Opinión

Nuestra cultura democrática

El país está roto. Es metafórico y es hiperbólico, pero no por ello deja de ser cierto. 

España es un país en el que el partido hegemónico puede sacar adelante una segunda investidura

  • Pedro Sánchez en el debate de investidura -

El país está roto. Es metafórico y es hiperbólico, pero no por ello deja de ser cierto. 

España es un país en el que el partido hegemónico puede sacar adelante una segunda investidura concediendo una amnistía ad hoc “por la convivencia” sin que sus bases -las ciudadanas y las periodísticas- se atrevan a decir una palabra. Somos un país en el que el partido que fulmina la separación de poderes y justifica sin sonrojarse el desprecio absoluto por los límites legales, éticos y hasta factuales en la política, sale el mismo día a denunciar por inconstitucional una estrategia de la oposición para dilatar el proceso autodestructivo en el que nos ha instalado. 

“La reforma exprés del Reglamento del Senado es una demostración más del desprecio del Partido Popular a la Constitución”, decía el martes la portavoz socialista en el Senado. Las primeras palabras del mensaje venían además con tono apocalíptico, arrebatado aunque solemne, como de cambio de ciclo. “¡Día aciago para el parlamentarismo español!”. Esa misma semana, un sindicato policial remataba el mensaje de la portavoz del PSC con una frase para la historia de la desvergüenza: “Seas quien seas, nadie está por encima de la ley”.

El contexto de todo esto es la amnistía, como ya habremos olvidado en un par de meses. El mensaje del Sindicato Unificado de Policía -”nadie está por encima de la ley”- es un porrazo figurado a la realidad que acompaña a los porrazos reales en las protestas pacíficas contra un hecho indiscutible: el PSOE ha demostrado que sí hay gente que está por encima de la ley. Y hay españoles que lógicamente no lo ven bien. Es decir, hay españoles -día aciago- que no son del PSOE. Parece mentira, dificulta la convivencia y fomenta la crispación, pero es así. Algunos de esos españoles se atreven incluso a manifestarse en la calle. Y se encuentran con la respuesta firme y contundente -ni que estuviéramos ante un conflicto político que hay que reconducir- del Estado. Una mano suelta el porrazo físico, la otra suelta el porrazo político y el ciudadano cumplidor se va a casa calentito. 

España seguirá siendo una democracia en los próximos años, y seguirá también avanzando en el proyecto autodestructivo en el que nos ha instalado, democráticamente, el PSOE

El país está roto, pero no políticamente. Eso sería infravalorar la dimensión de la fractura. Nuestro verdadero problema no son los partidos mayoritarios, que oscilan entre la pulsión tiránica y la inercia indolente. Lo preocupante no es tampoco que tengamos un permanente problema territorial, un permanente problema con la Constitución, un permanente problema con la violencia política o un permanente problema con la separación de poderes. Todo esto es consecuencia de una fractura previa y más grave. El país está roto por nuestra cultura democrática, como paradójica e hipócritamente señalaba la portavoz del PSC en el Senado.

Nuestra cultura democrática está dominada por conceptos como convivencia, voluntad de la mayoría, progreso, consenso o superación del pasado. No es que todos ellos sean malos, sino que se esgrimen como un bien absoluto. Y al convertirlos en un bien absoluto se eliminan los contrapesos que evitan que una democracia limitada pueda convertirse en una democracia desatada, en una democracia tiránica o en una democracia al servicio de un partido o de un bloque ideológico. España seguirá siendo una democracia en los próximos años, y seguirá también avanzando en el proyecto autodestructivo en el que nos ha instalado, democráticamente, el PSOE.

Nuestra cultura política consiste en creer que la verdad debe adaptarse a la opinión de la mayoría. Que todo lo democrático es bueno. Y que sólo la dictadura formal, la imposición al margen de los parlamentos, es nociva. Pero limitar la democracia no es malo; ni siquiera es un mal menor. Limitar la democracia significa limitarnos a nosotros, que venimos al mundo bastante torcidos. 

Somos el resultado de unas tendencias psicológicas que no podemos controlar -gregarismo, debilidad ante la presión social, necesidad de aceptación- y de una pedagogía política que debería habernos proporcionado desde pequeños las herramientas necesarias para contrarrestar esas tendencias psicológicas: heroísmo individual, tolerancia a la soledad, reflexión pausada, desapego hacia lo material, ejemplos y referentes universales.

Por desgracia, las lecciones fueron por otro lado. Y ahí tenemos el resultado. La risa psicopática de Sánchez en el Congreso, dirigiéndose a la oposición. La humillación posterior ante la jactancia de Rufián y Nogueras. Y los aplausos y los elogios. Por la convivencia, la democracia, el progreso y el futuro.

Apoya TU periodismo independiente y crítico

Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación Vozpópuli