Empecemos por lo más evidente y aparentemente olvidado: el proceso de disolución de ETA se inició cuando quiso Francia y las fuerzas de seguridad españolas pudieron hacer su trabajo sin que los Pirineos fueran una barrera infranqueable. Durante muchos años Francia dio asilo a centenares de miembros de ETA que por la mañana asesinaban en territorio español y por la tarde tomaban chiquitos en Bayona, Biarritz o San Juan de Luz. Documentos de los servicios de inteligencia españoles, hoy todavía clasificados, reflejan la impotencia que sentían los agentes de la Guardia Civil, Policía y CESID (hoy CNI) tras comprobar cómo sus colegas galos miraban para otro lado a pesar de tener localizados a un buen número de terroristas.
Fue una charla sin testigos entre Felipe González y François Mitterrand, a finales de 1983, la que provocó el primer cambio significativo en la actitud, hasta entonces irritantemente pasiva, de las autoridades francesas. De aquella conversación, y otras telefónicas, el propio González redactó una nota confidencial que en parte se conoció años después. “Es claro -escribió el expresidente español- que [Mitterrand] ha cambiado su actitud en cuanto al tema del terrorismo, por lo que puede abrirse una vía de cooperación mucho más eficaz, que incluye desde la negativa de la carta de residencia hasta la expulsión de Francia de los dirigentes etarras. Pretende que no haya publicidad y me reitera que todo me lo dice como amigo, para que conozca su actitud".
Fue una charla sin testigos entre González y Mitterrand, a finales de 1983, la que provocó el primer cambio significativo en la actitud, hasta entonces irritantemente pasiva, de las autoridades francesas
Aunque ni Mitterrand ni González lo confirmaron jamás, se llegó a filtrar que lo que más sorprendió al primer mandatario francés en aquel tête a tête que tuvo lugar en El Elíseo, fue la cifra de muertos que hasta ese momento había provocado ETA, mayoritariamente guardias civiles, policías y militares. Asombrado, Mitterrand llegó a confesarle a González: “Si eso hubiera sucedido en Francia, yo no habría podido controlar a la Gendarmería”. En su nota-resumen González escribió: "[Mitterrand] parece reconocer que el Gobierno francés no se ha tomado nunca en serio el estudio del dossier y que en este momento está dispuesto a hacerlo, potenciando al máximo el entendimiento bilateral". El presidente de la República Francesa desconocía que en 1983 ETA había asesinado a más de 500 personas, lo que da una idea muy aproximada de la atención que, a nuestros problemas, prestaban nuestros vecinos del norte. ¡Vive la France!
Aquella charla hizo que por fin cambiaran algunas cosas y se rectificara la nefasta política antiespañola de un Giscard D’Estaing que trató a los etarras como libertadores de un pueblo oprimido y se opuso hasta donde pudo a la entrada de nuestro país en la entonces denominada Comunidad Económica Europea (CEE). Hubo que seguir remando, y mucho, pero a finales de aquella década los policías y guardias civiles ya trabajaban al otro lado de la frontera coordinadamente con sus colegas franceses, y el 29 de marzo de 1992, con la detención de la cúpula etarra en Bidart, se daba el golpe casi definitivo a la banda terrorista. Probablemente fue en esos días cuando ETA, sus ideólogos y dirigentes, supieron que ya no había nada que hacer, que podían seguir matando, como así hicieron, pero que ya habían perdido. A partir de ese momento, pensaron, los muertos ya solo iban a servir para ganar tiempo hasta construir un relato que no fuera el de la simple rendición. Así de simple; así de espeluznante. Y a eso fue a lo que se aplicaron durante los diez años siguientes.
