Se veía venir. Era más que evidente que esta panda de aficionados, que solo saben de postureo, Instagram, Tuiter y demagógicas consignas, no iban a saber ni atarse los cordones de los zapatos a la que las cosas pintasen bastos. Su ineptitud, su facundia, su tremenda y sideral ignorancia nos ha llevado a donde estamos. Solo con apearse un instante siquiera del pedestal ególatra en el que se pasan el día creyéndose el epicentro del universo habría bastado. Solo con escuchar a los que de vedad sabían lo que podía suceder. Solo con pensar menos en quedar bien y hacer lo correcto con su país.
No es momento de pedirles responsabilidades, de acuerdo. Además, es difícil que entienda el concepto – conceto, para algunos - quien es, por definición. Me dicen, insisto, que tiempo habrá de hacer todo eso cuando esta terrible pesadilla finalice, cuando hayamos salido de este lóbrego túnel en el que de lo que se trata es de quien vive y quien no, de quien saldrá de este doloroso trance con sus seres queridos muertos, personas de las que ni siquiera habrá podido despedirse; también de los que habrán perdido su trabajo, su negocio, sus ahorros y sus ilusiones. Los expertos calculan que la crisis que padecemos dejará cuatro millones de parados más y casi todo el tejido productivo, en especial el del turismo, destrozado hasta los cimientos. Correcto. No exijamos dimisiones ni pidamos explicaciones de momento. Pero sepan quienes nos gobiernan que, al menos un servidor, los estará esperando a la salida.
Esperaré a la salida a las que se llenaron la boca de consignas falsamente feministas, menospreciando a las auténticas luchadoras por los derechos de la mujer como es Lidia Falcón, instigando a las mujeres a que salieran a la calle con grave riesgo de su salud. Esperaré a la salida a los pijos progres profesionales de coña fácil y siempre dirigida hacia el mismo lado que se rieran de una pandemia que ya se había llevado por delante a miles de personas en China. Esperaré a la salida a los politicastros que ahora dicen con carita de circunstancias que esto no podía preverse y que quién iba a saber lo grave que es el coronavirus. Esperaré a la salida a los que han aprovechado este momento de dolor nacional para intentar colarnos sus reivindicaciones separatistas mientras venden mascarillas a Italia. Esperaré a la salida a los pseudo periodistas que solo saben hablar por boca de sus amos y desconocen lo que significa la ética.
De la misma manera, también esperaré a la salida para darles las gracias a todos los que están dejándose la vida en este grave momento de emergencia nacional
Esperaré a los sabios de café que, cuando te veían con mascarilla por la calle, decían entre risas que estabas como una cabra, a los conspiracionistas que argumentaban que todo esto no era más que una triquiñuela del sistema para acojonarnos, a quienes la alarma solo sirvió de pretexto para irse a su segunda residencia como si esto fuesen unas vacaciones pagadas, a los empresarios cabrones que a la primera de cambio se sacan de encima a sus trabajadores, a los aprendices de brujo que nos intoxican a diario con informaciones que solo sirven para limpiarse el culo, a los que especulan en bolsa con la desgracia de la gente y edifican sus fortunas sobre centenares de cadáveres, a esos bancos a los que rescatamos en su día y que ahora no tendrán la menor compasión de nadie, a los que ponen los pies en alto si ven un militar ayudando a la gente mientras ellos tienen prioridad a la hora de hacerse pruebas del Covid-19, a los bocachanclas, a los hijos e hijas de puta que aprovechan para desear lo peor a la gente por haber nacido aquí o allá. A todos estos os lo digo muy claro: os espero a la salida para mantener unas palabritas que ahora, insisto, dicen que no proceden.
De la misma manera, también esperaré a la salida para darles las gracias a todos los que están dejándose la vida en este grave momento de emergencia nacional. Ya saben ustedes a quienes me refiero, a la buena gente, a los que no verán nunca decir idioteces en televisión ni pontificando en esta o aquella tertulia, a ese pueblo del que tanto se habla y al que tan poco caso se hace, a los que ya veremos cómo pagarán las facturas, a nuestros mayores, a nuestros jóvenes que dedican su tiempo para confortar a la persona que vive sola.
A esos los espero con cariño y admiración. A los primeros, no. A los primeros… No, ahora no procede. Pero que lo sepan, si salgo vivo de esta, tengo un magnífica silla en la que los estaré esperando sentado, pipa en ristre, atento conforme vayan apareciendo. Palabra de honor.