Opinión

El rebrote fascista

El fascismo y el comunismo son las dos caras de la misma moneda totalitaria. Ambos persiguen convertir el Estado en un instrumento de dominación y control 

  • Pedro Sánchez y Pablo Iglesias en el Congreso

En diciembre de 2018, Pablo Iglesias decretó la alerta antifascista para frenar a Vox. La democracia peligraba como consecuencia de la irrupción de los verdes en el Parlamento de Andalucía. Un año después, el fascismo se materializó en el Gobierno de España, aunque parece que muchos han preferido no ser conscientes de ello hasta que los totalitarios de izquierda los han señalado con el dedo.

Pedro Sánchez, que instrumentalizó electoralmente a Vox hasta la náusea para convencernos de que él era el único dique de contención frente a la extrema derecha fascista, entregó las llaves de la gobernabilidad del país a los fascistas de extrema izquierda.

Tienen que recordarle al periodista incómodo que puede tocarles las narices en tanto ellos se lo permitan, porque ellos son el pueblo

Y es que el fascismo y el comunismo son las dos caras de la misma moneda totalitaria. Ambos persiguen convertir el Estado en un instrumento de dominación y control de todas las facetas y áreas de la vida, tanto la pública como la privada, para lo que precisan imponer una línea de pensamiento oficial que resulte incontestada. Esto los transforma en regímenes radicalmente incompatibles con los derechos humanos y libertades individuales, bajo el pretexto de la colectividad y el bien común (cuya representación siempre se arroga el partido). Nada de esto es posible sin la represión y, dado que la información es poder, una de sus armas más socorridas es la censura. Lo que no se ve, escucha o lee, no existe. Para ello no basta sólo con señalar a la prensa crítica, algo que es bastante transversal, sino que se debe cuestionar su mera existencia. Tienen que recordarle al periodista incómodo que puede tocarles las narices en tanto en cuanto ellos se lo permitan, porque ellos son el pueblo y, por ende, quienes dispensan prerrogativas y derechos cuando lo consideran menester.

Esto es lo que subyace tras las críticas de destacados dirigentes de Podemos como Monedero o Echenique al periodista de Antena 3 Vicente Vallés: el recordatorio de que, al igual que sucede con el coronavirus, nuestra sociedad está expuesta a nuevos rebrotes del fascismo, aunque esta nueva cepa sea de izquierdas.

Máquina del fango

En favor de Podemos hay que decir que nunca se han escondido: existen numerosos documentos gráficos de sus líderes abogando por la desaparición de los medios de comunicación privados, por ser éstos una herramienta de garantía de la pluralidad informativa. Lo de vincular al periodismo con las cloacas que pretenden subvertir la democracia no es tampoco nada nuevo. En noviembre de 2016, el mesías y líder de Podemos, Pablo Iglesias, señaló en una intervención: «Tenemos una sociedad muy culta, que no se cree la máquina del fango, que no tiene miedo, que las redes sociales arden (…) y les dice ‘manipuladores, manipuladores, manipuladores'». «Y ellos [refiriéndose a los periodistas] responden diciendo: ‘Es terrible, cuando te metes con una persona de Podemos aparecen 40 que te insultan' ¡Eso es poder social!».

Aunque ahora se manejen torpemente, hay que reconocerles la habilidad que en un principio demostraron para mostrarse ante la sociedad española como el reflejo de una juventud desencantada con el bipartidismo sin que ni ésta, ni muchos periodistas ni medios, reparasen en las mochilas a rebosar de totalitarismo que portaban sobre sus espaldas.

Este lunes se hizo viral un monólogo de Carlos Alsina en el que apuntaba que, en la cabeza de un fanático, sólo existen dos tipos de periodistas: los que les resultan útiles y los que les estorban. Yo siento disentir con Alsina esta vez, porque ni Echenique, ni Monedero ni Iglesias son meros fanáticos: son fascistas. Y uno de ellos, además de fascista, es vicepresidente del Gobierno de España.

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