La ofensa que le ha propinado al Rey de España el todavía presidente de México Andrés Manuel López Obrador, conocido en su país como AMLO (porque ha sido él, dejémonos de bobadas; ha sido él), es peor que un insulto. Es un error. Un error que hace ver el carácter infantil, rencoroso y berrinchudo de este hombre que, como todos los populistas y demagogos, necesita un enemigo al que echar la culpa de lo que él hace mal. O no hace.
Hace cinco años, en 2019, este AMLO escribió una “carta personal” a Felipe VI en la que, con un lenguaje grasiento de gerundios y circunloquios y faltas de ortografía, le exigía que España se disculpase por los “agravios” inferidos a México por los españoles en los tiempos de la conquista. Siglo XVI. Hace quinientos años.
Primero: este tipo de cartas nunca son personales. Son oficiales, diplomáticas. Ahí el Rey hace lo que tiene que hacer; es decir, lo que le dice el gobierno que haga. Nada más. Y el gobierno, que no el Rey, decidió no contestar siquiera a la cartita, entre otras cosas porque no habría habido manera de evitar un cariñoso consejo que podría formularse así: “Señor presidente: con todo afecto le recomendamos que vuelva usted al bachillerato y que esta vez, por favor, procure permanecer despierto en clase de Historia. Suyo affmo., etc. etc.”.
La historia no está para juzgar el pasado, sino para entenderlo, coño; y, solo en el mejor de los casos, procurar que no se repitan algunos errores que parecen dar vueltas en el tiempo
Segundo: la ignorancia de este señor tan pesado (porque es pesadísimo) en materia de historia es de escalofrío. El señor López Obrador, que se apellida López Obrador porque es nieto de un señor de Ampuero (Cantabria) y de una asturiana, probablemente estaba dormido en clase cuando le enseñaron el concepto de campo histórico. Sin saber eso, en mi juventud, te suspendían y tenías que repetir curso. Ese concepto significa que los países cambian, que las sociedades cambian, que nunca son las mismas y que los que vivimos hoy (ni las personas ni las instituciones) no somos en absoluto responsables de lo que hicieron nuestros antepasados hace medio milenio. Lo peor que puede hacer un historiador es eso: juzgar el pasado con los valores morales de hoy. Dar por hecho que nosotros y la gente que vivió aquí hace cinco siglos “somos los mismos”. Y no, no lo somos. No pensamos igual, eso es imposible. La historia no está para juzgar el pasado, sino para entenderlo, coño; y, solo en el mejor de los casos, procurar que no se repitan algunos errores que parecen dar vueltas en el tiempo, como los cometas, y que reaparecen una y otra vez, para mal de todos.
La España de hoy, que es una democracia perfectamente consolidada que ha sabido crear una sólida relación fraternal con todos los países latinoamericanos, no tiene que pedir perdón por lo que hizo Hernán Cortés hace medio milenio. ¿Y por qué no? Pues porque los valores morales, fruto de la evolución y del aprendizaje de la sociedad a lo largo de los siglos, son completamente distintos. Y las instituciones también. Y los países. Todo es absolutamente diferente. Nosotros, los de hoy, no tenemos nada que ver con los españoles, o castellanos, o extremeños, de hace quinientos años. No somos ellos. Parece mentira que haya que explicarle estas simplezas a un señor que estudió Ciencias Políticas en la UNAM mexicana. Dormido o despierto, eso ya cómo saberlo.
Sometimiento de los vencidos
El Rey Felipe VI no tiene que pedir perdón por lo que hizo Cortés hace medio milenio, exactamente por la misma razón por la que este botarate de AMLO no tiene que disculparse ante nadie por las matanzas e invasiones que los aztecas cometían contra los tlaxcaltecas, los cuitlaltecas, los purépechas, los jopis, los tolimecas y como cincuenta naciones indígenas más, con las que los aztecas (o mexicas) se comportaban de una manera semejante a como Cortés se comportó con ellos. En aquel tiempo, la invasión, la conquista y el sometimiento de los vencidos (muchas veces a la) era algo completamente aceptado que hacía todo el mundo y en todas partes, y siguió siendo así (el famoso “derecho de conquista”) hasta bien entrado el siglo XX, cuando el colonialismo dejó de ser una forma legítima de expansión y progreso, y se convirtió en algo reprobable para todo el mundo. O casi.
