El 1 de julio de 1966, Manolo Santana ganaba el Torneo de Wimbledon y se convertía en el número uno del tenis mundial. En aquel momento el tenis era un deporte que en España sólo lo practicaba una escasísima minoría en selectos clubes de la alta burguesía, donde, eso sí, a veces dejaban jugar a los humildes recogepelotas, uno de los cuales fue, precisamente, el gran Santana. Tener al mejor tenista del mundo era un motivo de alegría y de orgullo para los españoles pero no podía esconder el hecho de que en aquellos momentos aquí se hacía muy poco deporte y al tenis jugaban poquísimos.
Esto nos plantea la eterna tensión dialéctica entre la cantidad y la calidad. Aunque a veces puedan darse milagros como el de Santana, el mejor camino para llegar a tener grandes campeones deportivos es el de contar con una base de practicantes lo más amplia posible, con buenos entrenadores, con muchas instalaciones y con competiciones bien organizadas.
Pues creo que con las actividades intelectuales y académicas puede ocurrir algo muy similar. Y por supuesto, con las científicas. Esto viene a cuento porque, a lo largo de la semana pasada se han concedido los tres Premios que Nobel instituyó para las Ciencias: los de Física, Química y Medicina. La noticia ha pasado, como todos los años, bastante desapercibida en los medios de comunicación y, por consiguiente, en la opinión pública; y no debería ser así, porque saber algo de los mejores científicos del mundo y de por dónde van las investigaciones más avanzadas de esas materias debería concitar mucho más interés del que ahora se le presta en España.
Y si miramos el historial de los premios, desde que se crearon en 1901, nos encontramos con que los han ganado 633 científicos, de los que sólo dos han sido españoles
Además, la concesión de los Nobel también podría ser una buena ocasión para que todos los responsables de la enseñanza y la investigación científicas reflexionaran acerca de su funcionamiento y sus rendimientos. Este año el Premio de Medicina ha sido para un sueco; el de Física, para un francés, un austríaco y un estadounidense; y el de Química, para una norteamericana, otro compatriota suyo y un danés. Y si miramos el historial de los premios, desde que se crearon en 1901, nos encontramos con que los han ganado 633 científicos, de los que sólo dos han sido españoles y los dos, el de Medicina: el grandísimo Ramón y Cajal en 1906 y el también grande Severo Ochoa en 1959, bien que éste lo ganó con pasaporte de Estados Unidos, donde vivía y trabajaba desde la Guerra Civil, aunque sus años de formación habían sido españoles. Hace 116 y 63 años.
He empezado citando el caso de Manolo Santana, que nos enseña que, en deporte un país puede tener un genio aislado mientras el resto de sus ciudadanos apenas hace el menor ejercicio. Y al revés, un país puede tener una masa enorme de deportistas y, sin embargo, no contar con ninguna gran figura. No cabe la menor duda de que esta segunda opción es, desde todos los puntos de vista, mucho más deseable. Pero lo más probable es que, si hay una buena política deportiva, al final, de la cantidad acabará saliendo la calidad.
Si echamos un ojo al palmarés de los Nobel de Ciencias encontramos que lo encabezan 269 norteamericanos, 81 ingleses, 74 alemanes, 32 franceses y 20 japoneses. Científicos de grandes países en todos los sentidos. Pero también encontramos a 19 suizos, 17 suecos (aquí podemos pensar que, a los mejor, algo le ha ayudado ser compatriotas de los que los otorgan), 14 holandeses, 13 rusos, 12 canadienses, 10 austriacos, 10 daneses, 9 italianos, 7 australianos, 5 belgas, 3 húngaros, 3 polacos (madame Curie ganó dos ella sola) y hasta 3 argentinos. Llama la atención que sólo haya 3 chinos y 2 de Taiwán. Y si nos fijamos en las 69 Medallas Fields, el llamado Nobel de las Matemáticas, concedidas desde su creación en 1936, vemos a 14 norteamericanos, 13 franceses, 9 ingleses, 8 rusos, 3 japoneses, 2 australianos, 2 belgas, 2 italianos, 2 alemanes, 2 ucranianos y hasta 2 iraníes, y ningún español.
