Opinión

“El doctor Sanchezstein, supongo”

El Gobierno Frankenstein ha mutado en el 'gobierno del doctor Sánchezstein', un artefacto tóxico nacido para durar

  • El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez

Primero fue ‘el Gobierno Frankenstein’, en feliz ocurrencia de Pérez Rubalcaba, el más certero de cuantos se dedican al márketing político. Con aquello de “España no se merece…”, se cargó al PP en diez minutos. Ahora ya lo llaman “El gobierno del doctor Sanchezstein”, un homenaje a aquella emisión infantil de los 70, especie de spin-off de ‘Los chiripitiflaúticos”. La naturaleza, ya se sabe, imita al arte.

Hay algo que la derecha española ha aprendido en estos últimos meses. A Pedro Sánchez, un político sin más escrúpulos que el afán de supervivencia, y sin más crédito que su osadía, hay que tomárselo en serio. Especialmente, cuando miente. O sea, siempre. Le dobló el pulso a la sobrevalorada Susana Díaz en dislocada competencia. La sultana andaluza, siempre en avanzado estado de soberbia, sobrevaloró sus fuerzas, su ‘gracejo’ y se olvidó de combatir el sólido programa de su contrincante: “No es no”. O lo que es lo mismo: “Hay que fulminar a Rajoy”. ¿Qué socialista, supurándole el rencor por las orejas, iba a rechazarlo, bajo el riesgo de incurrir en herejía? Los barones se achantaron y las bases, como es usual, se alienaron por el lado más extremo.

A Sánchez, un político sin más crédito que su osadía, hay que tomárselo en serio. Especialmente cuando miente. O sea, siempre

Con idéntico argumento, Sánchez presentó una improbable moción censura contra el maligno, es decir, contra el mismo Rajoy. En una tarde de traiciones, whisky y furia, conquistó su objetivo. Y aterrizó en la Moncloa adonde, dijo, llegaba tan sólo para convocar elecciones. Y ahí sigue. Por mucho tiempo. ¿Por cuánto?  A saber. “Los sabios se imponen un límite, incluso en lo honesto”, decía Montaigne. No diremos que Sánchez no sea honesto, que también, pero a buen seguro no es precisamente sabio.

Un cóctel explosivo

Sin embargo, ha dado con la fórmula mágica para mantenerse tranquilamente en el Gobierno, que no es lo mismo que gobernar. El cóctel es bien sencillo. Ha reunido a lo peor de cada casa y ha construido una mayoría de intereses con un nexo común: impedir que vuelva la derecha. La cosa funciona. Podemos engrasa su entrada en el Gobierno a base de agitar el espantajo del franquismo y los nacionalistas se relamen en la cárcel a la espera de tomar al asalto el edificio constitucional. Y los socialistas, que hace cuatro meses estaban muertos, se distraen ahora felices chapoteando en sus nuevos cargos, con sus espectaculares sueldos, sus flotas de autos con chófer y esa voluptuosidad placentera que da el poder. ¿Quién da más?

El Gobierno Sanchezstein ya no es un espejismo, un trampantojo o un cometa fugaz. Es una abrupta realidad, firmemente aposentada en un tenebroso presente y con voluntad de proyectarse hacia un incombustible futuro. ¿Presupuestos? ¿A quién le importan los Presupuestos? Tienen los de Rajoy. Y a seguir tirando millas (en Falcon o en Súper Puma). Sánchez, tan vano, diverso y e inconsistente, capaz de mudar de opinión cada dos horas o de contradecirse en cada suspiro, sonríe malicioso desde la cúspide del Palacio, y hasta le disputa protagonismo al mismísimo Rey.

Ha reunido a lo peor de cada casa, fórmula mágica para mantenerse tranquilamente en el Gobierno, que no es lo mismo que gobernar

El centro-derecha manotea entre aspavientos incapaz de aventar las disputas y centrarse en el objetivo común. Que no ha de ser otro que reinstaurar algo de sentido común  en este panorama endiablado. PP y Ciudadanos confían en que las elecciones de mayo les ponga a cada cual en su sitio y determine quién es el caballero y quién el escudero. Aún así, el espectro electoral de Sánchez se antoja difícil de quebrar, según apuntan los sondeos decentes. Lo que pierde Podemos lo gana el PSOE y el suflé separatista sigue vivito y coleando. Lo suficiente para que la suma se incline de su lado.

Algunos en el PP ya dan por perdidas las generales del 2020. “Demasiado pronto para Pablo”, comentan. Quizás en el 2004. O quién sabe. Llegado ese día lejano e ignoto, allí, a las puertas de la Moncloa, un individuo alto y de despreciable sonrisa, con gesto de pistolero canalla, como un personaje de Marlowe, saldrá a recibirle. Será entonces cuando el líder del PP, aún algo incrédulo, le inquirirá:  “El doctor Sanchezstein, supongo”.

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