De ser vicepresidentes de ALDE a tener ya un pie fuera
Para los separatistas que están en el secreto, cualquier tiempo pasado fue mejor. Además de recordar cuando Jordi Pujol hacía y deshacía a su antojo en Cataluña, con la complicidad suicida y cobarde de PSOE y PP, están en un tris de sentir la melancólica nostalgia de cuando iban de liberales dando lecciones de democracia a todo bicho viviente. Ah, y de moral, que ya lo bramó el gran patriarca del nacionalismo desde el balcón del Palau cuando aquella minucia de Banca Catalana. “A partir de ahora, las lecciones de moral las daremos nosotros”. Menudo profeta el señor de la herencia del abuelo Fulgencio, el padre del coleccionista de automóviles deportivos y el consorte de los misales andorranos.
Tampoco hace falta que se vayan tan atrás en e tiempo, porque la actualmente fulminada por el jupiterino Puigdemont, Marta Pascal, llegó a ser vicepresidenta del ALDE, el mismo poderoso grupo europeo del que ahora van a echarlos con una elegante y liberalísima patada en su trasero. A fuer de liberales de verdad, sus dirigentes están seriamente preocupados por lo que defienden las gentes esteladas. De hecho, el presidente actual de ALDE, Hans van Baalen, declaraba a propósito de Quim Torra que “La retórica separatista y racista del nuevo presidente catalán continúa siendo una firme contradicción de la constitución española”, para lamentarse a renglón seguido de que se insistiera en la vía de la provocación y la confrontación. No ha sido el único dirigente liberal que desde Europa ha manifestado su discrepancia abismal con los del PDECAT. El belga, vaya, un belga, Guy Verhofstad se ha mostrado abiertamente preocupado por los vínculos de Puigdemont con el separatismo ultra flamenco. Y es que hay inquietud entre los demócratas de todo signo debido al tremendo auge de la extrema derecha en todo el continente europeo. Suecia, aquel paraíso de la social democracia, la tierra de Olof Palme, asiste al aumento de la formación neonazi Demócratas de Suecia, tercera fuerza política del país; en Austria el FPO, Partido de la Libertad de Austria, ya está en el gobierno con Heinz-Christian Strache de vicecanciller; en Italia sucede lo mismo, con los amigos del separatismo catalán, la Liga, que ya tienen al polémico Mateo Salvini en los despachos gubernamentales. Eso, por no mencionar a la neonazi Alternativa por Alemania, que le pisa los talones a la canciller Merkel, o a las formaciones fascistas de Finlandia, donde Puigdemont cosecha numerosas simpatías.
Es lógico que una entidad como ALDE esté alarmada. En los países que sufrieron la bota nazi entienden muy bien los mensajes que se emiten a diario desde el PDECAT y han decidido que no puede tolerarse que se les dé cobijo, limpiando su imagen de xenófobos. Como tampoco les gusta el sesgo anti europeo que ha tomado el separatismo catalán. De hecho, ante el colosal fracaso de la proclamación de la república, que no obtuvo ningún apoyo entre los países miembros de la UE, el discurso contra la UE se ha hecho cada vez más presente entre los estelados. No son esos los únicos argumentos para expulsarles, aunque sí los más graves desde el punto de vista de lo que representa la tradición humanista, democrática y cultural europea. Hay dos más, y no menores.
Cambios de nombre, disfraces y corrupción
A los liberales europeos, que tienen la vista puesta en políticos con un ideario reformista, europeísta, moderno y democrático como Albert Rivera o el presidente francés Macron, también les resulta como mínimo sospechoso que una formación política cambie más de nombre que el famoso Frégoli. Recordemos que los neoconvers pasaron de ser Convergencia a reconvertirse en el PDECAT, tras coaliciones como Democràcia i Llibertat, Junts pel Sí, Junts per Catalunya y ahora, en un último giro, intentar subsumirse en la famosa Crida Nacional que impulsa Puigdemont a su mayor gloria y poder. Como sea que en ALDE no ven TV3 ni escuchan Catalunya Ràdio, se atreven a preguntarles a los chicos de Torra que hay del caso 3%, porque sospechan acertadamente que tanto cambio de siglas obedece tan solo a un intento de eludir las responsabilidades penales por la colosal trama de corrupción que ha vivido Cataluña a lo largo de todos estos años.
