Opinión

Colau no quiere que le silben

Se presentaban como los adalides de los pobres, los que venían a luchar contra la casta, los defensores de los desahuciados, de los parados, de los atropellados por los bancos.

  • La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau. -

Se presentaban como los adalides de los pobres, los que venían a luchar contra la casta, los defensores de los desahuciados, de los parados, de los atropellados por los bancos. Pero al final, comunistas como son, les ha traicionado el pequeño Stalin que llevan dentro. Unos, marchándose a residir en lujosas mansiones a là Ceaucescu; otros, colocando a parejas, familiares, examantes ( o amantes en vigencia), amigos y allegados en jugosos cargos donde se cobra mucho por no hacer nada; además de estas categorías, hay quien, como Colau, ha descubierto que probar tu propio jarabe de escrache es amargo.

Por eso la reina del acoso y derribo se pone blandita cuando le silba la gente. Lógico. A los niños de pañal y parvulario no les gusta que se les lleve la contraria. Colau ha decidido no volver a pasar el trance de encontrarse toda una plaza diciéndole de todo, como pasó este agosto en el pregón de las fiestas del barrio de Gracia. Tuvo que acudir en su auxilio el pregonero, Jordi Cuixart. Y como Ada es como es, ha optado por lo simple: ¿queréis silbarme? Pues no os dejo pasar. Punto.

Para los no barceloneses diré que el pregón de la Mercé, el que tiene lugar este jueves y que siempre ha sido polémico porque cada político se ha traído siempre a alguien de su cuerda desde los tiempos de Narcís Serra y Pascual Maragall, cuenta con una característica singular. Los vecinos que no comulgan con el alcalde de turno aprovechan para protestar delante del Ayuntamiento. Colau romperá la tradición mediante el expeditivo método de no dejar pasar a nadie que no tenga invitación al acto y pueda exhibirla ante la fuerza pública. Vaya por Dios. La mega demócrata, la mujer más mujer de las empoderadas poderosas se achica ante algo que forma parte de su sueldo, a saber, aguantar el chaparrón cuando te cae encima. Recurriendo a la lágrima fácil – ojo, eso es de machistas por lo del sexo débil – Colau opta por la medida totalitaria. Aquí no pasa nadie que no sea de mi rollo, ¿qué se han creído, silbar a la alcaldesa?
Estas flores pijo progres suelen marchitarse más pronto que tarde y este no iba a ser un caso excepcional.

Los podemitas son de censurar a periodistas como hizo Echenique el otro día con un compañero, de prohibir la disidencia interna a base de purgas, de ciscarse en sus propios códigos éticos y, en fin, de hacerse siempre las víctimas, que para eso tienen la razón histórica. Colau, forjada en la escuela de las subvenciones socialistas que desde ese ayuntamiento le otorgaba pródigamente Jordi Borja, ex Bandera Roja e íntimo de Maragall, está acostumbrada a que nadie le replique. Por eso le molestan los silbidos, los vecinos y, si me apuran, hasta la gente normal, la ordinary people.

Fondos públicos

Como ustedes comprenderán, todo esto no es más que una pequeñez si lo comparamos con la ruina que esta mujer ha traído a la capital catalana. Desde favorecer a los colectivos de manteros organizándoles un sindicato con fondos públicos mientras los comerciantes se mueren fritos a impuestos a organizar cursillos de vela para los menas. Sí, he dicho de vela. Colau tiene la ciudad más sucia que nunca, confusa por el disparatado número de señalizaciones abstractas que ha pintado en el pavimento, perpleja ante el sonoro fracaso de la super manzana peatonal, y mucho más grave, desatendiendo a la hostelería y a la restauración abandonándola a su suerte.

Ella no utiliza el castellano en la comunicación institucional, porque queda más progre ponerla en urdú, por ejemplo. Es partidaria de referéndums, de indultos, de no poner la bandera nacional, en fin, de todo los tópicos carcomidos de una izquierda que no es tal. Ella saca el retrato del rey del salón de plenos hasta que una sentencia judicial le obliga a restituirlo y entonces pone una foto diminuta, ja, ja, qué lista y atrevida soy, debe pensar. Y esta señora maneja un presupuesto de tres mil millones de euros.

Pero que nadie le silbe, porque se mosquea, llora y se bunkeriza. Ya entendemos pues, en qué consiste este tiempo de cambio que pregona el comunismo. Prohibido silbar ni como muestra de admiración, sería machismo, ni como protesta, que sería desacato a la autoridad. En el caso de silbarle a Colau, las dos cosas. No sé ustedes, pero me voy a escuchar un CD que tengo del mítico Kurt Savoy, el rey del silbido. “Savoy silba a Morricone”. Una joya.

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