Debo entonar mi enésima mea culpa. Sin ambages, estoy perdiendo olfato político. No lo esperaba, pero sin duda la gran sorpresa política positiva de 2021 es Joe Biden que, frente a la parálisis ideológica europea –los cachondos aquí se siguen creyendo la utilidad de los criterios de Maastricht-, ha adoptado una agenda política, económica y social que suponen un cambio de timón. Ojalá trate de emular a Franklin Delano Roosvelt. Aunque sea por necesidad –la eficacia y eficiencia china aprietan- Biden al menos ha asumido que, o se mueven, o los Estados Unidos caerán definitivamente en una profunda decadencia, y con ello el modelo de las democracias occidentales.
Aquí, en Europa, y muy particularmente en nuestra decadente España, las élites siguen a por uvas, sin entender la necesidad de un cambio radical inclusivo, donde la clase trabajadora y los jóvenes empiecen a ganar participación en la renta nacional, y donde la lucha contra la desigualdad y pobreza sea de obligado cumplimiento. Cuanto más tarden en asumirlo, mayor serán las llamaradas del incendio social que se derive del estallido del polvorín social acumulado en las últimas dos décadas. Mientras tanto, continúan promocionando experimentos vacuos, gaseosos y zafios como el de Ayuso y su tropa anarcoliberal, Vox incluida, en Madrid.
Recientemente, en un medio de comunicación patrio, se publicó una exquisita entrevista a uno de los asesores de Joe Biden de nueva generación, Zachary Carter, autor de un libro fundamental básico para entender los entresijos de la nueva política de la Casa Blanca, Price of Peace: Money, Democracy, and the Life of John Maynard Keynes, traducido al español por la Editorial Paidós, El precio de la paz. Dinero, democracia y la vida de John Maynard Keynes. El autor realiza un recorrido por los dilemas intelectuales y morales que afrontó Keynes en su trabajo y en su vida, detallando el contexto histórico en el que se desenvolvieron y cuáles de ellos tienen correspondencia con nuestro presente.
En dicha entrevista, Carter empieza duro, repartiendo estopa a la profesión económica, a una ortodoxia académica que ha demostrado no solo la más absoluta inutilidad, sino que a día de hoy son uno de los principales escollos de avance de nuestra sociedad. ¡Dios nos libre de semejantes tecnócratas! Carter decía, sin pelos en la lengua: “En los últimos 30 o 40 años, la profesión económica ha sido una especie de anomalía dentro de la Historia de la Economía. Este campo se ha autodefinido como una actividad muy delimitada, técnica y neutral en cuanto a valores, y ha tratado de imitar las formas de la Física matematizándolo todo. Ha protagonizado un intento (que bajo mi punto de vista no es que haya sido tremendamente creíble) de persuadir a la gente de que se ha divorciado del proyecto social en el que participan los economistas que ejercen su profesión sobre el terreno. Creo que Keynes se consideraba ante todo un filósofo, y no creo que pensase que tenía nada de lo que avergonzarse, para él era algo perfectamente razonable. Si nos fijamos en los grandes economistas de la Historia (Adam Smith, John Stuart Mill...), para estas personas, el trabajo que desarrollan como economistas está íntimamente relacionado con el que desarrollan como filósofos de la moral o teóricos sociales. Y creo que es importante para el campo de la economía, por su propio bien, no perder de vista estos valores sociales y quedarse solo en parámetros y ecuaciones. Pero me parece que, en cierto modo, eso es lo que hemos hecho, y los senderos por los que se nos ha guiado a consecuencia de ese proyecto han sido muy dañinos para muchas sociedades”. ¡Touché!
Falacias y vacío intelectual
Hace muchos años, allá por 1995, el economista e historiador del pensamiento económico Robert Heilbroner y su pupilo William Milberg publicaron un libro premonitorio con un título muy sugerente, La crisis de visión en el pensamiento económico moderno. Siempre lo recomiendo a mis alumnos, anticipaba el vacío intelectual y las falacias que había detrás de los elegantes modelos matemáticos de la economía neoclásica o neoliberal, y que nos llevaron a la Gran Recesión y sus consecuencias.
Heilbroner y Milberg afirmaban ya en 1995 que una demoledora crisis, más amplia y profunda que nunca, estaba afectando a la teoría económica moderna. La crisis en cuestión era consecuencia de la ausencia de una visión, de un conjunto de aquellos conceptos políticos y sociales compartidos, de los que depende, en última instancia, la economía. A la decadencia de la perspectiva económica le han seguido diversas tendencias cuyo denominador común era una impecable elegancia a la hora de exponer los términos, acompañada de una absoluta inoperancia en su aplicación práctica.
En esta misma línea, hubo quien dio un paso adelante y abandonó el lado oscuro y tenebroso de la ortodoxia, el premio Nobel de economía 2018, Paul Romer. Recuerden su artículo imprescindible para todo estudiante de economía, y que tantas veces hemos citado aquí, The Trouble with Macroeconomics” (pueden continuar viendo las reflexiones actualizadas del mismo Romer en esta página web).
El resumen del artículo no puede ser más demoledor: “En los últimos tres decenios, los métodos y conclusiones de la macroeconomía se han deteriorado hasta el punto de que gran parte de la labor en esta esfera ya no puede calificarse de investigación científica. El tratamiento de la identificación en los modelos macroeconómicos no es más creíble que en los grandes modelos keynesianos de primera generación, y es peor porque es mucho más opaco. La mayor preocupación es que la pseudociencia macroeconómica está socavando las normas de la ciencia en toda la economía. Si es así, todos los dominios de política que toca la economía podrían perder la acumulación de conocimientos útiles que caracterizan a la verdadera ciencia, el mayor invento humano". Demoledor Romer.
El problema es que estas teorías, idealizadas por los macroeconomistas, son aplicadas por banqueros, industriales, tecnócratas y políticos –resultan hilarantes las intervenciones del gobernador de Banco de España cuyos discursos denotan que quienes se lo preparan ni siquiera se han leído las nuevas investigaciones del Banco de Inglaterra-. La Macroeconomía de la corriente dominante ha demostrado ser inútil y peligrosa para la gestión de la economía real, constituyendo una posición puramente ideológica capaz de ignorar y negar las causas de la Gran Recesión. Esperemos por el bien de las democracias que Biden y sus muchachos cambien de rumbo la actual decadencia occidental.