Pablo Iglesias ha ganado tiempo. Pedro Sánchez ha presentado un programa electoral podemita, con todos sus clichés, los de esa Nueva Izquierda que se está consolidando en torno al feminismo colectivista y el ecologismo naif. La maniobra parecía inteligente: un PSOE capaz de absorber de una jugada a los restos del naufragio de Unidas Podemos. Pero no va a ser así. El motivo es que las encuestas no sacan de la ecuación a los de Iglesias, sino que les hacen tan necesarios como siempre.
A esto contribuye, además, la obsesión de Albert Rivera no por gobernar para regenerar el país, algo que, en su opinión, era urgentísimo hace tres años, sino por sustituir al PP a cualquier precio. Cs se plantea dos escenarios posibles. El peor para ellos es que haya elecciones el 10-N porque tendría que repetir estrategia electoral, hacer un déjà vu: ir solos a los comicios, atacar al sanchismo, arremeter contra el independentismo y denunciar la corrupción en el PP. Esta combinación para el sorpasso ya fracasó, y las encuestas auguran un desplome.
Por eso Cs prefiere el segundo escenario, aquel en el que ganan tiempo porque se pone en marcha la legislatura. Esa situación ideal supone que Sánchez finalmente formara gobierno con apoyo de podemitas e independentistas, lo que le permitiría a Rivera erigirse en líder de la oposición. Al tiempo, el PP estaría acosado por Púnica, Lezo y la comisión de investigación sobre Avalmadrid, asuntos que estarán en primera plana informativa hasta la primavera de 2020.
A Cs no le importa la repetición de los comicios, como se ha visto desde que se conocieron los resultados del 28-A
De ahí su ocurrencia: "España suma, pero la corrupción resta". Cierto; pero la soberbia divide y la división multiplica los escaños socialistas. Esto significa que de celebrarse las elecciones el 10-N volvería a ganar el PSOE, sumaría escaños pero no los suficientes como para prescindir de Unidas Podemos. De esta manera, socialistas y podemitas se verían impulsados a formar un gobierno de coalición o de colaboración. Cs volvería así a su escenario ideal; eso sí, con unos meses de retraso y unas costosas elecciones de por medio.
"Cuanto peor, mejor"
A Cs no le importa la repetición de los comicios, como se ha visto desde que se conocieron los resultados del 28-A, ni que Sánchez forme un Ejecutivo fundado en las ideas de Podemos y las aspiraciones independentistas. Es puro oportunismo. Es el sacrificio necesario y nacional para la victoria partidista. Es Manuel Valls en retirada señalando a Rivera: "Ciudadanos, cuanto peor, mejor".
Escucharemos de nuevo que las instituciones y la democracia se degradan por la presencia de imputados, y que ellos están para que el mundo sea transparente y limpio, para poner orden en el régimen constitucional acosado por corruptos y separatistas. Es una exageración, pero el espíritu es el mismo: son los jacobinos justificando la guillotina como instrumento de salud pública. Esa soberbia revolucionaria pura y virtuosa que se mantuvo incluso después de que la República cayera.
Las elecciones del 10-N no darán otro resultado distinto al que tenemos ahora. No hay más que ver la tendencia electoral y de encuestas desde diciembre de 2018. Al tiempo que la guerra civil en el centro-derecha se recrudece, gana el PSOE; es decir, si Cs y Vox centran su estrategia en sustituir al PP, y éste queda noqueado, la aritmética es socialista. El motivo es bien sencillo: el PSOE se ha ido convirtiendo en el refugio de las izquierdas debido a que tiene el poder y a que su competidor, Unidas Podemos, se está conformando como mero partido de apoyo.
Tomás de Aquino escribió que la soberbia es un amor desordenado hacia el bien propio por encima de bienes superiores. Los últimos cinco años de la política española, con la debacle del sistema de partidos, la abdicación del rey y el golpe en Cataluña, parecían haber dado para el común de los mortales un atisbo cierto de ese bien superior. Algunos señalamos el orden constitucional, no por mitificación, sino por eficacia. Otros lo dijeron, pero por boca electoral. El caso es que aquí todos tienen un egocéntrico manual de resistencia, aunque solo Sánchez lo haya publicado.