El parte diario de guerra en tiktok con videos grabados por los propios ucranianos atacados entre ruinas y muerte ha sido esencial para que Occidente se sienta concernido y conmovido por la masacre de Rusia en Ucrania impidiendo esa apatía suicida propia de las democracias que desconocen la carestía.
Hubo un momento al inicio de todo en el que se llegó a creer que la sentimentalización de la sociedad occidental, muy estimulada al asistir por primera vez a una guerra desde el propio móvil, con códigos QR por doquier que enlazan a “La guerra en directo”, serviría paradójicamente a su fortalecimiento, a tomar conciencia de la realidad del mal acechando y la necesidad de protegerse para mantener su libertad.
Quizá los gobiernos se viesen obligados a cambiar de rumbo y abandonar la agenda 2030, que condena a la pobreza y a la dependencia a todos aquellos que se hallen fuera de una élite incentivada por intereses externos. Quizá esta guerra hubiese podido servir para que muchos entendiesen que no existe libertad, ni prosperidad sin un ejército bien armado dispuesto a defenderlas. Lo que se ha venido a denominar hasta convertirlo en un insoportable lugar común, el despertar europeo.
Ahora dudo que haya existido realmente ese breve instante en el que Europa decidiese corregir sus propias debilidades, al menos en el caso de España, donde ese prometedor despertar se reduce a que todo siga igual. Con la inercia adoptada en la pandemia por parte de los informativos y resto de programas transformados en propaganda de conducta ciudadana, los minutos posteriores a las imágenes de la guerra se destinan a plantear la solución que han encontrado a todos los problemas, incluso a calmar la impotencia por el sufrimiento ucraniano sin moverse del sillón. Bajar la calefacción.
La Airef ha fijado en 3.500 millones de exceso de recaudación por parte del Gobierno por la subida de los precios. Hay 20.000 millones para financiar del Ministerio de Igualdad
Mientras las élites se han enriquecido al crear un sistema de dependencia energética del gas ruso, excluido de las sanciones internacionales, se lanzan mensajes chantajeando a la población indefensa y atrapada en ese sistema perverso de colaboracionistas de Putin por no reducir el consumo energético. Bajar la calefacción no sólo computa en la lista de proezas de un ciudadano como alistamiento militar en las filas ucranianas, sino que consolida la ficción de que el precio desorbitado de la luz, el gas y el combustible (las facturas más intervenidas en términos impositivos excluyendo la fiscalidad indirecta) son una realidad inalterable culpa de Putin en la que el Gobierno no puede hacer nada. La Airef ha fijado en 3.500 millones de exceso de recaudación por parte del Gobierno por la subida de los precios. Hay 20.000 millones para financiar del Ministerio de Igualdad.
El gran problema en el que estaban inmersos nuestros gobernantes antes de la guerra en Ucrania era la emergencia climática, suspendida durante dos años por la llegada de otra emergencia de índole real, la pandemia de covid. Lo pernicioso de este momento es que la nueva realidad devastadora de Ucrania está siendo utilizada para profundizar y avanzar en la Agenda de ecopobreza y en las energías renovables, inestables e insuficientes fuentes de suministro que lastran la competitividad de nuestra industria y que, hasta que no se alcance el desarrollo tecnológico adecuado, requieren de las tan desterradas energías fósiles en territorio propio, pero no en los países de donde las adquirimos.
La guerra ha venido a ser utilizada para imponer la agenda verde como nueva forma de doma del descontento social la pérdida de calidad de vida con una falsa socialización del sufrimiento ucraniano
Lejos de que ese despertar del que hablaba Pedro Sánchez consista en una revolución energética encaminada a la independencia a medio y largo plazo del gas de Argelia, país de influencia rusa, el mensaje coordinado es la criminalización del consumo energético de los consumidores. La guerra ha venido a ser utilizada para imponer la agenda verde como nueva forma de doma del descontento social al identificar la pérdida de calidad de vida con una falsa socialización del sufrimiento ucraniano. Como si cada vez que nos dicen que vayamos al trabajo en bici estuviésemos ayudando a las víctimas de la guerra y salvando el planeta a la vez. La manipulación de una sociedad sensibilizada y sobrecogida por el horror para avanzar en su empobrecimiento, anulando su capacidad de protesta, es la propaganda que adormece y zombifica a los ciudadanos.
España habrá despertado cuando se lleve a cabo una revolución energética explorando el gas de esquisto, apueste por la energía nuclear, revitalice su Diplomacia e invierta en Defensa poniendo el foco en la frontera sur. Hasta entonces seguiremos igual de indefensos y expuestos empobrecidos y acostumbrados a una vida peor. Mientras China se enriquece al vender las materias primas como las de los paneles solares sin someterse a ningún plan ecopobre. Éste es el despertar europeo: bajar la calefacción.