Las camisetas con el rostro de Fernando Simón representan la derrota definitiva de la razón y el decoro. Quiere la izquierda de este país elevar a la categoría de icono pop al portavoz del Gobierno durante la crisis del coronavirus y no lo quiere por convicción, sino por convertir lo que ha ocurrido en los últimos meses en una especie de epopeya con final feliz, en la que los héroes ministeriales han jugado un papel determinante para derrotar al enemigo vírico.
Se me ocurren pocas cosas más humillantes para las familias de las víctimas -que ni siquiera se pudieron despedir de los enfermos en muchos casos- que conceder medallas y galardones a un portavoz gubenamental. Es fruto del descarado paternalismo con el que dirigen el país quienes en Moncloa se creen que gobernar es sinónimo de tutelar a una nación, cuando su tarea consiste en resolver problemas y controlar el presupuesto. Es decir, dos asuntos en los que ni mucho menos alcanzan la excelencia.
Al PSOE y a Podemos les importa un pimiento Simón. De hecho, le han utilizado de cabeza de turco para tratar de enmascarar los errores garrafales que se originaron en el Consejo de Ministros. La clave no está en el respeto a su figura, sino en el intento de dulcificar la crisis sanitaria, algo que Moncloa y sus propagandistas han intentado desde el principio.
Lo peor de todo es que conseguirán convencer a la opinión pública de que Simón es un prohombre, pese a haber desaconsejado el uso de mascarillas y haber afirmado que la covid-19 apenas si tendría impacto en España, entre otras cosas. Dirán que es un reputado científico para situar a sus críticos en el terreno que pisan los defensores de la superchería. Lo harán pese a que durante este tiempo no ha actuado como epidemiólogo en sus comparecencias, sino como político. De lo contrario, hubiera dimitido cuando el PSOE se prestó a pactar el acortamiento de la distancia de seguridad para que Ciudadanos apoyara la última prórroga del estado de alarma.
La batalla cultural
El intento de glorificar a Fernando Simón vuelve evidenciar la facilidad que tiene la izquierda para llevar el discurso por los derroteros que le convengan en cada momento. No importa que hayan muerto casi 30.000 personas, ni que 19.400 lo hayan hecho en residencias de ancianos, donde las diferentes administraciones han actuado con una espantosa negligencia. También da igual que se actuara tarde y de forma imprudente a la hora de acotar la enfermedad -como bien resume este artículo- y que se optara por un confinamiento draconiano que no ha evitado que España sea uno de los países que más muertos ha registrado por cada millón de habitantes. Por no hablar de la falta de transparencia durante la desescalada o de medidas tan ilógicas como que se haya permitido con anterioridad la llegada de turistas extranjeros que la movilidad interprovincial.
Todo eso no tiene una excesiva importancia porque, en realidad, la estrategia del Gobierno es transmitir que “de esta crisis, salimos más fuertes” gracias a la acción heroica de funcionarios como Fernando Simón. Que nadie permita que la realidad estropee la obscena campaña de lavado de imagen que Moncloa ha puesto en marcha. Así que, haga el favor, compre una camiseta de Fernando Simón y salga a la calle para demostrar que tras Viriato, Corocotta, don Pelayo, El Cid Campeador, Colón, Magallanes y Blas de Lezo, se encuentra Fernando Simón como uno de los grandes héroes de la Historia de España. El que restó importancia al problema del coronavirus hasta que explotó y el que recomendaba a su hijo acudir a la manifestación del 8-M.
Como suele ocurrir, la prensa palmera y la izquierda más carente de riego cerebral han apoyado esta campaña; y lo han hecho con esa actitud tan cateta que se resume en esta frase: “como es científico y tiene bata blanca, no se puede cuestionar su buen hacer”. Es la misma izquierda que despotricaba contra el Gobierno por sacrificar a un perro durante la crisis del ébola. O la que, ante cualquier crítica, apela a remar juntos y valorar el trabajo de los sanitarios. Los cuales, por cierto, se contagiaron en masa porque el Gobierno que defienden apenas si logró protegerles del virus.
Lo peor es que la batalla cultural está perdida, pues son estos poderes fácticos los que exhiben o esconden las diferentes causas sociales en función de sus intereses. Es decir, según se encuentren en el Gobierno o en la oposición en cada país. Aquí, movilizaron a los pensionistas pocas semanas antes de la moción de censura contra Mariano Rajoy. Ahora, que la situación es mucho peor y peligra el empleo y el bienestar de una buena parte de los españoles, nadie mueve un dedo. Ahora, lo importante es camuflar el desastre. La clave es imprimir camisetas de Fernando Simón.