Las tradiciones no tienen nada que ver con el mercado, aunque hoy serían impensables sin él; se mueven demasiados millones para dejar pasar esa oportunidad de negocio. Quedan los rescoldos de una hoguera primitiva que consentía que en Italia cenaran lentejas, pavos monumentales en el mundo anglosajón, besugos sin piscifactoría en el norte de España y pollos con cresta que se mataban en casa siguiendo rituales hoy socialmente incorrectos. El implacable mercado se ha adaptado a la exaltación de las comidas familiares dejando de lado el agobiante “cuñadismo” que salpica hasta el bochorno las interminables veladas navideñas. Sólo nos salva el humor para permanecer inmunes a la ofensiva de Papás Noeles que interrumpen la fiesta general de los que podemos permitírnoslo.
Los mensajes políticos navideños tienen menos pedigrí que los Belenes pero les auguro un gran futuro. Retratan a quienes los hacen bastante más que a los oyentes y como los medios de comunicación son invasivos la iniciativa genera un eco desmesurado. La estrafalaria decisión de Nicolás Maduro de declarar la Navidad el día 1 de octubre, por decreto, merecería comentarios sarcásticos si no fuera porque cuestan vidas. El chófer de autobús –“autobusero, qué bonita profesión”, hubiera dicho Carmen Sevilla en uno sus momentos auténticos- consiguió hacer la ruta hasta el Mando Único y ciscándose en el marasmo creado por una dictadura implacable, asegura que el calendario se reduce a una cuestión de Estado. Afrontar el tormentoso 10 de enero, fecha en la que debería ceder el mando a quien le ganó las elecciones.
Es más fácil cambiar los festejos que aceptar las urnas sin embargo el hecho de aprovecharse de la tradición navideña para consolidarse debería hacernos pensar en el valor político de las costumbres. Frente a la escasez, la represión y el negro futuro, aún pueden servir las zambombas o las maracas. Sería iluminador el poder seguir día a día la vida venezolana durante tan prolongada ficción que habrá de durar hasta el día 11 de enero, para luego volver a la siniestra rutina. Incluso el método de la estafa: ¿cómo va usted a protestar y manifestarse frente a Maduro, si está en fiestas navideñas? Sería un aguafiestas, no un disidente. El argumentario de esa fórmula heterogénea que ha venido en llamarse populismo puede convertir la dictadura en un árbol de navidad y la represión en un reparto de regalos.
Donald Trump ejerce de Papá Noel permanente; siempre está vendiendo algo que no tiene pero que le gustaría ofrecerte. Es el paradigma del Papá Noel mercantilizado. Su penúltimo producto es un perfume femenino con sus palabras tras el atentado - Fight Fight, Fight, (Luchar)-, pero el último tiene un alcance que sublima el mercado. Quitar Groenlandia a Dinamarca y volver a hacerse con el control del Canal de Panamá. En serio, no es una broma de hoy sábado, Día de los Inocentes. Una invasión de Groenlandia para colocar una nueva estrella en la bandera, era hasta anteayer competencia de los departamentos de Ciencia Ficción; de momento Dinamarca ha triplicado su presupuesto defensivo; una emergencia. Los pensamientos navideños tienden a diluir las perversidades de la geopolítica; quedan excluidos los ucranianos y los palestinos, aunque las fiestas pasan y las intenciones quedan. Intervenir en Panamá no sería algo nuevo; esa experiencia goza de una sustanciosa tradición norteamericana.
No se necesitan muchas luces para entender que Groenlandia es un gran negocio. Tierras heladas y vírgenes, depositarias de riquezas aún por explotar y además similar a Alaska, una tierra que los padres de la Gran Empresa Patriótica compraron a muy bajo precio al zar Alejandro II de todas las Rusias, ahogado por las deudas. El tiempo dirá si no menudean los artículos y las tesis sobre Groenlandia en los meses venideros. Podemos estar a las puertas de una reorganización de los mercados que nadie llamará con la ostentosa apelación de imperialismo, porque nada ha cambiado tanto como el lenguaje, el discurso de potencias económicas como EEUU o China, en una carrera insaciable por ampliar sus áreas de influencia. El canal de Panamá supone un gravamen para la ambición mercantil de Trump, Groenlandia una fuente de recursos.
No se ponen de acuerdo en explicar el triunfo inequívoco de Donald Trump en las últimas elecciones. Sorprendentes para el común de los europeos y cantadas para la mayoría de los estadounidenses. Los radiólogos sociológicos de la sociedad norteamericana no hacen más que sacar placas que no dan para diagnosticar cómo se ha llegado hasta ahí. También parecía más fácil la auscultación de Argentina, el país con más psicoanalistas por kilómetro cuadrado, que no sirvieron de nada y salió un arrogante Javier Milei para sorpresa y humillación de la facción empoderada.
Hay turrón para todos. Nuestro Papá Noel presidencial se exhibió enfurruñado, con un gesto en el que la sonrisa estaba velada por la irritación. La macroeconomía, ese gran reducto de los gobiernos conservadores de toda la vida, le llena de orgullo y como ególatra confeso desdeña los accidentes de la gente común. La vivienda, una comisión. Los jóvenes varados en tierra de nadie, otra comisión. Los presupuestos singularísimos, varias comisiones. Hay que aguantar, en la conciencia de que más vale un titular de “The Economist” o una colección de editoriales de “El País”, que ciento juristas volando, aunque tengan la ayuda no deseada de unos Guardias Civiles selectivos. “¡Qué has dejado de hacer, Marlaska, que no te enteras!” Hasta “Público”, órgano de Podemos, el ala Robespierre de la izquierda institucional, titula “sin pruebas claras” las denuncias de Aldama. Son “pruebas” pero les falta claridad; como la dama “algo embarazada” que podía acompañarse en sociedad sin rechazo. Lo importante al ejercer de Papá Noel es la convicción, la seguridad, el aplomo. Que dejes al oyente literalmente anonadado. No basta con echar una mano al Fiscal General pillado con el carro de los helados y las manos pegajosas. Hay que exigir que le pidan perdón, incluso por pensar mal de él. El que dude de sus dotes de Papá Noel sabe lo que le espera; ni carbón en los Reyes, a pudrirse en galeras; ya se encargaran las redes si no basta con los medios asentados.
Quizá sea algo relacionado con las fechas y las pitanzas, pero les da por la megalomanía. La ministra de Trabajo, tras subcontratar a los jefes sindicales, ha proclamado que su proyecto de ley de jornada laboral -que con toda seguridad no verá la luz- “será estudiado en el futuro por todas las Universidades del mundo”. En un marco como éste decir “felices fiestas” suena intempestivo.
joseandiazdiaz
28/12/2024 12:52
Buen artículo.