Las elecciones a las que hoy estamos convocados están llamadas a ser quizá las más importantes desde que los españoles sancionamos por una incontestable mayoría la Constitución de 1978. El 28 de abril de 2019 quedará fijado en nuestras retinas como el día en el que los ciudadanos de este país decidimos poner el futuro en manos de la sensatez y la modernidad o por el contrario nos echamos en brazos del aventurerismo político y las viejas recetas maquilladas por el populismo.
Del resultado que hoy arrojen las urnas va a depender también, en buena medida, que el nacionalismo supremacista, que junto al terrorismo de ETA ha ocasionado el más grave deterioro de la convivencia desde los acontecimientos previos a la Guerra Civil, empiece a arriar las velas o continúe con su irresponsable pulso al Estado democrático.
Nos jugamos por tanto mucho más que la nefasta opción de una nueva legislatura vacía, que tampoco es poca cosa; nos jugamos el futuro del país, un futuro que viene marcado por la necesidad de convivir en paz y por la urgencia de continuar generando riqueza y empleo para todos. Porque difícilmente habrá un futuro para España si el jefe del Ejecutivo vuelve a ser un Pedro Sánchez maniatado no ya por los votos de la extrema izquierda de Podemos, una izquierda con mando en plaza en la gestión de la política económica, sino por un separatismo catalán dispuesto esta vez a no dar su apoyo a humo de pajas, sino a cobrarlo en especie con la celebración de ese referéndum de autodeterminación que lleva persiguiendo desde al menos 2012.
Nos encontramos hoy en el cruce de caminos al que nos ha conducido toda una serie de acontecimientos que arrancaron de los dramáticos sucesos del 11-M y la llegada al poder de José Luis Rodríguez Zapatero, con su intento de reescribir la historia de España reciente, cuestionar la voluntad de concordia plasmada en la Constitución del 78 y echar leña a la hoguera del independentismo catalán con un nuevo Estatuto que nadie reclamaba. Su no gestión de la política económica dejó al país al borde de la quiebra, un regalo envenenado que heredó a finales de 2011 un Mariano Rajoy al que cerca de 11 millones de españoles dieron carta blanca para que colocara al enfermo en la mesa de operaciones, lo abriera en canal y abordará las reformas en profundidad que la dramática situación del país reclamaba.
Sería catastrófico un gobierno en el que el populismo condicione la política económica y se apoye en quienes no aceptan el principio de igualdad entre españoles
El Gobierno Rajoy sacó a España de la UVI, evitó el rescate a costa de incumplir clamorosamente su programa subiendo impuestos, y logró a partir de 2014 la vuelta a un crecimiento propiciado por unas cuantas reformas que le vinieron impuestas por las autoridades de Bruselas. Ni una más. De modo que España lleva más de cinco años viviendo de aquellas mini reformas, porque desde 2013 el país está parado en mitad de ninguna parte, víctima del laissez faire, laissez passer de un personaje y un partido que, tras renunciar a los perfiles liberales que antaño definieron su ideario, se entregó a una especie de absurda “gestión tecnocrática de España SA” que acabó con el Partido Popular herido de muerte, desgajado primero en Cataluña por Ciudadanos y después en el resto del país por Vox.
Las reformas estructurales que necesita España con urgencia siguen ahí, en espera, como las notas del arpa, de la mano de nieve que sepa arrancarlas. La ineficiencia de nuestro sistema educativo, la elevada tasa de desempleo, la insostenible deuda pública, el galope desbocado de las pensiones, el peso intolerable de la economía sumergida o los graves efectos del proceso de despoblación de las zonas rurales, junto a la reducida tasa de natalidad, son algunos de los descomunales problemas que ya están lastrando nuestro bienestar y condicionando dramáticamente el de nuestros hijos, sin que nadie desde posiciones de poder haya tenido hasta ahora el coraje de decirles a los españoles la verdad, primer paso para afrontar con realismo y decidida voluntad de sacrificio la compleja situación en la que nos hemos instalado de la mano de un decepcionante conformismo.
Ninguna de las cosas que hizo mal Mariano Rajoy, con ser muchas, fue tan mala, tan imperdonable, tan atrozmente crítica para el futuro de España como su tocata y fuga de la noche del 31 de mayo pasado, cuando en lugar de dimitir y propiciar la elección de un nuevo presidente del Gobierno del PP, vía eventuales nuevas elecciones, prefirió huir a un garito a ponerse de alcohol hasta las trancas mientras en el Congreso de los Diputados se decidía el futuro de la nación. Lo que allí se decidió fue el triunfo de una moción de censura mediante la cual todos los enemigos de la unidad de España, que es tanto como decir de la libertad y la prosperidad de los españoles, entronizaron en La Moncloa a un personaje atrabiliario, sin ideología conocida, un aventurero de la política sin otra característica apreciable que su enfermiza ambición de poder, de nombre Pedro Sánchez.
La reelección de Sánchez como presidente significaría la definitiva liquidación del régimen del 78 y el fin de los cuarenta años más provechosos que hayan vivido nunca los españoles
Su llegada al poder ha servido para consolidar la ruptura del país en dos grandes bloques, derecha e izquierda, haciendo de nuevo realidad el mito de las dos Españas, tan crueles como siempre, más cainitas que nunca, más dispuestas a la disputa garrote en mano que a la discrepancia serena y civilizada. España en su momento más crítico. Pocas dudas caben que la reelección de Sánchez como presidente del Gobierno significaría la definitiva liquidación del régimen del 78 y el fin de los cuarenta años más provechosos, en términos de paz y prosperidad, que hayan vivido nunca los españoles. Eso es lo que hoy está en juego.
Que cada cual vote lo que en conciencia estime pertinente. Pero quienes elijan la papeleta del PSOE –de este PSOE que nada tiene que ver con el que conocimos hasta la aparición de Zapatero en el horizonte español- deben saber que ellos podrán proclamar a Sánchez vencedor de la justa electoral, pero quienes lo harán presidente serán los filoetarras de Bildu, los cansinamente insaciables nacionalistas del PNV, y los separatistas del movimiento Nacional xenófobo y supremacista catalán, con Puigdemont, Junqueras et ál. a la cabeza. Más los neocomunistas de Podemos al mando de la maquinaria económica y del aparato de agitación y propaganda. Un bello panorama que al parecer han ignorado esos magnates de las empresas del Ibex, con el Banco Santander a la cabeza, que han preferido jugarse los cuartos con Pedro Sánchez. Ellos sabrán.
Sin apostar por ninguna opción concreta, porque esa no es nuestra misión, sí queremos y debemos alertar de la extraordinaria gravedad del momento y de la necesidad de que los ciudadanos sepan lo que se juegan en el envite, los riesgos que corren al elegir la papeleta equivocada. Por nociva o por diseminadora e inservible. Este país necesita cerrar con urgencia la brecha de las dos España, urgencia que pasa inevitablemente por mandar a su casa de una vez por todas al aventurero que hoy amenaza la felicidad de los españoles. España necesita un gobierno lo más homogéneo posible, capaz de afrontar sin mentiras los extraordinarios desafíos que tenemos por delante. Sin corrupción. Un Gobierno capaz de hacer cumplir la ley, cerrar heridas y abrir la puerta a una cierta esperanza. ¡Español, está en tu mano!