Algo puede estar España no ha sabido conjugar la extensión de la educación con la calidad de la enseñanza que se imparte en colegios e institutos
Como cuando se mira el medallero de los Juegos Olímpicos, la verdad es que a todos nos gustaría que hubiera algún español más en este ránking científico. Nadie puede dudar de que la ciencia y la investigación en España está mucho mejor que en tiempos de Cajal y de Ochoa, pero algo puede estar faltando para que pasen los años sin que un español se haga con una de esas medallas científicas.
Con la experiencia de 30 años como profesor de Secundaria, me atrevo a sugerir que una de las razones por las que no aparece ningún Manolo Santana de las Ciencias en España es por el desastre en que se ha convertido nuestra enseñanza media. España no ha sabido conjugar la extensión de la educación con la calidad de la enseñanza que se imparte en colegios e institutos. Con aprobados generales, sin exámenes externos, sin tensión competitiva y con atención sólo a la transmisión de ideología es muy difícil descubrir en la adolescencia a chicos –y chicas, claro- dotados y apasionados por los estudios científicos. Y cualquiera sabe que las vocaciones científicas o son muy precoces o son muy raras.
El caso británico
Me fijaré sólo en lo que hacen ingleses y franceses para descubrir jóvenes talentos y fomentar la pasión por el estudio.
En todos los centros británicos de Secundaria se presta siempre mucha atención a la aparición de alumnos aplicados a los que se les prepara para que consigan entrar en las grandes universidades inglesas, que, después de 8 siglos, siguen estando entre las mejores del mundo, precisamente por el rigor y el cuidado que ponen a la hora de admitir a esos alumnos.
Los franceses, si no se los carga Macron, que capaz es, también tienen métodos para descubrir a los mejores alumnos a los que se les prepara en liceos especialmente adecuados para entrar en las llamadas Grandes Écoles, de donde han salido las élites intelectuales y científicas, es decir, las élites tout court, desde tiempos de Napoleón.
La falta de sistema de selección de nuestra Secundaria debería provocar la rebelión de nuestros científicos, catedráticos universitarios y académicos para exigir a las autoridades políticas que hagan algo para encontrar a los manolos santana del futuro. Claro que poco se puede esperar cuando la ministra de la cosa, ni siquiera ha terminado una carrera.
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Karl
La escolarización pública obligatoria es hacer que el Estado le quite dinero a los "contribuyentes" para crear un conjunto de libros estatales y obligar a todas las mentes infantiles a aprenderlos. Es un horror aún mayor que la prensa estatal única, ya que aquí están implicadas las mentes no formadas de infantes.
Talleyrand
Un tema muy interesante. Sin buscar la excelencia, ella pasa desapercibida. Eso es lo que pasa con el sistema educativo español: busca igualar por abajo con lo cual los que sobresalen solo tienen alguna posibilidad remota de salir adelante. Ademas, las universidades estan totalmente politizadas (politicos en los cuadros de direccion) y desvinculadas con la industria local en un mundo lleno de demagogia continuacion del bachillerato lo que obliga a los mejores a emigrar o al subempleo eterno. No es un buen pais para progresar siendo honrado y sin estar afiliado a ningun partido. Como ejemplo de cultivo y busqueda de la excelencia tenemos a la comunidad judia: 0,03% de la poblacion y 24% de todos los premios Nobel. Y ademas dispersos por todos los continentes. Sólo hay que buscar y copiar lo que se pueda.
mroda
¿Que rebelión de científicos y académicos? Se exige, se suspende, se demanda esfuerzo, y las autoridades lo anulan. Pero el autor tiene algo de razón. Hay profesores que rechazan hasta el concepto de elite científica, prefiriendo la mediocridad del conjunto en aras de una "felicidad" del alumno, felicidad que no saben definir, pero que sería la felicidad de los borregos del rebaño.