Olvídese de esos análisis con proyecciones electorales que miden el resultado de la posible coalición entre el PP y Cs basados en pasadas convocatorias. La suma mecánica no sirve. Tampoco los clichés sociológicos sobre el “cinturón rojo” que en Cataluña votó a Arrimadas y que ahora no lo haría al PP. O sobre el porcentaje anterior de “abstencionistas cabreados”. Si hay algo que deberíamos haber aprendido de estos últimos años es que no debemos dar nada por seguro, que el voto es muy volátil, y que la campaña y el candidato son decisivos.
Hay dos motivos fundamentales. El primero es la formación del gobierno socialcomunista, aliado a los nacionalistas, con un giro autoritario evidente; es decir, la pesadilla se ha hecho realidad. El objetivo de este frente sanchista es cambiar el régimen por la puerta de atrás. Me refiero a la fusión de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial que pretenden, del que el nombramiento de Dolores Delgado como Fiscal General del Estado es solo un paso. De igual manera, quieren transformar el Estado de las Autonomías, un sistema federal en la práctica, por uno confederal basado en la plurinacionalidad voluntaria y asimétrica. Esto significa que será declarada nación aquella región cuyo gobierno lo reclame.
Ocurrencias podemitas
También desean jibarizar al Rey hasta que la conclusión sea que no sirve para nada y se pueda entrar en un proceso republicano. Por último, estos socialcomunistas piensan cambiar el Título I de la Constitución; esto es, convertir en derechos fundamentales los principios rectores de la política económica y social, así como cualquier ocurrencia podemita. Y esto sin contar la injerencia en la economía al socaire de la “emergencia climática” y la “perspectiva de género” obligatoria.
Esto se va a producir en un ambiente de violación constante del espíritu de la Constitución y de la Transición. Si ya lo vimos cuando Iglesias fue a negociar con Junqueras a Lledoners, y Sánchez a mendigar a Torra un pacto en Pedralbes, ahora seremos testigos de una infame mesa de negociación bilateral España-Cataluña. Mientras, el PNV ya le ha sacado a Sánchez la Seguridad Social, que es el primer paso para la desconexión social.
El partido naranja no tiene un futuro espectacular ni esperanzador, sino todo lo contrario. Es difícil convencer al votante de que deposite su confianza en una formación a la baja
A este contexto político habrá que sumar la crisis. Las cifras de enero son preocupantes por dos motivos: el número de parados -casi 250.000- y el empecinamiento del Gobierno en no rectificar su política aun a sabiendas de que va a empeorar la situación. Si a la subida del SMI sin un estudio de impacto, y a la reforma laboral por motivos ideológicos, no económicos, le añadimos el alza del impuesto de sociedades y la voracidad fiscal, la catástrofe será peor que con Zapatero. Este contexto es muy diferente del que hemos vivido entre 2014 y 2019, y, por tanto, la respuesta del electorado va ser muy distinta.
El segundo motivo para valorar la alianza de PP y Ciudadanos es la situación en la que se encuentran estos dos partidos y, cómo no, Vox. El partido naranja no tiene un futuro espectacular ni esperanzador, sino todo lo contrario. Es difícil convencer al votante de que deposite su confianza en un partido a la baja, con una discrepancia interna crucial en torno a su inclinación. Igea y el sector socialdemócrata sueña con la alianza con un PSOE que ya no existe. Arrimadas, en cambio, ha apelado al instinto de supervivencia de los cargos de Ciudadanos tendiendo la mano al PP.
El Partido Popular tampoco ha encontrado el carril. Le falta pulir tácticas, discurso y personas, cerrar filas y apretar los dientes. Los populares no se deciden si adoptar la estrategia del “puente de plata”, como Nueva Democracia en Grecia, o el giro a la derecha de Sebastian Kurz en Austria. En definitiva, si optar por un perfil moderado y centrista presentando su sentido de Estado como arma electoral, o dar la batalla de las ideas y hacer una oposición sistemática al intento de los socialcomunistas y nacionalistas de cambiar el régimen.
El nacionalpopulismo de los de Abascal se alimenta del caos en el que este gobierno nos está introduciendo. El radicalismo llama al radicalismo
La alianza con Ciudadanos es posible que pueda cubrir esas dos facetas; esto es, resaltar el centrismo y, al tiempo, fortalecer la idea de la alternativa de oposición. Y es aquí donde entra Vox. El nacionalpopulismo de los de Abascal se alimenta del caos en el que este gobierno nos está introduciendo. El radicalismo llama al radicalismo. Solo puede haber polarización si hay dos polos, y Vox encarna uno de ellos.
Aquí está la gran incógnita. El PP no perderá votantes por aliarse con Ciudadanos, pero habrá un porcentaje de votantes de esta última formación que no vayan a las urnas porque la formación de Rivera se forjó insultando a los populares. Al tiempo, Vox articulará un discurso contra esta alianza, les llamará “vendidos a la socialdemocracia”, o “colaboracionistas”, animará a la radicalidad, y hará oposición en los parlamentos autonómicos a sus socios del centro-derecha. Esta división seguirá beneficiando al PSOE, como saben muy bien en Moncloa. En suma: no habrá alternativa al socialcomunismo hasta que no se rehaga la unidad del centro-derecha al menos para ir juntos a las elecciones.