Que nadie se ría, porque en el hemiciclo – hemicirco, que decía Pich i Pon, alcalde lerrouxista de Barcelona – había no poca gente interesada en que el candidato socialista les suministrase la mandanga que les camela. Los podemitas, la de un gobierno en el que el comunismo bolivariano y cañí tenga peso, mando en plaza y una visibilidad que Sánchez pretende ocultar a propios y extraños, dado que tiene a Europa horrorizada; los del ramito amarillo, con su eterno rollo de querer que se les sancione oficialmente como los reyes del bullying del patio político catalán; los vascos, que van a la suya y, a la chita callando, viven mejor que el resto de los españoles.
Estando el asunto tan complicado, alguien en el PSOE, donde, aunque no lo parezca, todavía queda algún resto de vida inteligente, le susurró a Pedrete que echara a esos chavalotes, no fuera cosa que le perjudicaran, pero Sánchez, en un momento de arte, le dijo que se apalancara en el escaño porque él estaba a gustísimo. Y marcando el compás con el pie, taratatatá, nuestro hombre se puso a escribir ni corto ni perezoso una versión del popularísimo tema del Fary, La Mandanga: “Me metí en el Congreso, soy tímido y me asusté, partidos con sus escaños y bien rubia la Batet, hablaban de cosas raras, de lo cual no me enteré, les diré lo que decían, a ver si lo sabe usted: que dame la mandanga y dame PSC, dame chocolate que me ponga bien, dame batasuna que tié buen olor, dame separatas, dame Puigdemont”.
Claro. Si es lo que dice Sánchez a la gente, hay que dejar a separatistas, podemitas, bilduetarras y todo aquel que quiera cargarse a España que camine como camele, qué carajo. ¿Qué quieren mandanga en forma de referéndum? Pues fenomenal. ¿Qué Navarra ha de batasunizarse y convertirse en un apéndice del País Vasco? Pues adelante. ¿Qué habría que declarar a Amancio Ortega enemigo público número uno? Faltaría más. Si esos chavalotes que han de apoyarlo quieren mandanga, ¿quién es el doctor Sánchez para decirles que no?
Bien se lo dijo Santiago Abascal a Sánchez en una de las intervenciones más crudas y veraces que hemos escuchado nunca desde el atril del congreso: que, entre Otegui y Ortega Lara, el candidato prefería al primero
Y la mandanga política, esa droga que convierte a personas que podrían ser perfectamente decentes en unos auténticos peligros con patas, circulaba abundantemente entre escaños, con Bildu, ¡Bildu!, absteniéndose en la votación. Bien se lo dijo Santiago Abascal a Sánchez en una de las intervenciones más crudas y veraces que hemos escuchado nunca desde el atril de oradores en el congreso: que, entre Otegui y Ortega Lara, el candidato prefería al primero. ¿Alguien se imagina a Felipe González o a Alfonso Guerra – ya no digamos Suárez o Fraga – eligiendo la misma oscura y terrible opción que Sánchez? Claro que no, pero la culpa la tiene la mandanga de la Moncloa, que vuelve adicto a cualquiera que la pise. En el caso de Sánchez es peor, porque, sin pisarla, ya tenía síndrome de abstinencia.
Y, por si alguno de los lectores considera frívolo este modesto billete, sepan que mandanga y política son dos elementos citados por el propio Marx, ya saben, la religión es el opio del pueblo, decía aquel burgués que no trabajó no un solo día en su vida y, además, dejó preñada a su criada para luego ponerla de patitas en la calle.
Yo creo que esta letra bien podría cantarla algún diputado cuando se cruce con Sánchez en los pasillos. Ahí tienen, como sugerencia, a mi querido Juan Carlos Girauta, que se ha desempeñado con notable solvencia cantando por Serrat en algunas ocasiones memorables, y a mi no menos querida Inés, que lleva el compás con las palmas con un arte que quita el sentío. Un escrache musical por rumbas, vamos.
Cosas peores hemos visto en estas dos lamentables sesiones. Y las que nos esperan, si Dios no lo remedia.