Solemos buscar explicaciones lógicas a las cosas que hace Pedro Sánchez. Es normal. Entendemos que, aunque sea el peor presidente del Gobierno de nuestra democracia, ha de tener una guía, una línea maestra, un plan. Ese es nuestro error. Sánchez es un hombre errático, situacionista y que se acomoda a las circunstancias, obrando tan solo como le dictan las circunstancias y siempre en beneficio propio. Carente de ideología, si es que la ambición por el poder no lo es, puede decir hoy blanco, mañana negro y al siguiente arco iris. Todo lo sustenta en dos cosas: la propaganda, que trata de vender el producto Sánchez como marca y se permite todas las mentiras y exageraciones que quieran ustedes; la segunda es mucho peor, porque se basa en la memoria de pez que tenemos los españoles. A esa constatación sociológica, la de no acordarnos de lo que pasó ayer, sumen ustedes que desde el sistema se propaga cada día un nuevo escándalo, una noticia, una conmoción que tapa y anula la inmediatamente anterior. Todo eso, lógicamente, con la colaboración de esos medios periodísticos que en España deberían llevar cofia, delantal y hacerse llamar Petra 'la criada'.
Con todo eso, resulta dificilísimo anticipar esa posible crisis de Gobierno de la que tanto se habla. Pero no porque, según el tópico, “la competencia de nombrar ministros es del presidente” y bla bla bla. No es ese el asunto. Lo sustancial es que Sánchez no tiene puñetera idea de lo que va a hacer. ¿Podría prescindir de algunos ministerios florero como el de Consumo o Universidades y dar puerta a Garzón y Castells? Podría, y el país ni lo notaría porque son más vagos que la chaqueta de un guardia y su importancia es la misma que la de un Sugus de piña.
Otro tanto podríamos decir de ministros quemadísimos por su incompetencia, como Marlaska o Laya, que satisfaría a quienes consideran más que rebasados ciertos límites con el laissez faire de ambos respecto a Marruecos y de Marlaska singularmente con el acercamiento de asesinos etarras presos. Si Sánchez quiere dejar atrás esta primera parte de su Gobierno y dar una imagen renovada, los dos citados tienen muchos números para irse a su casa a contar gambusinos. Otrosí es la cosa podemita, porque una vez dimitido Iglesias no están claras las cosas. Sánchez ha dicho que mantendría la proporcionalidad entre socialistas y podemitas, pero ¿de cuándo acá ha mantenido alguna promesa? Eso por no entrar en el fondo de la dimisión del exvicepresidente. Algún día sabremos qué o quién le forzó a dejar el cargo para acabar con Roures para que le dé un programa. Sería saludable saberlo para bien de nuestra democracia.
Digo esto porque entre tanta vicepresidenta, vicepresidente o vicepresidente, uno se pierde. Me consta, y este domingo lo decía medio en broma, medio en serio, en mi sermón, que el PSC estaría por una única vicepresidencia con Miquel Iceta al frente, convirtiéndolo en el nuevo Narcís Serra. Recordemos que Iceta ya estuvo al lado de Serra cuando este ejercía su poder omnímodo con los resultados conocidos: dimisión por el escándalo de escuchas ilegales, incluido el jefe del estado, y el congreso en pie cantándole “Adiós, Lili Marlén”.
Todo lo anteriormente dicho podría ser verdad o una simple tontería, como también lo serían la marcha de Nadia Calviño a petición propia por estar hasta el moño de este circo, o de Margarita Robles a otra cartera, presumiblemente la que dejaría vacante Marlaska. Incluso hay quien habla de aprovechar los ceses para fichar elementos que vendrían con la etiqueta de “independientes” e incluso con la de “independentista”. No en vano hace muy poquito que Sánchez recordaba en una conversación privada que, en la República, Lluís Companys fue nombrado ministro de Marina, lo que ya es nombrar.
Pero esto es fer volar coloms, como decimos en mi tierra, especular por especular, fantasear con humo, porque, insisto, ni Sánchez sabe lo que hará ni si lo hará ni cuando lo hará. Cuando el responsable del Gobierno es un ventajista, es lo que hay.