Soy perfectamente consciente de que ser amable o resultar simpático es raramente compatible con el responsable ejercicio de la acción gubernamental. El espectáculo que se nos brinda cada miércoles en el Congreso de los Diputados se llama política porque lo hacen políticos, pero eso en realidad se podía calificar como lucha libre o como pelea de gallos. Todos los que sentimos aprecio por la democracia deberíamos promover y propiciar con la llegada del nuevo liderazgo en el principal partido de la oposición, la aquiescencia de todos para ampliar substancialmente el espacio del acuerdo; ese ámbito libre de luchas estériles y voluntariamente vedado para las críticas públicas prescindibles.
Seguramente habrá quien confunda esta petición de ampliar el consenso social básico sobre determinados aspectos de nuestro país con una petición de voluntario silencio o un torpe intento autoritario de acallar críticas. Se equivocan. La cuestión es el cómo y el dónde de las críticas. Y la respuesta es muy simple: cómo y dónde menos daño hagan a España.
A todos se nos alcanza que no es lo mismo dirigir una información o denuncia -cuyo contenido pueda ser dañino para la imagen o la economía del país- a las autoridades o a los grupos políticos de las Cortes, que irse con cuentos no verificados a la peor prensa amarilla o a los programas de TV más escandalosos.
Quien quiera circos, echadores de cartas y sesiones de espiritismo, seguramente encontrará el camino abonado en una sociedad tan dada a tales pasatiempos
Cada uno elige su foro libremente; lo que no se puede pretender, después de haber elegido el camino del escándalo y la falta más absoluta de rigor, es aparecer como adelantados de la seriedad científica y la ponderación. Quien quiera congresos científicos, que haga congresos científicos, y quien quiera circos, echadores de cartas y sesiones de espiritismo, seguramente encontrará el camino abonado en una sociedad tan dada a tales pasatiempos.
Bienvenidas sean todas las críticas tanto en la vida política como en el mundo empresarial, sindical, mediático, universitario, vecinal, deportivo o cultural. Pero sopesemos cuidadosamente el efecto perverso que éstas pueden tener sobre ese ámbito común que a todos nos interesa preservar y que propongo que se amplíe de común acuerdo. No será necesario inventar mucho, pues no hay más que asomarse a otras realidades europeas para ver bien claramente cómo funciona ese mecanismo de defensa de lo colectivo.
Me consta, a pesar de lo dicho, que son muchos los españoles que calladamente -pues ellos sí que no son noticia- están reparando las tejas que otros destrozan con aparente inconsciencia. Son muchísimos más esos ciudadanos que, sin renunciar a sus opiniones críticas sobre tal situación injusta o inconveniente, prefieren expresarlas con el único objetivo de que se resuelvan, y no para exhibir sus dotes analíticas en la barra de un bar o en las redes sociales desde el anonimato cobarde o para regodearse con la torpeza o el error ajeno, como si fuesen castigos divinos de los que no es posible escapar.
Son esos españoles los que están sustituyendo pacientemente las tejas rotas de este edificio por ese puñado de gritadores profesionales, por los escasos, pero dañinos, descalificadores universales
Ampliando hasta donde sea posible el clima de acuerdo procuren nuestros gobernantes y representantes políticos sumarse más y durante más tiempo a esa ingente masa de conciudadanos que calladamente, día a día, con una crítica acertada y tranquila sobre el mal funcionamiento de un servicio público, o un comentario sosegado sobre los defectos de nuestra forma de ser, o denunciando una injusticia, o con una opinión elogiosa de un producto o de un lugar del país, están construyendo España. Son esos españoles los que están sustituyendo pacientemente las tejas rotas de este edificio por ese puñado de gritadores profesionales, por los escasos, pero dañinos, descalificadores universales, por los pregoneros de nuestra supuesta incapacidad universal y sus no menos peligrosos portavoces.
Es a esa mayoría constructiva, quienes sin cegarse por la pasión creen en la capacidad de su tierra y de sus paisanos, a los que creen y practican una lealtad madura a nuestro país, sin sonetos pero sin libelos, a la que hay que demostrarle que su voto ha servido para dignificar nuestra democracia, para fortalecer nuestra convivencia y para ampliar la confianza en las instituciones y en la política democrática.
Acuerdo con el adversario
Ya sabemos que la democracia es imperfecta, que tiene defectos, carencias y lagunas. El totalitarismo no admite la discrepancia. Solo en libertad se puede discrepar y, desde la discrepancia, buscar el entendimiento y el consenso en todo aquello que nos ayude a ser una sociedad, si no de vanguardia, sí de bienestar, de paz y de intereses comunes.
Feijóo empezó con mal pie: “Estoy aquí para ganar” dijo en Sevilla. Cuando solo se está para ganar, se busca por todos los medios no perder. En política se está para liderar un proyecto político que ayude a ser felices a los ciudadanos. Unas veces se gana y otras se pierde. Si solo se quiere ganar, el acuerdo con el adversario se torna imposible. Conozco a Feijóo y, por eso, esperaba haberle escuchado: “Estoy aquí para ayudar a los españoles a mejorar sus vidas, nuestra democracia y nuestra libertad. Y si podemos, para ganar”.