Convendría que cambiáramos el chip. Nuestro sistema de análisis se ha quedado obsoleto y no sirve para entender ni una pizca de lo que se nos viene encima. Lo único imprevisible de lo ocurrido en Valencia es el volumen de la DANA, lo demás era previsible. Un ex concejal de Alicante apellidado Mazón, ascendido por el virtuoso procedimiento de la cucaña hasta la Generalidad de Valencia, estaba almorzando cuando le avisaron de la situación de emergencia –“cuando termine voy para allá”- y así se presentó bien pasadas las 7 de la tarde en la sala de mando. ¿Sabía qué hacer? No. ¿Tenía un equipo preparado para afrontar una catástrofe? Menos aún. Mientras, se agolpaban los muertos y el caos.
El presidente del Gobierno, enterado en tiempo real de lo iba sucediendo, con toda seguridad preguntó qué estaba haciendo su homólogo valenciano. ¿Quién llamó a quien, si es que llegaron a llamarse? No lo sabemos porque son adversarios y ninguno debe conceder una carta que pueda utilizar el enemigo, que no era la DANA; conviene tenerlo presente. Un secreto sumarial que ya importa muy poco cuando los muertos se acercan a los 250. A partir de aquí solo hay muerte y desolación con el añadido de la vileza de pasarse los cadáveres como si se tratara de una mochila tóxica. Tanto hablar del fango doméstico y ahora estamos metidos en él hasta las cachas.
Se encontraron la incompetencia y el cálculo hasta alcanzar el delirio. Las leyes escritas y codificadas dan para justificarlo todo, pero hay actitudes políticas que no están para ser pasadas a papel. A los ciudadanos no se les puede decir que “el Estado somos todos” porque el primero en no creérselo es quien lo maneja. Una mentira bellaca. El Estado son Pedro Sánchez y Carlos Mazón, los demás somos súbditos y en ocasiones, no siempre, ciudadanos. Da vergüenza tener que repetir lo obvio. ¿Desde cuándo los informadores llegan antes que los socorristas?
El Estado estaba durante la catástrofe de Valencia y aún no hay prueba incontestable de que haya llegado de verdad. Los responsables principales por acción u omisión tienen nombres. Carlos Mazón por flagrante irresponsabilidad e incompetencia; Pedro Sánchez por omisión de sus deberes. Luego vienen los de la máquina del fango, que no son sólo los inventores de bulos sino los que echan capas de pintura marrón para salvar a los suyos. “La indignación popular se transformó en expresiones de la extrema derecha”, afirma un tipo como Ignacio Sánchez-Cuenca, probada mediocridad académica que ya se afirmaba buscando un hueco primero entre la socialdemocracia que abrevaba los veranos en Comillas y luego asesorando a Yolanda Díaz, pero que se mantiene bajo el aparejo de una cátedra. ¿Por qué la categoría funcionarial sustituye a la función real? Tiene todo el derecho a expresarse como parte del aparato intelectual, llamémoslo así, de la dirigencia de Sumar, pero es una impostura disfrazarse de catedrático para no mostrar su tarea fundamental de borrico de noria. Las agresiones son un peligro real en una sociedad traumatizada por la catástrofe, pero lo que hay que afrontar son las consecuencias de esa catástrofe; lo demás consiste en recuperar la normalidad democrática.
Los responsables principales por acción u omisión tienen nombres. Carlos Mazón por flagrante irresponsabilidad e incompetencia; Pedro Sánchez por omisión de sus deberes
Causa sonrojo enterarse que la primera preocupación de los adictos sea la de descubrir los hilos de la ultraderecha cuando los pueblos llevan una semana esperando la llegada del Estado, que lo hace tarde y con una organización deficiente. Un Ejército de Salvación con más voluntad que mando y estrategia. La única maquinaria engrasada es la Unidad de Emergencia informativa; los creadores de opinión doméstica. “El Presidente viste traje de Estado”, escribe Casqueiro, un periodista que lleva treinta años de incansable sumisión al mando. Es lo que tenemos y hay que padecerlo, por más que produzca arcadas.
No es que el Estado desapareciera en Valencia, lo patético es que no había las estructuras de estado capaces de afrontar una excepcionalidad. La Generalitat del señor Mazón estaba pensada para el disfrute del poder, como las anteriores, y no cabía en ese ensueño sustancioso que algo viniera a alterar el ordenado devenir de la vida política local. Valencia es un mundo y da para todo. Lo único inimaginable es que una DANA arrase con vidas, haciendas y poblaciones enteras; sucede una grande por siglo. En momentos así se conoce quién sabe dirigir y quien pertenece al escalafón. Antiguamente había unos vinos mediocres que se denominaban “vinos de garrafón”. Pues eso, trasladado a la política. Se mezclan bien, saben posicionarse, conocen el paladar del parroquiano, pero no le pidan que asuma riesgos, que eso son audacias que les pueden costar el sillón que llevan calentando durante años.
También sucede con los liderazgos impostados. El tiempo te puede ir convirtiendo en dirigente si sabes conjugar factores muy diversos. Siempre con la divisa de no cejar en el empeño. Pactas hoy con unos, mañana con otros; cancelas lo que puede debilitarte y vas haciéndote un adicto al mando. Ni siquiera llegan a afectarte los fracasos electorales si sabes jugar a tu favor las cartas que tienes sobre la mesa; si ayer fueron delincuentes, hoy pueden ser modelos arrepentidos. Lo que quieran salvo correr el único riesgo del que no se sale: abandonar el poder. El Estado eres tú, aunque haya que aparentar que no lo representas. Si es menester puedes ponerte el traje de Estado, como muy acertadamente apunta la servidumbre, pero luego debes cambiar la indumentaria para hacerte el más igual entre los iguales. Pero el mando es tuyo y sólo tuyo.
La invención del perdón es una herencia judeocristiana que entró en la política en fecha muy reciente. Pedir perdón se reduce a una consideración social que ya no tiene nada que ver con su raíz religiosa. Los líderes gustan de pedir perdón y luego negocian si eso conlleva restitución económica, que es siempre secundaria porque lo importante consiste en hacer público el Perdón con mayúscula.
La instrumentación del perdón es una farsa abominable. Que el presidente de una república como México, devenida narcodemocracia, exija una declaración de perdón al estado español por los desafueros durante el Imperio de los Austrias puede interpretarse como una excentricidad, pero refleja un síntoma de algo más trascendental: que el arte de pedir perdón es una herramienta política para tiempos de cinismo institucional. Nos perdonamos y nos beneficiamos. Ni Mazón y su incompetencia tienen perdón, ni Sánchez y su tancredismo tampoco. Las palabras no alivian a los que han de exhibirse desnudos y humillados ante un Estado incompetente que ellos sufragan.