Opinión

Meloni y el malestar de los que pagan la factura de la luz

No se puede calificar de antidemócratas a quienes apoyan a Meloni. ¿Acaso es falso el malestar de la población por el empeoramiento de sus condiciones de vida?

  • La ultraderechista italiana, Giorgia Meloni, en un TikTok. -

El gran líder de la Unión Soviética murió un martes por la noche de un infarto fulminante. El mundo entero quedó conmocionado y los principales analistas internacionales plantearon la siguiente pregunta: ¿cómo cambiará el contexto geopolítico esta crucial desaparición? Antes de que el paso de los días clarificara la situación, el presidente de Estados Unidos falleció en las mismas circunstancias. El corazón le reventó el mismo día de la semana... siete días después. La parca se presentó con un cronómetro en la mano.

Los americanos decidieron designar un sucesor que ejercería hasta las siguientes elecciones, pero, sorpresa..., el martes siguiente murió en idénticas circunstancias. “Una ola de supersticioso terror se desató en todo el mundo”, dado que una maldición había comenzado a afectar a los hombres más poderosos: cada semana, moría quien se encontraba en la cúspide.

Los presidentes de los países del G-20 y de las multinacionales más relevantes dimitieron de sus cargos en los días posteriores. Uno de los candidatos a las elecciones de Argentina se incriminó en un asunto turbio de corrupción para conseguir que los votos se fugaran hacia su rival. Perder era una cuestión de vida o muerte.

Con el paso de las semanas, se produjo un relevo en las altas instancias planetarias, lo que acercó más que nunca al 'pueblo' a los puestos de decisión. ¿Por qué? Porque quemaban. Aseguraban la muerte y, por tanto, dejaron de ser sinónimo de poder para convertirse en morgues.

Este cuento se incluye en Historias del atardecer, una recopilación de relatos del grandísimo Dino Buzzati. Sus líneas recuerdan dos máximas sobre la élite que suelen olvidarse. La primera es que puede ser eterna (o tender a serlo), pero no inmutable. De hecho, si no tiene esta capacidad de transformación, tarde o temprano perderá su estatus.

La segunda conclusión es que el establishment, cuando se siente amenazado, reacciona de forma rotunda y hace todo lo posible para mantener su robustidad. A veces, realizando un ejercicio de gatopardismo como en el citado relato. Es decir, provoca un cambio de tornas para mantener su misma situación de privilegio. Si gobernar implica morir, no hacerlo te convierte en el verdadero afortunado.

El Brexit y la victoria de Trump

Fue sugestivo leer esta historia el pasado domingo por la noche, mientras los contertulios de las diferentes cadenas de televisión advertían del riesgo que suponía la victoria de Giorgia Meloni para la estabilidad de la Unión Europa y para la del frente inquebrantable en favor de Ucrania de la OTAN.

Un periodista de El País escribió lo siguiente: “después del movimiento que impulsó el Brexit y la victoria de Trump, ahora el nacionalismo aúpa al poder a una formación de extrema derecha en el corazón de la UE”. En otras palabras: la sociedad había vuelto a ser intoxicada por los radicales y los difusores de fake news; y eso le había llevado a votar de forma equivocada. A ejercer 'mal' su derecho.

Vayamos por partes. En primer lugar, hay que ser honesto y reconocer que desconfío de Meloni por la misma razón que no me creí ni a Podemos ni a Vox. En ambos casos, hubo un malestar social muy cierto que impulsó el nacimiento de estos partidos. Lo mismo ocurre con la candidata italiana. Ahora bien, estos nuevos líderes contemporáneos caen tarde o temprano en una de las grandes trampas de la política, que es la paranoia interna. Pablo Iglesias desató una caza de brujas en su formación para afianzarse en su cabecera.

Un fenómeno similar ha ocurrido en las últimas semanas en Vox. La cuestión se resuelve en dos preguntas: ¿de veras a los ciudadanos les importa más que un bledo el asunto de Macarena Olona? ¿en qué consiste entonces la política? ¿En ofrecer ideas y soluciones... o en colocar piezas y buscar ratas para exterminarlas? ¿Cuál es el verdadero propósito de esa actividad, pues? ¿Mantenerse o gestionar? En los hechos se encuentra la respuesta.

Celebro la emoción de quien piensa que las formaciones radicales son un motivo de esperanza. Sinceramente, no creo que en la política esté la solución a muchos problemas. Máxime si lo novedoso, en la interna, se gestiona de la misma forma. A fin de cuentas, todo emerge y todo naufraga de la misma forma en esta actividad, tan ineficiente en España y en la Unión Europea en los últimos años.

El malestar social innegable

Dicho esto, no se puede calificar de antidemócratas a quienes apoyan a Meloni. Porque estas fuerzas disruptivas suelen acertar en su diagnóstico; y es evidente que el ciudadano medio se siente identificado cuando una candidata -chillona- le habla de su pérdida de prosperidad. Porque los sud-europeos viven desde hace varios años peor, con trabajos más precarios, facturas más elevadas, menos confianza en el ascensor social y, desde hace unos meses, con una inflación que les desborda.

Los intoxicadores de la prensa y las redes sociales pueden contribuir a agrandar estas cuestiones -o a exagerar los problemas sociales que generan cuestiones como determinada (y digo determinada y muy determinada, con total oposición al sesgo racista) inmigración-, pero esa percepción de los ciudadanos sobre su propia vida no es errónea. La notan al salir a la calle o al mirar su cuenta corriente. O a sus hijos, cuyo futuro pinta todavía más negro.

El problema es cuando el establishment niega estos problemas, bien para protegerse, bien para camuflar su incapacidad para resolverlas; o bien porque su sectarismo ideológico ha impulsado problemas como el relacionado con el aumento de la factura de la luz. Es entonces, cuando surgen frases como la anterior: “Después del movimiento que impulsó el Brexit y la victoria de Trump, ahora el nacionalismo aúpa al poder a una formación de extrema derecha en el corazón de la UE”.

¿Nacionalismo o malestar? ¿De veras lo primero pesa más que lo segundo? Es evidente que no, pero el poder, cuando se ve en peligro, se protege; y lo hace de cualquier forma, ya sea advirtiendo del riesgo para la estabilidad de los nuevos -alternativas ruidosas para incautos-, ya sea lamentando la forma de 'pecar' en las urnas de los electores que han sido manipulados y los apoyan; o ya sea, como en el cuento de Buzzati, desalojando los puestos de mando para seguir en una situación privilegiada. Así lo escribió este periodista... y así lo ha hecho en el pasado, a su modo, el propio Silvio Berlusconi. Curioso.

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