Nunca he entendido muy bien la alegría contenida que desborda con las campanadas, pues el nuevo año no tiene necesariamente que cambiar nada. Uno compra un nuevo calendario para la cocina, señala en rojo la fecha de su cumpleaños y del de algunos familiares; y reflexiona sobre la cada vez mayor lejanía de la tierna edad de la inocencia y la irremediable proximidad del reumatólogo. O del proctólogo.
Es difícil recordar un año en el que todo haya mejorado de repente en enero. Más bien, al contrario. Hubo uno en el que, a los pocos días de que terminara de tocar la Filarmónica de Viena, se desató un maremoto en Japón y eso provocó un desastre humano y nuclear que todavía no se ha reparado por completo. Y no hay que irse tan lejos. A finales de 2019, se recibían las primeras noticias de un virus chino y lo primero que se venía a la cabeza era la gripe A o a la peste porcina. Es decir, amenazas de baja intensidad. Un mes después, se declaraba la alerta mundial. Hoy, con todo patas arriba y la civilización, atrapada con grilletes, quien más, quien menos, se pregunta por la efectividad de las primeras vacunas que se han inyectado para tratar de frenarlo, pues nuestro destino depende de ello.
Que nadie se olvide: en tan sólo un año, ha contagiado a al menos 83 millones de personas y ha matado a 1,8 millones.
"El 30 de diciembre fue el peor día desde que la pandemia se declarara en el mundo: se batió el récord de muertes (14.800) y se contagiaron 720.000 personas"
La propaganda de los gobiernos vende que en los próximos meses todo mejorará y es comprensible que insuflen moral en la tropa, pero otra cosa es mentir a los ciudadanos sobre su futuro y generar falsas expectativas. La realidad es que el 30 de diciembre fue el peor día desde que la pandemia se declarara en el mundo: se batió el récord de muertes (14.800) y se contagiaron 720.000 personas. En Reino Unido, donde ha surgido una variante más agresiva del virus, hubo 50.000 nuevos afectados. Las consecuencias en una o dos semanas en su sistema hospitalario pueden ser tremendas. Quizás alguno, mediado enero, ya eche de menos 2020.
No es por ser cenizo, pero es que el optimismo colectivo suele ser la mejor puerta de entrada para los indecentes, de ahí que haya que emplearlo con moderación.
Falsas esperanzas
Vacunaron el pasado domingo a Araceli y el Gobierno pareció transmitir que los bomberos habían llegado para apagar el incendio y que el proceso es imparable. De hecho, incluso anunció al ministro de Sanidad como candidato del PSC a las elecciones catalanas, en otra demostración de que la gestión de la crisis sanitaria ha estado emponzoñada por la política. Y de que esos llamamientos a remar juntos eran, en realidad, apelaciones a proteger sus propios intereses, que no los comunes.
Mientras se desarrolla esta obscena campaña propagandística, la vida normal está lejos de volver y no parece que en 2021 vaya a presentarse por sorpresa. De hecho, las vacunas que tendrá España a su disposición en su primer trimestre permitirán inmunizar sólo a una parte de la población de riesgo, lo que obligará a mantener las medidas que sirven para prevenir los contagios. El inicio de la solución no será ni mucho menos el remedio contra la enfermedad, del mismo modo que la colocación de la primera piedra de un edificio no permite dar por hecho que se pueda entrar allí a vivir desde ese mismo día.
Suena duro, pero todavía morirán muchos ciudadanos por covid y por el colapso del sistema sanitario público. También quebrarán miles de empresas, la deuda del Estado aumentará, sectores claves, como el turismo, verán cómo sus cimientos adelgazan un poco más y la economía de cientos de miles de familias dependerá de la prolongación de los ERTE o de los subsidios, que permiten subsistir hoy, pero que conducen a la pobreza y a la caridad mañana. Ocurrirá igual con los fondos europeos para la reconstrucción: la guerra que se ha desatado entre los interesados por este dinero -los juegos del hambre- es una muestra perfecta de la situación del país, que es la de un lugar del mundo en declive y una economía productiva que en un momento de crisis quiere aferrarse a papá Estado para obtener el oxígeno del que carece. La prensa, claro, lo omite en su mayoría, pues quien paga la publicidad, manda.
A esto se suma el hecho de que el Ejecutivo -con peligrosos tics autoritarios- se ha tomado la permanencia en el poder como su único gran objetivo, lo que le ha obligado a rebajar los escrúpulos que aplica en su día a día; y a ofrecer burda publicidad panfletaria institucional por encima del nivel recomendado. Tal es así que la política española cada vez recuerda más a la peronista. Al tiempo que todo se llene de cartelería que ensalce los logros de Pedro Sánchez. Las primeras vacunas ya vinieron con pegatinas de Moncloa.
Podrán empeñarse los Ivanes Redondo de turno en transmitir optimismo para 2021. Incluso los contactos más empalagosos de Facebook o WhatsApp podrán esforzarse por insuflarle a usted moral con memes sobre el próximo final de la pandemia o sobre el reciente inicio de la era de Acuario, que dicen los astrólogos que traerá prosperidad al mundo.
El problema es que los años no discurren como los capítulos de las comedias de situación de Netflix, en los que las preocupaciones terminan cuando aparecen los títulos de crédito. Mañana usted se levantará un día más viejo, al final de 2021, será un año más mayor y, hasta nuevo aviso, no podrá viajar a otro país sin que violen sus narices con una pértiga, ni visitar a su familia sin temor a contagiar a alguien, ni siquiera acudir a un restaurante sin preguntarse dónde demonios se tiene que dejar la mascarilla mientras come una paella.
Si su negocio va mal y la pandemia no mejora -y no hay visos de ello-, en 2021 nada parece indicar que remontará, como ocurrirá con el país y con el mundo en general. Pero consuélese: la vida son rachas. Ya mejorará. Es cierto que nadie nos pone delante un papel con las reglas del juego antes de iniciarla, pero también lo es que, pese a que la providencia es cabrona y los instintos humanos, todavía más, esto, a fin de cuentas, no está tan mal. Que tengan feliz año...pero, como ocurre con la reencarnación o con la siguiente temporada de su serie favorita, no esperen que lo que venga vaya a ser mejor.