La ‘catalanización’ de la política vasca
Han pasado 10 años desde que ETA anunciara “el cese definitivo de la actividad armada”. Esa es la buena nueva. La mala, que ETA no ha desaparecido. O no del todo. ETA seguirá existiendo mientras haya quienes rindan homenaje a los asesinos; mientras sigan siendo mayoría los que en lugar de oponerse a este tipo de humillación a las víctimas elijan prudentemente el silencio. ETA puso fin a su actividad terrorista porque ya no tenía otra salida, y lo hizo cuando consideró que el momento era el más propicio. ETA paró hace diez años y aquella fue una maravillosa noticia, la que llevábamos tanto tiempo queriendo dar. Y sin embargo, hoy, después de escuchar el otro día a Otegi, la sensación que tenemos algunos es la de que siendo cierto que perdieron, siendo verdad que la joven democracia española demostró una asombrosa fortaleza, también lo es que ahora están ganando, que han conseguido imponer a la sociedad, como mejor opción, la terapia del olvido, y de que en su estrategia de blanqueamiento de la monstruosidad de la que fueron responsables cuentan con la comprensión de muchos.
Me estoy refiriendo a la sorprendente aceptación acrítica, por parte de algunos políticos, líderes de opinión y medios, de la estrategia diseñada por la llamada izquierda abertzale, que sin mediar arrepentimiento camufla en una supuesta “aceptación de las reglas de juego” la verdadera razón del proceso de blanqueo: el asalto al poder, la “catalanización” de la política vasca, proceso iniciado hace tiempo, y que la solemne declaración de Otegi, casi un plagio del comunicado de ETA de 2018 (ver postdata), pretende oficializar. Me estoy refiriendo, también, a que ni el descarado corta y pega de Otegi, que revela hasta qué punto éste sigue actuando como correa de transmisión de la banda, haya movilizado a los demócratas para evitar que sea el tándem Sortu-Bildu el gran beneficiario de la efeméride.
Una parte de la clase política y de la intelectualidad que se dice de izquierdas concede más valor democrático al movimiento táctico de Otegi que al esclarecimiento de los 377 crímenes de ETA sin resolver
Termino. Ha estado bien Rodríguez Zapatero recordando a los que llevaron a buen puerto la definitiva negociación con la banda. El personaje demuestra sin embargo escasa grandeza al olvidar que esa negociación no habría tenido éxito sin el sacrificio y el enorme trabajo de desgaste de los que le precedieron; sin el coraje de un Adolfo Suárez que plantó cara a Francia, que cuando en este país nos estábamos jugando la consolidación de la democracia se comportó de un modo detestable; sin el riesgo político asumido por Felipe González y José María Aznar, que autorizaron negociaciones con ETA de las que el Estado salió fortalecido tras ponerse en evidencia el fundamentalismo de la banda. En definitiva, Zapatero, en un ejercicio de apropiación ideológica indebida, se equivoca gravemente al olvidarse de la aportación del pasado, al tiempo que no tiene el menor rubor en ponderar en Otegi valores más que discutibles.
Y ese es el gran pero que hay que poner a tanta celebración: que, al igual que Zapatero, el discurso de una buena parte de la clase política y de la intelectualidad que se dice de izquierdas concede más valor democrático al movimiento táctico de Otegi que a la petición de esclarecimiento de los 377 crímenes de ETA sin autor conocido; o critica el inmovilismo de las víctimas mientras calla ante la mayoritaria pasividad de una sociedad, la vasca, que sigue sin compensar la deuda contraída con su prolongado silencio. No hay mucho que celebrar.
La postdata: Otegi plagia a ETA
21 de abril de 2018. Del comunicado hecho público por ETA dos semanas antes de anunciar su disolución: “ETA reconoce la responsabilidad directa que ha adquirido en ese dolor, y desea manifestar que nada de todo aquello debió producirse jamás o que no debió prolongarse tanto en el tiempo”.
18 de octubre de 2021. Arnaldo Otegi, Palacio de Aiete: ”Sentimos su dolor y desde ese sentimiento sincero afirmamos que el mismo nunca debió haberse producido, a nadie puede satisfacer que todo aquello sucediera, ni que se hubiera prolongado tanto en el tiempo”.