Emular a Pedro Sánchez es letal. Lo es, en primer lugar, para el PSOE, que ha perdido y sigue perdiendo a chorros respaldo ciudadano entre lo que antaño fueron los votantes socialistas. Se ve mirando el declinante respaldo al PSOE en cada elección, aunque nos nuble la vista el potente foco del Gobierno. Y lo ha sido, dramáticamente, para el Partido Popular. Lo hemos visto en la terrible crisis que, ojalá, empiece a superarse muy pronto, gracias a la televisada salida de Teodoro García Egea y a la pronta renuncia de Pablo Casado.
Es letal emular a Sánchez en lo político y en lo prepolítico; en los métodos de hacerse con el poder y en la forma de ejercerlo. Y el origen de esa emulación data del segundo proceso de primarias que Sánchez ganó en el PSOE: el de mayo de 2017.
Es cierto que había ganado antes otras primarias, pero en la primera ocasión mantuvo -como es habitual en todos los partidos- cierto equilibrio con el PSOE de siempre, con sus denominados barones y sus contenidas sensibilidades. Hasta el célebre Comité Federal del 1 de octubre de 2016. Allí Pedro Sánchez fue arrojado por la ventana y juró venganza a los suyos. Pudo cobrársela tras las primarias que el PSOE celebró en mayo de 2017 y lo hizo.
¿Cómo? Barriendo y exterminando para la vida política del PSOE a todo el que no fuera de purísima raza sanchista, y repitiendo cada poco la purga para que nadie pudiera sentirse a salvo. Eso le garantiza un férreo control de un partido cada día más hueco. Más vacío de personas relevantes, de proyecto político, de afecto ciudadano y de expectativas reales de poder gobernar con algo que no sea una coalición tan antinatura como el Frankenstein que ahora le mantiene en La Moncloa.
Esta metodología sanchista de ángel exterminador es la que -con sus peculiaridades- ha estado emulando -y ejerciendo- Teodoro García Egea en el PP. El añadido prepolítico lo ofrecen los modos y maneras que han quedado a la vista de toda España en su feroz, incomprensible y dudosamente legal ataque contra Isabel Díaz Ayuso.
El proceso de primarias (que es una mala copia del sistema de elección en otros países para designar al candidato a unas determinadas elecciones) concede todo el poder al vencedor. Todo es todo
La fórmula de liderazgo como ángel exterminador dentro de cada partido obtiene en las primarias un sorprendente aval. El proceso de primarias (que es una mala copia del sistema de elección en otros países para designar al candidato a unas determinadas elecciones) concede todo el poder al vencedor. Todo es todo. Es un ‘the winner takes it all’ sin matices. Se da todo el poder al ganador y no para que compita en un determinado proceso electoral (como en Estados Unidos) sino para definir toda la vida y estrategia de un partido, se ganen o se pierdan después las elecciones.
Es verdad que, en España, los partidos son muy presidencialistas, pero, a la vez, los mejores momentos de los tres grandes partidos de nuestra democracia -la UCD, el PSOE y el PP- se produjeron cuando cada uno de ellos intentó extender su oferta política más allá de lo que podía esperarse de sus líderes y de sus siglas.
Así ocurrió con la primera UCD, con un joven Adolfo Suárez intentando captar de aquí y allá a personas formadas, con inquietudes políticas y vocación democrática para la Transición. Esa misma apertura forjó el éxito del PSOE de Felipe González en 1982, al cooptar a muchos de UCD mientras matizaba más que mucho el discurso de su propio partido. Y permitió a José María Aznar transformar al PP en un partido ganador al fichar a personas relevantes que, años antes, habían tenido un papel en la extinta UCD, sin haber esquinado antes -dentro de su partido- a otras valiosas que habían formado parte del equipo de Antonio Hernández Mancha.
Ahora, si a un vecino de -digamos- Soria no acaba de convencerle el PSOE tiene la papeleta de Soria-Ya, y si otro de Ávila está un poco enfadado con el PP tiene la de Por-Ávila
Es también cierto que, hasta la eclosión de nuevos partidos con la anterior crisis económica, fueron demasiadas las ocasiones en las que los dos grandes (PSOE y PP) pudieron pedir, y conseguir, un apoyo mayoritario de los votantes sin necesidad de hacer ese esfuerzo previo de apertura y cooptación de una diversidad de dirigentes para así representar a una mitad política de España. Pero esa vieja carta de 'vótame, que vienen los otros’ se esfumó con la eclosión del multipartidismo. Ahora, si a un vecino de -digamos- Soria no acaba de convencerle el PSOE tiene la papeleta de Soria-Ya, y si otro de Ávila está un poco enfadado con el PP tiene la de Por-Ávila. Y, por supuesto, los primeros pueden elegir entre todas las confluencias de Podemos y los segundos pueden optar por un pujante Vox. Y ambos por un declinante Ciudadanos o por lo que surja, que puede seguir surgiendo.
La fragmentación política ha proliferado porque los dos partidos que antaño fueron mayoritarios se han estrechado en todas sus dimensiones. Han constreñido su oferta política; es menor el número de sus dirigentes que son reconocidos con aprecio por la gente, y es más angosta la senda para la cooptación de nuevos valores fuera de la propia organización de cada partido. De esto último nace la relevancia, en la nueva elite dirigente de los partidos, de sus organizaciones juveniles: Pedro Sánchez y Pablo Casado, amén de sus entornos, tienen esa procedencia.
Pero ambos, Pedro y Pablo, son ya el pasado. También lo es el líder socialista porque la crisis de los populares, si se soluciona tomando como ejemplo la apertura y cooptación de talento interno y externo que rindió sus momentos estelares a los tres grandes partidos de nuestra democracia, devolverá la conexión del PP con todos los españoles que, en algún momento, fueron (o pudieron ser) sus votantes. Es decir, con todos los españoles que, simplemente, no son de izquierdas.
Ésa es la tarea que tiene por delante el PP. No es pequeña. Habría que recuperar un partido amplio en el que pudieran reconocerse todos los votantes de la no-izquierda al comprobar que sus siglas ofrecen un equipo de dirigentes con solvencia, capacidad y trayectoria suficientes. Eso no se logra solo con buenos discursos, que son muy importantes, sino porque (esta vez, de verdad) el PP ofrezca un programa sólido y atractivo con el aval de un equipo adulto y con experiencia.
La medida del éxito la darán, como siempre, los votantes. Conviene hacerles caso.