Es sábado a las 9.00 horas y Héctor Amodio Pérez aguarda junto a la puerta de madera de un hostal, en la calle de la Victoria, a pocos metros de Sol. Su vida no es la propia de un hombre corriente, pues incluye una etapa de 40 años en la que nadie supo de él. Fue un fantasma hasta 2013, cuando emergió de entre las sombras para confirmar que seguía vivo. Lo hizo para oponerse a la 'verdad oficial' que se había establecido sobre la banda de guerrilleros de la que formó parte, décadas atrás, cuyos miembros se habían hecho con el poder en un país americano.
Ese lugar era Uruguay, que unas décadas después estaría presidido por José Mujica, el enésimo becerro de oro al que adora la izquierda internacional. Somos tan finitos y patéticos que acostumbramos a fabricar mitos para sentir que los imposibles no son inalcanzables. Umberto Eco lo definió en 1965, cuando escribió de Superman: “En una sociedad particularmente nivelada, en la que las perturbaciones psicológicas, las frustraciones y los complejos de inferioridad están a la orden del día (…), el ciudadano vulgar necesita héroes para satisfacer las exigencias de potencia que nunca podrá alcanzar”.
Los propagandistas del progresismo internacional exageran los problemas mundanos y, posteriormente, inventan mesías que prometen soluciones sesgadas para esas cuestiones. Dibujan una realidad hiperbólica para imponer su ideología, que suele ser rentable para ellos y ruinosa para el resto. El espectáculo que montan es grotesco, como ocurrió en el caso de Greta Thunberg en la enésima cumbre de la ONU sobre el cambio climático. Estaba enajenada y llena de ira; y terminaba cada frase con un “bla bla bla” inquietante. Pero ya se sabe: la izquierda alimenta a estos personajes y trata de convertirlos en referentes. Y, lo peor, los defiende contra toda lógica, como ocurrió en el caso del corrompido Lula da Silva. O en el del propio Mujica.
Un guerrillero escondido en Madrid
La verdad sobre el expresidente de Uruguay se desconoce en España porque informadores como Jordi Évole compraron su discurso lastimero sin preguntarse si era cierto. Mala salud debe tener la prensa de este país cuando periodistas así se convierten en referencia y reciben casi a diario aplausos de sus colegas. Pero a Évole le vendieron que Mujica vivía en una cabaña y eso le sirvió para hacerle un lamentable publi-reportaje. "Me habían hablado mucho del lugar donde vive. Impresiona verlo en directo porque es muy raro que un presidente del Gobierno viva así", afirmó cuando visitó el lugar.
Héctor Amodio Pérez se ha propuesto derribar el mito de Mujica porque, entre otras cosas, el grupo guerrillero al que pertenecía el expresidente (el Movimiento de Liberación Nacional) le condenó a muerte por alta traición. Le acusaron de haber revelado a los militares uruguayos -los golpistas- la ubicación de una de las cárceles donde los guerrilleros tupamaros guardaban a sus rehenes. Entre ellos, varios niños. En 2009, antes de morir, un hombre llamado Julio Marenales reconoció que fue él quien dio el chivatazo. Pero no sirvió para que Pérez obtuviera el perdón. Al revés, en 2013, cuando regresó a su país, le armaron una encerrona y le encarcelaron, en una acción ilegal por la que el Estado deberá indemnizarle.
“Yo lo único que hice es confirmar la localización de unas personas que los militares ya tenían localizadas. Quise evitar más muertes. Y tomé esa decisión porque mis compañeros me habían traicionado. A cambio de esas aclaraciones a los militares, me dieron un salvoconducto para mí y para mujer y me fugué para que no me mataran”, reconoce durante la conversación, en la que también hablamos del vídeo en el que la mujer de Mujica y su hermana ilustran a la audiencia sobre cómo utilizar un fusil de asalto. Porque en esa época los tupamaros secuestraban y robaban.
“Lo hacíamos cuando en Uruguay había un Gobierno democrático porque, en realidad, nos convenía la dictadura, pues nuestra lucha era más efectiva contra los militares que contra un Gobierno legal”, incide. ¿Estaban solos en la batalla? Por supuesto que no, pues tenían lazos con los Montoneros argentinos, con el Movimiento de Izquierda Revolucionaria de Chile (al que perteneció uno de los abogados de Carles Puigdemont) y con los servicios secretos cubanos.
ETA y la izquierda
¿Y con ETA? Si eso sucedió, Amodio no fue consciente, pero llama la atención que Jordi Évole no se esforzara especialmente en preguntar a Mujica sobre el apoyo de la izquierda uruguaya, en 1994, a Jesús María Goitia, Mikel Ibáñez Oteiza y Luis Lizarride, que entonces estaban acusados de cometer varios asesinatos y para los que España reclamaba su extradición. El MPP -partido de Mujica- se manifestó frente al Hospital Filtro, donde hacían huelga de hambre, para tratar de evitar el mandato de la Justicia. El propio Mujica, desde CX 44, Radio Panamericana, llamó a la resistencia popular al dictamen de la extradición de los etarras. Aquello derivó en fortísimos disturbios que causaron un muerto.
Tampoco contará La Sexta la absoluta arbitrariedad con la que se emplearon los exguerrilleros cuando ganaron las elecciones a la Intendencia (Ayuntamiento) de Montevideo y comenzaron a beneficiar a los suyos con prebendas. O que uno de los grandes asesores de Mujica, llamado Diego Cánepa, terminara empleado para un fondo de inversión británico -según el diario El País de Uruguay- que disponía de acciones en ICC Labs, una de las dos autorizadas por el Estado para plantar la marihuana que allí se comercializa en las farmacias. ¿Adivinan qué? Esta droga se legalizó mientras ocupaba un puesto en el Gobierno.
La izquierda utiliza los falsos héroes que configura -gracias a sus altavoces mediáticos- para difundir sus falacias y medias verdades. Lo más sangrante es que la agresividad que emplea en la tarea le granjea resultados excelentes. Tras la desinformada campaña de López Obrador sobre la conquista española de América, hasta el propio Papa se ha pronunciado al respecto y ha pedido perdón por la barbarie. La batalla del discurso la gana por goleada, aunque ese discurso esté trufado de peligrosas mentiras.
Las de Mujica son más de andar por casa, pero sus palmeros han llegado incluso a afirmar que invertía seis horas de su tiempo, todos los días, en su juventud, en leer a los clásicos griegos. Héctor Amodio Pérez se mofa de la afirmación: “¿Pero tú crees que los entendería?”.
Antes de poner fin a las tres horas de conversación, no me resisto a preguntarle: “¿Mereció la pena vuestra lucha?”. Su respuesta es clara: “Por supuesto que no”. Y añade: “El capitalismo ha ganado la batalla. La izquierda ha renunciado a cambiar la sociedad y se conforma con causas que a pocos le interesan, como la del lenguaje inclusivo. También crea personajes que son mentira, como Mujica”.