Opinión

Chanel: La izquierda mediática se ha vuelto a equivocar (oh, sorpresa)

Lo que antes indignaba a las meapilas, ahora escandaliza a las feministas, quienes consideran casi como una esclava del sistema a una mujer que decide bailar con menos ropa de la que consideran pertinente

  • Chanel Terrero -

Hay una doctora en Derechos Humanos, Democracia y Justicia Internacional por la Universidad de Valencia que en su perfil en las redes sociales ha considerado conveniente aclarar que es “feminista, socialista, republicana, agnóstica y vegana”. A tiempo completo, seguramente. El pasado lunes por la noche, difundió la siguiente reflexión: “Quienes creemos que una canción que invita a prostituirse enseñando el culo no somos moralistas, sabemos que la imagen y el mensaje no son inocentes, ahora tenemos esta letra vomitiva en todas las emisoras y las niñas quieren ser Chanel y no investigadoras, ¡vamos bien!”.

Resulta muy fácil añorar la era analógica cuando se aprecia que la multiplicación de altavoces que ha traído aparejada la maldita “era digital” ha servido para sobredimensionar grupos que son más pequeños de lo que parece. También ha provocado que sus monsergas tengan una difusión internacional.

Hace unos años, un pastor evangélico se hizo viral porque aseguró que “Los Nintendos” eran aprovechados por el demonio para inocular el mal en los niños que juegan a videojuegos. Ahora, un grupo sectario que comparte características con estos fundamentalistas, como es el de la izquierda woke -la izquierda beata-, trata de convencer al personal de que las niñas ya no quieren ser biólogas, sino imitar a Chanel. Que, al parecer, está muy alejada del concepto del bien. La apelación a la superchería es muy similar.

La gloria de Chanel

No conviene pasar de puntillas sobre lo que ha ocurrido con la representante española en Eurovisión porque -guste o no su canción- ayuda muy bien a medir el verdadero efecto que tienen sobre la sociedad española los mensajes que lanzan los líderes espirituales del progresismo mediático. Los que invierten día y noche en la escritura de mandamientos en las redes sociales y los que arrinconan las realidades que no les interesa aceptar hasta convertir a sus defensores en los Galileo Galilei contemporáneos.

En este saco están desde la tertulia de Ferreras -se pegan por ir los periodistas patrios, reconvertidos en especialistas en todo y nada- hasta los Rosa María Artal y Javier Crudo. Este último, criticó con dureza la elección de Chanel para Eurovisión porque consideraba que el alegato feminista de Rigoberta Bandini (¡Eureka! ¡Qué rompedor es decir que las madres menstrúan! ¡Tres hurras por los que descubren lo evidente tras tantos años de ignorancia!) era muy superior al “dum dum dum” de la hispano-cubana.

Pablo Echenique o Xabier Fortes se adhirieron a esa campaña, al igual que tantos críticos eurovisivos. Incluso el Partido Popular se unió a las hostilidades. Porque los populares siempre hacen igual: asumen como propios algunos postulados de la izquierda radical para que el electorado no les vea como “carcas”.

El otro día, después de que Chanel consiguiera la mejor puntuación de España en muchos años -tras una actuación que destacó por su potencia- todos rectificaron y la aplaudieron. Esto demostró que su gran vicio es el oportunismo, que es el que les impulsa a esforzarse más por permanecer dentro de la corriente mayoritaria que por defender sus ideales. Pero todo esto también deja claro que su importancia e influencia son mucho menores de lo que se estima. Lo que ocurre es que tienen altavoces muy potentes. Pero no son tantos los que les hacen caso; y muchos menos los que les creen. Pertenecen a una minoría.

Porque la España real no es la que trata de silenciar a quienes cuestionan la descacharrarte teoría queer o la que intenta imponer por ley todas las medidas discriminatorias que impulsa el ministerio de Irene Montero. O la que reclama libertad de expresión quemando las calles o desnudándose en mitad de una calle. O la que la emprende contra una escritora y la define como falangista por defender la maternidad y la vida en familia a la antigua usanza.

La España real tampoco es la que defiende que enseñar el trasero en un escenario es un gesto liberador. Afortunadamente, hay conductas que ya han dejado de impresionar porque son normales a pie de calle. Por eso, se puede decir que el puritanismo ha cambiado de bando. Lo que antes indignaba a las meapilas, ahora escandaliza a las feministas, quienes consideran casi como una esclava del sistema a una mujer que decide bailar con menos ropa de la que consideran pertinente. 

Lo que antes indignaba a las meapilas, ahora escandaliza a las feministas, quienes consideran casi como una esclava del sistema a una mujer que decide bailar con menos ropa de la que consideran pertinente

Todos estos son los que declararon Puente de Vallecas como suyo pese a que Ayuso les arrasó en sus calles. Los que quisieron eliminar la misa de La 2 (así lo pidió Alberto Garzón) mientras actualmente alcanza audiencias que rondan el 13%. Y los que inciden en que no calcularon bien el efecto sobre los precios de la Agenda 2030. En otras palabras: los que se equivocaron porque la realidad es muy distinta a la que tienen en su cabeza. Por eso, siempre se equivocan.

El caso es que son insistentes. Son pesados hasta la saciedad y no pierden ninguna oportunidad para difundir sus postulados y tratar de imponerlos contra viento y marea. O para avisar del peligro de la ultraderecha; una denominación -la de ultraderecha- con la que se refieren a los partidos patrioteros y populacheros que apoyan cada vez en un mayor número todos aquellos que dejaron de creer en las recetas inefectivas e integristas del progresismo pop. Y que son un coste que ahora todos debemos pagar. Más radicales, menos bienestar. 

Lo de Chanel es la última anécdota. Frente al nacionalismo de las Tanxugueiras y el feminismo morado de Rigoberta, España concursó con una versión apañada de Jennifer López. Que gustó a los europeos y que agrada a una buena parte de la población. Como Bad Bunny o la cultura popular más chabacana. ¿Y qué? ¿Acaso todo lo que está en la esfera pública debe ser sublime o estar sometido a las directrices ideológicas de la izquierda? ¿Acaso es mala la diversión sin moraleja o todo aquello que no persiga aleccionar? ¿Acaso es mejor el lugar común del editorial de El País de este martes que el “dum dum dum”? ¿En qué momento ha hecho esta gente interiorizar a la opinión pública que sólo lo suyo es bueno y legítimo?

Siempre se equivocan. Y siempre es motivo de celebración que España se rebele contra eso y les deje como lo que son: excéntricos con altavoz. Lo que nunca debieron dejar de ser.

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