Ciudadanos ha vuelto. El partido ha cerrado en Madrid una muy buena campaña en el momento más difícil. Es cierto que la situación es límite y que el futuro de la formación naranja dependerá de si entra o no en la Asamblea el 4 de mayo. Pero a pesar de los malos augurios de las encuestas, Ciudadanos confía en conseguir una bola extra para reconstruirse y quizá recuperar un papel relevante en la política española.
Edmundo Bal se ha destapado como un candidato excepcional, que ha ido ganando tirón día a día. Inés Arrimadas ha recuperado fuerza y protagonismo, liberada por su ruptura con la herencia recibida y la toma de algunas decisiones internas inaplazables tras el desastre de Murcia. La implicación de la vicealcaldesa de Madrid, Begoña Villacís, ha sido absoluta. Y es imposible obviar en este punto la figura de Ignacio Aguado. El ex vicepresidente de la Comunidad habrá cometido muchos errores, pero la generosidad política de su gesto al dar un paso al lado pero a la vez poner toda la estructura madrileña de Ciudadanos, que controla, al servicio de Bal es difícil de encontrar.
El partido ha mantenido un discurso coherente durante toda la campaña, no ha dado bandazos, no ha cometido errores y ha aprovechado la guerra de guerrillas entre la derecha y la izquierda para aislarse de los bloques y apuntalar la centralidad de su mensaje. Además, Ciudadanos ha optado de forma inteligente por ignorar los ataques de los que han cambiado de camiseta a mitad de partido por un plato de lentejas.
El 5% de los votos es un reto triste para un partido llamado a tener otro protagonismo. Pero si lo consigue este será el camino, caiga quien caiga
Los sondeos y la traición de algunos de sus cargos no han pesado en el ánimo de los militantes. Más bien al contrario. La sensación publicada de disolución inminente ha cohesionado el partido. La diferencia entre la campaña catalana y la madrileña es abismal. Las bases de Ciudadanos se han movilizado como nunca: carpas informativas a diario repartidas por toda la región, actos llenos, determinación, lucha y compromiso. Nada ejemplifica mejor esa actitud que la canción Seven Nations Army, de la banda The White Stripes, elegida como sintonía de apertura en los mítines naranjas.
“Voy a luchar contra todos / Un Ejército de siete naciones no consiguió detenerme”, dice el arranque de esta canción cuya melodía se ha convertido en una especie de himno de grada futbolística con el paso del tiempo. La letra de este clásico del rock no es tan buena como su riff de guitarra (salvo que Victor Lenore diga lo contrario). Pero sirve para ilustrar la travesía de Ciudadanos. Cuenta la historia de una persona que se marcha a la ciudad en busca de otra vida, pero acaba sintiéndose tan solo que decide volver a casa: Wichita (Estados Unidos).
Esta catarsis del regreso a los orígenes; resumida en el “ser, estar o parecer” de Ciudadanos que suele explicar el eurodiputado Jordi Cañas en sus intervenciones; ha vertebrado la campaña madrileña. Ciudadanos vuelve al lugar donde nació con el objetivo de jugar ese papel reformista y mediador entre tanta crispación. Todavía quedan muchas cosas que arreglar en el descosido interno que es la formación naranja. La empresa es complicada. El 5% de los votos es un reto triste para un partido llamado a tener otro protagonismo. Pero si lo consigue este será el camino, caiga quien caiga.