Ahora sabemos que durante la Segunda Guerra Mundial los soldados de la Wermacht iban dopados con un producto denominado Pervitin, un cóctel de anfetaminas que los ponía como motos, permitiéndoles estar sin dormir hasta tres y cuatro días. Que los primeros éxitos de la Blitzkrieg o guerra relámpago se debieron en buena medida a esa sustancia está demostrado. Los estimulantes sirven para espolear a quienes pretendemos que nos obedezcan, como hiciera más lejos en el tiempo el Viejo de la Montaña, que desde su fortaleza de Alamut mantenía drogados con hachís a sus discípulos. Estos, viviendo en un mundo de ensoñaciones, cometían los crímenes que les ordenase el anciano al suspendérseles el suministro. El Viejo les aseguraba que si morían en su misión sería para retornar a aquellos paraísos, nunca mejor dicho, artificiales.
Hemos conocido por Jéssica Albiach que Cataluña ostenta el récord de ser la mayor distribuidora de cannabis de todo el continente europeo. Lógicamente, y en consonancia con su ideología comunista, Albiach ha instado a la generalidad a que se regule el asunto porque, citamos sus palabras, “Eso beneficiaría al campo, a la exportación, a la industria nacional – entiéndase, la catalana -, a reducir el consumo entre adolescentes, a crear puestos de trabajo y a incrementar los ingresos públicos”. También ha señalado que debe aprovecharse el enorme potencial que tiene el sur de Europa en la producción de dicha droga. Es decir, si legalizan el cannabis, ya se puede declarar la independencia porque a porros no le gana nadie a esta tierra.
Uno, modestamente, recuerda que esto del cannabis es relativamente moderno. Aquí siempre se había fumado hachís, el que se criaba en la zona del Rif y que trajeron a España durante la Guerra Civil legionarios y marroquís, consumidores habituales. Pero un buen día alguien trajo de Holanda semillas de Cannabis sativa, esa planta anual, dioica, originaria de las cordilleras del Himalaya perteneciente a la clase de las Magnoliopsida y al orden de las Urticales, las plantó, las vendió y el uso cambió incrementándose de manera astronómica el consumo.
En veinte años hemos pasado de 386 detenciones anuales por posesión de marihuana a 6.301. Hagan ustedes números. El autocultivo tiene mucho que ver con eso y, no lo neguemos, la laxitud de las autoridades a la hora de aplicar la ley a clubs de marihuana, plantaciones, reuniones en las que se consume masivamente y demás. Normal. Conozco al menos a medio centenar de los actuales diputados al parlamento catalán que, privada o públicamente, se jactan de haber fumado porros. Es una de las herencias de esa falsa transición en la que no consumir estupefacientes te hacía poco menos que franquista.
Condición catalana
Por lo tanto, en mi tierra, donde el bienquedismo forma parte de la natural condición catalana unido a la cobardía más tremenda, oponerse a las drogas siempre se ha visto como retrógrado, poco progre, como cosa del Opus, de Falange. Y ahora, mi pregunta. ¿No pasa lo mismo con el separatismo? ¿No es esa droga de uso común tan perniciosa como los porros? ¿No te hace parecer sospechoso el no consumirla, el no acudir a manifestaciones y demás aquelarres? No quisiera ir más lejos y decir que acaso algunos dirigentes de la cosa del lacito consuman ese porrito mañanero antes de sus abluciones, para luego soltar ante la plebe un poderoso discurso reivindicando que Cervantes era catalán.
Dios me libre. Pero si sé que algunos de sus principales dirigentes le dan a la lejía, que decía el Fary, de manera habitual. Y como sea que aquí se consume más que en el resto de España, haciendo unos simple cálculos matemáticos no es difícil llegar a la conclusión que estadísticamente tiene que existir un número considerable de separatas que también le arreen lo suyo a la mandanga. Lo digo porque como se pasan el día remachando que son mayoría, también tendrían un porcentaje de consumo mayor.
Todo eso son especulaciones alrededor de un hecho incontestable, como es que producimos cannabis para aburrir. Si es síntoma de prosperidad o decadencia es cosa que dejo a su criterio. A lo mejor será que, sin un colocón del quince, la vida en Cataluña es difícil de sobrellevar.