Opinión

Crímenes contra el planeta: los nuevos juicios de Núremberg

Los pirómanos no tienen miedo a las consecuencias de sus actos porque no existe una legislación internacional, unitaria y de cumplimiento universal al respecto

  • Incendio en Sierra Bermeja (Málaga). -

Todos conocemos los Juicios de Núremberg. Los hemos estudiado en los libros de Historia, los hemos visto en alguna película (ninguna como la de Spencer Tracy encarnando al juez Dan Haywood en ¿Vencedores o vencidos?) o quizás lo hemos leído (como evento protagonista o colateral) en alguna novela. Los que tienen más años, incluso, fueron testigos a tiempo real de su celebración a lo largo de todo un año (del otoño de 1945 al de 1946).

Supusieron un hito histórico de trascendencia más que importante: fueron un punto de inflexión en la historia del derecho. Todos estarán pensando en la importancia que tuvo el conjunto de procesos judiciales emprendidos por las naciones vencedoras de la Segunda Guerra Mundial contra dirigentes, funcionarios y colaboradores del régimen nacionalsocialista de Adolf Hitler del Tercer Reich. Aciertan. Este juicio tuvo el enorme mérito de que se pudieran determinar y sancionar las responsabilidades de tanto malnacido por parte de profesionales internacionales del derecho. Jueces, abogados y fiscales se esforzaron lo indecible en actuar de una forma admirablemente justa cuando las tripas se les revolvían al constatar las atrocidades que fueron capaces de realizar, firmar, ejecutar o acatar los acusados.

Fue un triunfo inequívoco de la civilización contra la barbarie. Pero me gustaría resaltar otro aspecto muy importante de este evento. Lo trata con maestría Philippe Sands en su muy premiada Calle Este-Oeste , una impresionante mezcla de novela y ensayo que acabo de devorar a pesar de su 'densidad literaria'. Me refiero al papel que jugaron dos juristas extraordinarios: Hersch Lauterpacht y Raphael Lemkin, los creadores del concepto legal de crímenes contra la humanidad y genocidio.

Dos consecuencias maravillosas

Estos dos vecinos de calle, que sufrieron tantísimas arbitrariedades en sus vidas (empezando por que su ciudad pasara a llamarse Leópolis, Lemberg, Lviv, Lvov o Lwów según giraran los vientos políticos de sus continuados invasores), fueron los responsables de los orígenes del derecho internacional y de los derechos humanos. Hicieron un trabajo riguroso, estricto, calmado, documentado y no exento de problemas profesionales y personales (incluido el ninguneo por parte de colgadores de medallas ajenas) que trajo consigo dos consecuencias maravillosas para toda la humanidad:

1.- Por primera vez, se antepusieron los derechos de los individuos a los de los estados. A partir de Núremberg, los seres humanos tenemos derechos internacionales independientemente de la geografía, régimen político o confesión religiosa del lugar donde nazcamos.

2.- Desde este momento se instaura formalmente la posibilidad legal de que los líderes de cualquier país puedan ser juzgados por un tribunal internacional. Tranquiliza mucho saber que todo tirano, sátrapa, dictador o miserable de naturaleza política similar, es consciente de que se va enfrentar, antes o después, a un juicio así. Ya pasó con Slobodan Milosevic o Augusto Pinochet, por poner algunos ejemplos de dirigentes deleznables.

También me gustaría pensar que las consejerías de las diferentes autonomías no tienen ningún otro interés que se anteponga a la preservación de nuestro patrimonio natural (y espero no pecar de ingenuidad por ello)

Fantástico. Hablemos ahora de otras acciones deleznables.

Ver las sinopsis de noticias que encabezan los telediarios no suele ser una actividad que llame mucho al optimismo. No obstante, hay noticias y noticias. Contemplar, día tras día, el horror de las llamas devorándolo todo es como tener una webcam instalada en el averno que te informa, a tiempo real, de cómo se va desarrollando el guion del apocalipsis.

No voy debatir aquí acerca de cuál sería la mejor manera de evitar que España arda, verano tras verano, por los cuatro costados. Considero que ya hay suficientes técnicos sobradamente cualificados para abordar las soluciones más resolutivas para cada situación. También me gustaría pensar que las consejerías de las diferentes autonomías no tienen ningún otro interés que se anteponga a la preservación de nuestro patrimonio natural (y espero no pecar de ingenuidad por ello).

Voy a abordar, y con toda la contundencia que pueda, el hecho de que mucho de estos incendios son provocados. Provocados. Provocados.

Me estremezco cuando me lo repito a mí misma. La pena es que no tiemblen también los que cometen estos aberrantes delitos cuando los pillan. Y no tiemblan porque no tienen miedo a las consecuencias ya que no existe una legislación internacional, unitaria y de cumplimiento universal, al respecto. Existen multitud de convenios internacionales en materia de medio ambiente pero no se ha establecido una entidad única y de ámbito internacional que vele el cumplimiento de leyes globales en todo el planeta. Aunque los convenios internacionales puedan crear organismos o secretarías que se ocupen del cumplimiento de acuerdos puntuales (por ejemplo, la Unesco se encarga de las normas que protegen las Reservas de la Biosfera), no existe una legislación global que obligue a todos los países, sin excepción posible.

Los convenios internacionales utilizan un lenguaje muy laxo, con pocas cláusulas realmente concretas. Eso permite a los estados ratificantes un amplio margen de interpretación


De hecho, cada país es soberano para decidir si ratifica o no un convenio internacional. Si un estado no lo hace, no está sujeto a lo que se recoja en él y, consecuentemente, no existe un vínculo legal que le obligue a cumplir su normativa. Por otra parte, con frecuencia, los convenios internacionales utilizan un lenguaje muy laxo, con pocas cláusulas realmente concretas. Eso permite a los estados que los ratifican un amplio margen de interpretación que los lleva a cometer actuaciones (como probar misiles nucleares en aguas internacionales) ante las que nos quedamos atónitos, tan indignados como impotentes.

Hago una llamada a la sensatez.

Tenemos un solo planeta para todos y hay cosas que, simplemente, no se pueden permitir. Dejarse llevar por el argumento que sea (venganza, capricho, interés, desconocimiento o las socorridas patologías psicológicas-el gran coladero del delincuente-) para provocar un incendio debería ser, legalmente, inadmisible. Necesitamos una nueva figura legal de obligado cumplimiento internacional para que todo ser humano, entidad o estado sepa que actos así tienen consecuencias penales de primera magnitud.

Me consta que hay profesionales de reconocido prestigio trabajando en ecodelitos. Yo, desde fuera del mundo del Derecho pero conocedora de primera mano de la importancia de cuidar la única casa que tenemos, no sólo los humanos, sino los dos millones de especies biológicas conocidas (y diez millones estimadas) con las que compartimos vivienda, propongo la figura de “Crímenes Contra el Planeta”. Y a tramitar con urgencia, por favor.

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