy difícil digestión. Por eso los ministrillos se han evaporado, por miedo a una intoxicación. Cancelan entrevistas, dosifican la agenda, evitan presencias en determinados actos. "Tío, se les fue la mano".

El artificio del terrorismo benéfico de Bolaños apenas ha durado 24 horas en pie, se ha disuelto como un libro de arena en la playa de las bolitas de Yoli. El juez García Castellón va sellando todas las rendijas por las que la ingeniería jurídica de Moncloa y del racismo catalán intentan colar el blindaje de Puigdemont y de sus colegas prófugos.

A cada jeribeque jurídico del bolañismo le sucede un respuesta impávida de la Audiencia. El Tsunami que tomó al asalto un aeropuerto, lapidó a decenas policías y mantuvo secuestrada durante días a toda una región, cometió delito de terrorismo, como señalan las directivas de la UE y el Código Penal, que aunque malamente, aún resiste. El blindaje del loco de Waterloo se cuartea. Cierto que nunca estuvo asegurado -"es imposible al cien por cien", decían desde el ala oeste- pero, tras el último retoque a la penúltima modificación de la ley maldita, parecían tenerlo más atado. Esa seguridad ha saltado por los aires y la ley se vota en pleno el próximo martes. Fecha límite, tensión total. Vuelve el suspense al Parlamento, vuelve la presión de Puigdemont, el ensañamiento, ese sadismo en la negociación, ese recochineo en las exigencias. ¿Qué nuevas cesiones reclamará Miriam Nogueras? ¿Qué nuevas contorsiones humillantes deberá practicar el triministro para superar este endiablado Dardanelos?

Cortar cabezas

Nunca estuvo tan difícil encontrar una salida. Cierto que el sanchismo todo lo puede, nada le tumba, sortea obstáculos y evita cataclismos. Sin embargo, el panorama es tan desportillado y grotesco que hasta su prócer fundador, el más pinturero de los chulánganos del barrio, ofrece ahora una imagen alarmada, una actitud algo temerosa. No es que mire a Bolaños con inquina, como escruta el superchef a ese pinche patoso que le echó a perder la salsa. Lo acaba de ascender a la categoría de mano derecha insustituible y no procede hacer un Maxim. Pero hay pocas vías de salida. O borrar todo rastro de la palabra 'terrorismo' de la ley o exponerse a que, una vez aprobada, perezca víctima de los diferentes recursos que se presentarán ante el Constitucional y el TJUE. Están en riesgo los nuevos Presupuestos y quizás la continuidad de la legislatura. Puigdemont, no se olvide, puede cortarle la cabeza. Metabólicamente hablando, por supuesto.

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