Se lincha mejor en grupo, y eso lo saben muy bien los populistas, los autócratas y las granjas de bots. El mundo moderno sigue comportándose como la multitud que pide la liberación de Barrabás, esos divertimentos que separan una ejecución de la siguiente, y de los que aún se valen los que confunden gobierno con propaganda. Hay lugares de los que no se regresa. Y el informe anual sobre la situación de los Derechos Humanos del Departamento de Estado es un ejemplo. De la misma forma que la persecución a reporteros en la calle por el solo hecho de informar marca un límite, estos pliegos también.
Hace unos días la diplomacia estadounidense ha denunciado que el Gobierno español cometió actos de "violencia y acoso" contra la libertad de expresión y de prensa en España durante 2020. Esos episodios tienen nombre y apellido: el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el exvicepresidente Pablo Iglesias, dos columnas importantes del poder Ejecutivo. Del presidente Sánchez, estas páginas destacan su alusión a los medios “conservadores” por “agitar la sociedad” y de Iglesias resalta sus amenazas a un periodista con enviarlo a prisión por publicar información comprometedora sobre su partido. Se menciona también a Pablo Echenique, portavoz de Podemos, partido que integra el Gobierno de coalición junto con el PSOE.
Hay lugares de los que no se regresa. Y el informe anual sobre la situación de los Derechos Humanos del Departamento de Estado es un ejemplo.
Las democracias y las libertades que en ellas se ejercen no desaparecen de golpe, sino a través de un deslizamiento gradual hacia el autoritarismo. Si algo sirve de superficie jabonosa para eso es justamente la palabra y la capacidad de proyectarla. De lo contrario, por qué en las tentativas de negociación entre Pablo Iglesias y Sánchez, el líder de Podemos pidió “los telediarios”.
Las palabras segregan. Preparan el barrial y activan la lógica de los bandos: el facha y el rojo, el revolucionario y el contrarrevolucionario. Las palabras convierten la convivencia en combate y nos entrenan para una batalla que irá librándose en el tiempo. No hay espacio de la vida al que no lleguen. Actúan como una fuerza de ocupación. No todo el mundo puede usar un revólver, pero sí las palabras. Por eso la primera muerte comienza en el lenguaje.
Que la democracia estadounidense ha tenido episodios lamentables es tan cierto como que ha salido de ellos por la vía de los votos y las leyes
Que la democracia estadounidense ha tenido episodios lamentables es tan cierto como que ha salido de ellos por la vía de los votos y las leyes. El camino aún navega en los canales institucionales de la misma forma en que España ocurre lo mismo, otra cosa es la calidad de esa democracia y resulta evidente que la eclosión de distintas formas de populismo deja al descubierto nuevas formas para su extinción.
Al travestir la verdad en relato se funda una nueva realidad que no se puede comparar y acaba dándose por buena. Así, el ladrón queda convertido en libertario, la víctima en culpable y la verdad en utilería. La primera tarea de quien ejerce el poder es la degradación del lenguaje, la segunda es la repetición y la tercera el recurso del eslogan, es decir: reducir ideas complejas a una fórmula verbal simple. Ese mecanismo simple, que han descrito tanto Doris Lessing como J.M Coetzee, dos escritores que padecieron el apartheid como un destierro desplegado en sus historias.
Hay sitios de los que no regresa y grietas que anuncian un movimiento de fondo. Las sociedades actúan con un tiempo geológico. La emancipación no se hace contra otro, sino a partir del otro. Señalar, estigmatizar y perseguir a quien disiente entraña tanto peligro como el lento y progresivo debilitamiento de las instituciones esenciales, tanto el sistema jurídico, la independencia de poderes o la salud de la prensa libre. Es la erosión global de las normas, una alerta a la que conviene prestar atención.