Opinión

El 'escándalo' El Pozo y el efecto Disney

Los embaucadores de audiencias televisivas saben bien que las imágenes de un buen horror jamás serán vencidas por la información real, demostrable y, por consiguiente, normalmente aburrida

A quienes nos pasamos la vida en ciudades, alejados de los modos de la economía de un mundo rural que solo conocemos como turistas, nos cuesta a veces entender que no todos los animales son como mascotas. Lógico, porque las formas de contacto más habituales que tenemos con ellos se limitan a los animales de compañía, a los que vemos en los documentales de naturaleza antes de la siesta y, por supuesto, a los animalitos más o menos adorables, pero totalmente humanizados, que nos ha mostrado Disney (y otras compañías) desde nuestra más tierna infancia. 

Si a esa carencia de entendederas “agrarias”, le añadimos nuestra manía por considerarnos inteligentes adalides de la superioridad moral y sagaces conocedores de las muchas conspiraciones malignas que asolan el planeta, ya tenemos todos los síntomas para caer en manos de embaucadores de audiencias televisivas, que saben bien que las imágenes de un buen horror jamás serán vencidas por la sosa información real y demostrable. En esa lucha entre la pulcra realidad habitual y la anécdota espantosa de un momento, vencerá siempre la emoción -seguro- porque lo que nadie podrá negar es que, al fin y al cabo, en algún momento, esos animales de la granja, los sanos, los que sí entrarán en la cadena alimentaria que llega hasta nuestras neveras, tendrán que morir. Y eso es feo.

Somos una sociedad infantilizada, a la que no le mola lo feo. Dispuesta a comer primero para hacer dieta a continuación. Siempre arresponsables de todo, pero prestos a dejarnos engañar si así se refuerza nuestra vanidad pijo-urbana, que desprecia la incuria del que se gana la vida en las siempre sucias, malolientes y callosas actividades agroganaderas de algún pueblo de por ahí.

Si Disney se atreviera hoy a matar otra vez a la madre de Bambi, seguro que aparecerían media docena de plataformas protestando por jugar con la psique de nuestros hijos"

Por eso militamos en un desconocimiento activo de las cadenas de producción que permiten, no sin esfuerzo, alimentarnos a nosotros y a millones de personas a precios razonables con una disponibilidad, calidad y salubridad (todas ellas a la vez) impensables en ningún otro momento de la historia de la humanidad, que básicamente, de lo que ha muerto siempre ha sido de hambre, nuestra compañera de siempre, tan olvidada.

Así que, en lugar de interesarnos por la realidad de cómo se obtiene y trata la carne que nos llega al plato, preferimos indignarnos si alguien nos dice que no responde a nuestra imagen bucólica de una campiña verde en la que pastan las vacas de Milka y las cabras de Heidi. Y lo peor es que ya no están nuestros abuelos, que vinieron del campo de verdad, para quitarnos tanta tontería de dos sopapos.

La tele no es nuestra abuela, pero también nos conoce bien y nos da lo que queremos, que no es la verdad. Igual que el supermercado nos da la carne BIO en bandejitas, porque sabe que, en el fondo, nos incomoda el recio carnicero que saluda sonriente con su delantal enrojecido por la sangre, mientras, con ese chirrido tan inquietante, afila el machete con la chaira. Es también por eso por lo que, cuando nos invitan a la matanza del pueblo, procuramos llegar un poco tarde y ahorrarnos el espectáculo de los chillidos. Pero al jamón nos apuntamos sin dudar.

No quisiera que se me entendiese mal: soy fan de la factoría Disney, cuyos productos son casi siempre un prodigio de inteligencia y genialidad, y a la que en absoluto se puede hacer responsable de que la estupidez humana progrese tan adecuadamente, pero llegados a este punto sospecho que hoy la propia Disney no se hubiese atrevido a matar a la madre de Bambi, para evitar que le hubieran salido media docena de plataformas protestando “por jugar con la psique de nuestros y nuestras hijos e hijas”.

Estos días se ha hecho también viral un vídeo conmovedor protagonizado por un perro y un oso polar en actitud de cariñosa amistad, que no voy a enlazar porque termina como cabía esperar entre un gran carnívoro y un mamífero más pequeño. Hay quien se ha incluso molestado por la difusión de tal “crueldad”. No es solo que hayamos idealizado estúpidamente a los animales, sino que hay quien está dispuesto a reconocerles incluso derechos jurídicos (siempre y cuando no tengan más de cuatro patas, claro). No sé si hay vuelta atrás, pero deberíamos intentarlo.

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