De ahí que este viernes pasado se lanzara un ultimátum a los separatistas: o aclaran todo esto antes de una semana o en el próximo congreso que ALDE celebrará en Madrid en noviembre – por cierto, con Rivera y Ciudadanos ejerciendo de anfitriones – no van a estar presentes como integrantes de la alianza que agrupa a los partidos liberales europeos. David Bonvehí, el actual líder del PDECAT, es un decir, tendrá que argumentar muy bien y muy clarito a sus interlocutores las razones por las cuales a Puigdemont lo quiere tanto la extrema derecha, los tuits y artículos xenófobos de Torra, el régimen dictatorial que se vive en Cataluña, con el Parlament cerrado, y la insistencia en proseguir con la separación de España. Además, tendrá que hablar de la CATDEM, del caso Palau, del caso Pretoria, de las ITV, en fin, del chanchullo, la cosa de la pela, que es el auténtico meollo del quilombo organizado por los heredes políticos de Pujol.
Más de una vez he dicho que una operación propagandística del tamaño del proceso no se había visto en Europa desde el final de la segunda guerra mundial, y parece que, por fin, esto se empieza a entender. Porque si la culpa de lo que padecemos la tienen los separatistas y los dos grandes partidos nacionales que toleraron hasta extremos increíbles sus tropelías, también existe una parte de responsabilidad en aquella Europa que no se pronunció radicalmente en contra de estas gentes. Ahora se dan cuenta de que con decir que esto eran asuntos internos de España no era suficiente. No quisieron ver lo que había tras el separatismo, pensaron que la cosa era algo de aquí y que ya nos las arreglaríamos nosotros solitos. Quienes lo vimos desde dentro y dimos el grito de alarma fuimos poco menos que considerados unos orates, unos sinvergüenzas, unos chaqueteros, unos aprovechados; los que lo hicieron desde fuera, unos fachas, unos anti demócratas, unos represores. Pero cuando el lobo de la extrema derecha xenófoba ha entrado en sus confortables gallineros, ah, amigo, han empezado a darse cuenta de que aquello ni eran exageraciones ni producto de mentes retorcidas.
Habrá que ver que es lo que acaba sucediendo, pero todo esto nos mueve a una reflexión que parece oportuna en los tiempos de tribulación que vivimos: solemos cargar las culpas de lo que nos pasa a nuestros gobernantes nacionales olvidando, lamentablemente, que formamos parte de una Europa unida. Eso sí, pusilánime, débil, gobernada por gentes que, como aquí, lo único que quieren es quedar como buenos chicos y seguir ocupando cotas de poder. Al no existir músculo democrático ni ideología, reduciéndose todo a cuestiones puramente económicas y de reparto de cuotas de poder en Bruselas, Estrasburgo y Luxemburgo, la vieja dama europea se ha quedado casi sin defensores. Y hay que reaccionar ante esta nueva faceta fascista, que siempre se camufla bajo las siglas de democracia, libertad, pueblo, pero jamás menciona a la ciudadanía como elemento básico de la convivencia. Es normal, ellos prefieren al súbdito integrado en la masa antes que al ciudadano que se sabe individuo libre, con derechos y deberes. De ahí que los lobos vayan a degüello tras esta gente, porque son los únicos que tienen el coraje de plantarles cara.
Pero, cuidado, no se crean los mansos ovinos que están a salvo por eso. Los lobos, a las primeras que se comen son a las ovejas, no lo olvidemos nunca. Y, o los echamos del corral o no va a quedar ni una.
Miquel Giménez