La estrategia de agitación permanente consiste en eso mismo, en no dar tregua ni un minuto. Mañana, tarde y noche insistiendo sobre lo mismo, marcando la agenda y apropiándose del presente. Es la propia de revolucionarios y de los que se ven cerca del poder y quieren acelerar los trámites de acceso a la poltrona.
Podemos nació como una inmensa y bien engrasada máquina de agitación. Primero callejera, luego televisiva y, desde que se colaron en las instituciones hace ya dos años, de todo lo demás. Conocen la técnica, la ensayaron durante largos años en la calle y en los medios alternativos ignorados por el gran público. Saben que tecla tocar y cuando hacerlo para convertir la política en un espectáculo de dimensiones épicas, a ratos casi cinematográfico.
Presos de un infantilismo heredado de otra época, viven en permanente campaña electoral
Lo comentaba hace dos días Jorge Vilches en estas páginas. Presos de un infantilismo heredado de otra época, viven en permanente campaña electoral. Las campañas necesitan gasolina mediática y alpiste para recompensar los esfuerzos de los adictos a la causa, la alegre muchachada que menudea por las redes sociales buscando bronca. Durante años de ambas han ido sobrados. Esa es una de las razones por las que están donde están.
A Podemos la gasolina no les ha faltado desde el mismo momento de su fundación. El alpiste tampoco. La primera no les cayó del cielo, pero sí de Moncloa, que es, en definitiva, adonde todos quieren llegar algún día. Tenían montado ya el taller y una llamada de Soraya hizo el resto. A partir de ahí la fábrica de mantras en horario de máxima audiencia se puso en marcha. Aún no se ha detenido. El segundo, la provisión de alpiste, acusa cierta fatiga. Sigue siendo abundante, pero es de peor calidad y, sobre todo, hay menos demanda. De ahí que sea cada vez más difícil mantener el motor carburando.
Si abusan, el respetable se cansa y pierde el interés. Si no comparecen durante esos cuatro años desaparecen del imaginario colectivo
Las legislaturas son muy largas, cuatro interminables años, y, como es lógico, los tiempos en política se ajustan a ellas. Todo tiene su momento y sus ritmos. Los más viejos saben como ir modulando los mensajes en función de la cercanía de las elecciones. Es un equilibrio delicado. Es tan fácil pasarse como no llegar. Si abusan, el respetable se cansa y pierde el interés. Si no comparecen durante esos cuatro años desaparecen del imaginario colectivo y luego cuesta mucho dinero refrescar la memoria al personal en la campaña electoral.
En las democracias asentadas de renta alta y clase media, es decir, en la democracia española, la gente del común no está todo el día con las cosas de la política. Tienen su vida y sus afanes. Es bueno que así sea. El agitador, por el contrario, se pasa el día pensando en política, haciendo política, enredando con la política, politizando hasta los recovecos más íntimos de la vida privada. Es su norte y su sur, su vida entera, todo lo filtra a través de categorías políticas, por eso repiten tanto aquello de lo personal es político. Y no, lo personal no es político. Lo personal es personal. A Dios gracias.
Partidos como Podemos nacieron en el descontento y viven de él. Que la gente esté de mala uva es su razón de ser
La gente normal, la que paga impuestos y pone en marcha la economía a diario, la de quiniela y el café con leche al punto de la mañana, tiene su propia vida. Aspira a que les dejen en paz, a que no se choteen de ellos y a que Hacienda les quite lo mínimo imprescindible. Por esta razón la politización es una mala hierba que solo arraiga en el descontento. Partidos como Podemos nacieron en el descontento y viven de él. Que la gente esté de mala uva es su razón de ser. Cuando el descontento se esfuma los trazos del partido que lo encarnaba se desdibujan.
Y en esas están los de Pablo Iglesias. Lo saben porque tontos no son y porque auscultan el tejido social continuamente. Con la base social desmovilizada y poco proclive a los heroísmos de antaño, tienen que mantener el entusiasmo. Llegado un punto eso solo se consigue redoblando la apuesta.
La audiencia anda ya con el callo muy endurecido después de tantos años de jácara y zarabanda. Más de lo que sospechan
La herramienta más poderosa que la Constitución entrega a la Oposición es la moción de censura. Es como el comodín del público del popular concurso “¿Quién quiere ser millonario?”. Pero solo se puede echar mano de ella una vez. Y no porque lo impida el reglamento, sino porque el que no consigue sacar adelante una moción de censura queda él mismo censurado. La cuestión de confianza muta de este modo en desconfianza hacia el censurador.
Podemos tiene prisa. Quizá demasiada. Está quemando etapas a una velocidad pasmosa impelidos por la disciplina que ellos mismos se han impuesto de ofrecer un asombro diario a la audiencia. Pero la audiencia anda ya con el callo muy endurecido después de tantos años de jácara y zarabanda. Más de lo que sospechan. Como con la telebasura se ha vuelto insensible a cierto tipo de estímulos. Por la cuenta que les trae deberían descontarlo.