Opinión

España, entre dos pulsos en un paisaje muerto

El estéril pulso entre Sánchez e Iglesias nos conduce a la cuarta cita electoral de unas legislativas en cuatro años. Una frecuencia italiana. Un escenario de frustración

  • Pedro Sánchez y Pablo Iglesias

La España política vuelve del verano más atónita y átona de lo que se fue. Atascada y alelada. Sin más horizonte que el retorno a las urnas en un paisaje mustio, de creciente incertidumbre y angustia galopante. Dos pulsos dispares dominan el desalentador panorama.

El primero es el estéril y cruel combate que sostienen Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. De esfuerzo tan inútil depende la salida del laberinto. Cuenta el líder de Podemos apenas con dos semanas para rendirse. Si no humilla, habrá elecciones. "Desconfianza", es la excusa mágica de Sánchez. "Irresponsabilidad", responde el presidente morado. Moncloa ya enfila los comicios. Mejor ahora, que Sánchez cotiza al alza en las encuestas, que dentro de un año, cuando sin duda habría estallado a una entente PSOE-Podemos. Dentro de un año todo será peor. Para el PSOE y para España, dicen los analistas del sanchismo. 

Cuatro elecciones generales

Igual que la repetición de las elecciones de 2015 activó el tablero político y permitió la investidura de Rajoy, las del 10 de noviembre pueden incluso mover al PP de su "no es no" y abrir las puertas de una nueva legislatura.Lo dijo Sánchez el domingo en una plácida entrevista en 'El País'. En cualquier caso, cuatro elecciones generales en cuatro años no hay cuerpo que lo aguante ni sociedad que lo soporte. El sentimiento de rechazo hacia una clase política, encarnada en este caso por la izquierda, incapaz de cumplir con su primera obligación, que es formar gobierno, crece en todos los sondeos. España se asemeja a un patio de Monipodio, con estrépito de cencerros y pelea de gatos, que diría el clásico. 

En el envés de este rechazo hacia los representantes de la cosa pública está el otro pulso del momento. El que protagonizan las dos estrellas más rutilantes del centroderecha. Cayetana Álvarez de Toledo frente a Inés Arrimadas. Joselito y Belmonte, Carrasco y Velázquez, Cristiano y Messi. De no repetirse las elecciones, tendríamos aseguradas grandes veladas en el Parlamento para la próxima temporada.

Fue una lluvia inclemente de bofetadas dialécticas sobre las áridas mejillas de la vicepresidenta que anuncia memorables episodios parlamentarios

El pleno sobre el Open Arms ejerció de oportuno MacGuffin para que Casado y Rivera presentaran en sociedad a sus nuevas voces parlamentarias. Una sesión de lujo, un baile de debutantes con Carmen Calvo en el triste papel del monigote de las bofetadas. Se las llevó.  

Habrá que alquilar cadiras, como dicen los catalanes, en este Hemiciclo en el que dos mujeres de fuste, dos diputadas de verbo afilado y garras a juego, van a llevar la voz cantante. Óscar Camps, el comandante de los brazos abiertos, quizás en contra de sus afanes protagónicos, fue un mero pasmarote, una referencia desvaída y lejana, en una sesión apasionante que a nadie defraudó.

El debate de brazos abiertos

Álvarez de Toledo y Arrimadas debutaban esta semana en sus nuevas funciones de respectivas referencias de las bancadas del PP y de Cs. Se hacían apuestas en los corrillos de la M30 parlamentaria. Las claques respectivas animaban a sus oradoras, en un duelo de damas en el que Pedro Sánchez se llevó la peor parte. La de recibir estopa. El presidente funcional fue incapaz de asumir su responsabilidad por el número del barquichuelo, uno de los más serios ridículos que ha consumado desde que se instaló en la Moncloa. Se parapetó tras el fútil e inane escudo de su vicepresidenta, y salió trasquilado. Cayetana e Inés son jóvenes, valientes, osadas, bregadas en la batalla contra el monstruo nacionalista, buenas oradoras, desinhibidas y punzantes.

Cayetana, recuperada ya del severo trasquilón de las generales, se ha convertido en el frontispicio del nuevo PP de Casado. Inés, de figura algo descolorida desde que salió de Barcelona, intenta recuperar el esplendor alcanzado cuando batallaba con ardiente pasión contra los semovientes racistas y tontiformes del procés. "El señor Sánchez sólo da la cara el día que sus rasputines se lo dicen”, le espetó Álvarez de Toledo al interpelado, lego de parangonarle con Salvini. "Usted pretende salvar la Amazonia hasta en países que no tienen Amazonia", ironizó Arrimadas sobre la deriva ecologista del presidente en funciones.

Fue una lluvia inclemente de bofetadas dialécticas sobre las áridas mejillas de la vicepresidenta que anuncia memorables episodios parlamentarios. El listón que dejaron Soraya Sáenz de Santamaría y Teresa Fernández de la Vega está muy alto. Fue, también, un alivio fugaz entre la plúmbea podredumbre que desborda el paisaje de nuestra política. Una brisa estimulante para escapar del desastre inmóvil del sanchismo. Un trampantojo que no permite abrazar la idea de que, cuando el glorioso pulso entre estas damas termine, el dinosaurio sanchista se haya ido de allí. Cayetana e Inés suman. Pero con ellas dos no basta para plantarle cara al estropicio.

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