La vieja argumentación sobre si los españoles conquistaron a los pueblos americanos de una forma mucho más respetuosa y constructiva a la que hicieron los británicos con los indígenas norteamericanos es entretenida, pero ociosa
El rey Felipe, que tiene muchas más lecturas y sentido común y mucha menos cara dura que este AMLO, no tiene que disculparse por lo que hizo Cortés, del mismo modo que el gobierno de Hungría no tiene que pedir perdón al de Italia por la invasión de los hunos hace 1.600 años, ni Grecia debe presentar excusas ante el gobierno de Turquía por las cabalgadas invasoras de Alejandro Magno, y por ahí seguido hasta el infinito y más allá, que decía Buzz Lightyear. Aquellos países ya no existen. Aquellos conceptos de invasión y conquista, tampoco. La vieja argumentación sobre si los españoles conquistaron a los pueblos americanos de una forma mucho más respetuosa y constructiva a la que hicieron los británicos con los indígenas norteamericanos es entretenida, pero ociosa. Sencillamente, el mundo en que vivimos ya no es el mismo que entonces, señor AMLO. Señor AMLO, por favor. Despierte, si es tan amable.
Este desvergonzado ha guardado durante cinco años el “agravio” de no haber recibido contestación a una carta idiota y demagógica. Hombre, pues bien podría haber escrito a los 49 periodistas asesinados en México desde que él es el presidente del país más peligroso del mundo, junto con Afganistán, para ejercer el oficio de informar. Ya que le gusta enviar cartas, podría haberse entretenido en enviárselas a las más de 20.000 mujeres que han sido asesinadas en su país desde que él tomó posesión, en diciembre de 2018. O al 35% de la población que ahora mismo vive en la miseria.
Un taramba irresponsable
O, ya puestos a escribir, caramba, que envíe cariñosas epístolas felicitándoles el cumpleaños a los máximos dirigentes de los cárteles de Sinaloa y de Jalisco Nueva Generación, que sencillamente consienten que funcione el país, tienen agujereadas a todas sus instituciones (empezando por la Policía que se supone que los persigue) y son el mejor negocio de la historia de la nación, mucho más que el oro o la plata de Cortés. Podría darles las gracias por permitir que México mantenga, a día de hoy, una apariencia de funcionamiento y se libre de ser clasificado internacionalmente como “estado fallido”. Ese es el legado que deja López Obrador a la nueva presidenta, la mucho más sosegada e inteligente Claudia Sheinbaum, que se ha encontrado de sopetón con que su presidencia empieza con un conflicto diplomático nada menos que con España… inventado por el tarambana irresponsable de su predecesor.
Necesita un enemigo, eso está claro. Lo ha necesitado siempre. Y no ha elegido a los cárteles de la droga ni a Trump ni a nadie por el estilo: ha preferido insultar a Felipe VI, un hombre unánimemente respetado en todos los países americanos; un jefe de Estado ejemplar que ha estado presente en más de 70 tomas de posesión de presidentes latinoamericanos (¡entre ellas, la del propio López Obrador!) y que, educado y respetuoso como es, jamás ha molestado a nadie, más bien al revés.
Cuando los problemas te llegan ya al cuello, lo que hay que hacer es buscarse un enemigo al que echarle la culpa
Pero es peor que un insulto: es un error grave, porque AMLO, presidente de un gran país en el que la corrupción no es una lacra del sistema sino el sistema mismo, ataca al Rey, al que acusa de “colonialista” (¡¡!!), cuando España es el segundo mayor inversor en México y el principal creador de empleo. Ha dicho más de una vez que las empresas españolas roban a México. La desvergüenza de este hombre, como la de su amigo Nicolás Maduro, no tiene límites: preside un país en el que, gobierno tras gobierno, década tras década, el fraude, el robo y el engaño se han convertido en un medio de vida. Un país que padece una de las desigualdades sociales más brutales del planeta. Y lo que le preocupa a AMLO es que el Rey no le conteste a una carta provocadora o que, así de pronto, la culpa de todos los males de su país, males que él no ha sabido o no ha podido parar, la tiene España. Es el método de engaño político más viejo del mundo, mucho más viejo que Cortés y que los hunos de Atila y que el imperio persa: cuando los problemas te llegan ya al cuello, lo que hay que hacer es buscarse un enemigo al que echarle la culpa. Quizá, ahora que por fin se va, se ponga a montar acampadas callejeras para protestar. Costumbre sí tiene. Lo lleva haciendo toda la vida.
Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos, del cártel de Sinaloa y de la demagogia de su ya expresidente. Bueno, por lo menos se va…