Los etarras fueron y son asesinos. Una lacra para esta sociedad porque la violencia no debe tener jamás cabida. La vida vale más que cualquier objetivo u ideología. Punto y final, no son mártires, no merecen ningún ongi etorri cuando salen de la cárcel sin arrepentirse de haber matado, ni carteles, ni propaganda, ni pintadas en las calles del País Vasco en su nombre, honrándoles, idealizándoles, mientras las víctimas siguen llevando su pena, la pérdida y el dolor de algo que Arnaldo Otegi reconoce que no debía haber sucedido: el terrorismo de ETA. Ya era hora.
Para un asesino no cabe homenaje, no me gustaría ser la madre de uno de ellos. Cuánto dolor tener a un hijo asesino. Diez años después de que la banda asesina anunciara el cese de la violencia, abandonara las armas, dejara de matar, de secuestrar, de torturar, de amenazar y atemorizar al País Vasco y al resto de España, Otegi lanza unas palabras reveladoras, históricas que marcan un nuevo avance sin titubeos pero para las que han sufrido en sus propias carnes el dolor hay poco que sea suficiente más que seguir respetando su pérdida, su dolor, su sufrimiento y ser acompañadas en todo lo que sea posible por parte de las administraciones, de la sociedad, de sus vecinos y de sus familiares.
Nuestro “pesar y dolor por el sufrimiento padecido” son palabras de Otegi que, para algunos que han sufrido el terrorismo como Carlos Iturgaiz, dan “asco” –él le conoce bien- pero para otros generan algo de consuelo frente a tantos años de frialdad e indiferencia por parte de EH Bildu. Cada víctima con lo que necesite, algunas quieren perdonar, otras no, lo que difícilmente harán es olvidar porque a un familiar muerto jamás se le olvida. Los ciudadanos afectados por ETA han vivido la máxima de las injusticias, porque matar por un ideal nunca está justificado lo mire el partido que lo mire.
Injustificable
No hay ideología política que pueda avalar la muerte del contrario, no hay concesión que valga para los terroristas si no pasa por el escrupuloso respeto de la ley, del estado de derecho y por la demanda de perdón, aunque las víctimas ya no lo necesiten porque lo que en verdad necesitan nada ni nadie se lo va a devolver. Para los etarras cero concesiones, cero, no hay ni presupuestos que valgan ni nada. Entre los encarcelados están Javier García Gaztelu alias Txapote y su pareja Iratzun Gallastegi, los que mataron al joven edil del PP de Ermua, Miguel Ángel Blanco, que mantuvo en vilo a su familia durante horas y a toda España, aquel verano del 97, esperanzada en un final feliz que jamás se produjo. Esa muerte sin piedad la lloramos mucho y muchos.
Buena parte de la sociedad vasca y algunas víctimas se muestran demasiado generosas con unos sanguinarios que por las venas lo único que les corre es veneno y frialdad. Oir a Irene Villa es oir la generosidad y la grandeza humana en estado puro. Sólo ella y tantas como ella saben su dolor. El resto, tan solo debemos respetarlo y no utilizarlo en el Congreso como arma arrojadiza. ETA ya no mata. Me produce asco que haya habido independentistas catalanes que flirtearon con una ideología que ha acompañado a estos asesinos.
A cada uno nos ha afectado más o menos una muerte vista desde la distancia. A mi fue la de Ernest Lluch que el día que fue asesinado salía de una emisora de radio en el barrio de Sants de Barcelona muy cerca de donde lo mataron, en el garaje de su domicilio. O el ensañamiento con el matrimonio sevillano Jiménez Becerril al salir de una cena, tan felices, disparados a bocajarro. Sus tres hijos les esperaban en casa. Que esta panda de asesinos pasee por las calles de Donosti mientras se cruzan con personas que han perdido a los suyos significa que ellos tienen una oportunidad que han robado a miles de familias, la de vivir de nuevo. Que no falten homenajes a las víctimas y que cesen de una vez los que reciben los terroristas. Cuídense.