Opinión

Fondos europeos

Mediados de julio de 2020. El presidente del Gobierno vuelve de un Consejo Europeo celebrado en Bruselas sobre el reparto de Fondos Europeos de recuperación económica para los distintos Países

  • El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, con la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen

Mediados de julio de 2020. El presidente del Gobierno vuelve de un Consejo Europeo celebrado en Bruselas sobre el reparto de Fondos Europeos de recuperación económica para los distintos Países de la Unión. Para España, se trata de 140.000 millones de euros entre transferencias y préstamos para el período 2021-2026.

La foto será de las que queden en la retina de los españoles durante mucho tiempo: la recepción al presidente en el Palacio de la Moncloa, entre gestos de alegría desbordada por parte de los miembros de su gobierno. Y sin embargo la cantidad mareante de euros obliga, ya desde el primer momento, a introducir ciertas reflexiones, porque, en efecto se trata de una cantidad nunca vista en España, un a modo de Plan Marshall desarrollado por los norteamericanos al término de la Segunda Guerra Mundial justamente para rescatar a Europa de los desastres de aquella guerra, con la particularidad de que en esta ocasión es la propia Unión Europea quien orquesta ese plan. A día de hoy, un extraordinario ejercicio de solidaridad de la Unión Europea para con sus propios socios con motivo de la pandemia del covid por un importe de 750.000 millones de euros.

Y es así que esa fotografía marcará  el porvenir de la presente legislatura, e incluso de posteriores legislaturas. Como si la foto tuviera un aire a la película de García Berlanga Bienvenido Mister Marshall con Pepe Isbert  y Manolo Morán a la cabeza, demasiadas preguntas surgen al contemplar tan desatada alegría en el Gobierno. La primera es producto del propio volumen de las ayudas: cuál es la realidad económica de España, que necesita tantísimo dinero para fomentar su sistema productivo. Las demás surgen a continuación, por sí mismas: atendido el tono polarizado de división y confrontación que ya se ha alcanzado en la legislatura presente, ¿será el Gobierno capaz de establecer en qué tareas y al servicio de qué porvenir económico se ha de gastar todo ese dinero? Y por último, ¿está pensado por el Gobierno alcanzar, o al menos intentar, consensos con las instituciones dirigidas por la oposición del Partido Popular? Ha pasado año y medio de aquella fotografía feliz en el palacio de la Moncloa y las preguntas siendo las del primer día, se encuentran crecientemente sin respuestas.

Resulta difícil calibrar cuál ha sido y será la periodicidad, el alcance y la capacidad de ejecución de los fondos recibidos, así como la cadencia de las remesas por llegar

Con posterioridad, se promulga el Real Decreto-Ley 36/2020, de 30 de diciembre, del plan de recuperación, transformación y resiliencia, cuyos ejes proclamados son la transición ecológica, la transformación digital, la igualdad de género, y la cohesión social, económica y territorial.

Es difícil contemplar, durante este tiempo transcurrido, ni cuál ha sido y será la periodicidad, el alcance y la capacidad de ejecución de los fondos recibidos, así como la cadencia de las remesas por llegar; ni al servicio de qué necesidades económicas de la nación se aplican. Porque entre tanto hemos asistido a operaciones chuscas de aplicación de esos fondos: cincuenta y tres millones de euros empleados para reflotar una desconocida compañía aérea, de nombre Plus Ultra, u otros dieciocho millones de euros para inyectar en un proyecto estratégico (?) como es la discoteca Pachá, que parecen alejados de los objetivos iniciales de aquel plan.

Los fondos son para todos los españoles, para el desarrollo de nuestro modelo productivo, y no pueden colocarse al servicio de una acción de Gobierno

Y ahora conocemos también que el Partido Popular tiene previsto recurrir ante los tribunales en reclamación por lo que considera una arbitraria asignación de los fondos por parte del Gobierno. Lo que es tanto como decir que no concurre ningún consenso entre el gobierno y el principal partido de la oposición a la hora de articular la concesión de los fondos. No es difícil prever que esta decisiva batalla pueda de nuevo perderse para España. Que puede pasar por delante de nosotros mismos sin definir un proyecto de país, sin articular cómo se utilizan los fondos, sin la imprescindible fiscalización, control, transparencia y rendición de cuentas que se ha de establecer, sin el consenso imprescindible que debe reinar entre el gobierno y el primer partido de la oposición. Los fondos son para todos los españoles, para el desarrollo de nuestro modelo productivo, y no pueden colocarse al servicio de una acción de Gobierno pues por definición los fondos se comprometen en una tarea que necesariamente se ha de promover en varias legislaturas.

Miremos otros países de nuestro entorno, como es el caso de Italia, tantas veces incapaz de ofrecer un consenso a la altura de las circunstancias, y que fue sin embargo capaz de designar un árbitro independiente, Vittorio Colao, al frente de un grupo de trabajo de expertos  para dar cuerpo a la articulación de los fondos europeos constituidos para aquel país, por un importe de más de doscientos mil millones de euros, el mayor de la Unión Europea. Y después, esa misma Italia nos muestra su capacidad para constituir un gobierno de Unidad Nacional, en que todos los partidos encuentran su asiento, capaz de abordar por tanto con infinita mayor facilidad la tarea de los fondos europeos. Absolutamente nada de todo eso ha sucedido en España, donde, una vez más, los fondos europeos se han convertido en un nuevo campo de batalla.

No puede ser, no tendría perdón, que la incompetencia y el sectarismo suicida de esa clase política nos hiciera perder a todos esta decisiva esperanza

No podemos permitir que ante una oportunidad única en la historia de España de recibir fondos como nunca se recordaba para salir de una situación económica pavorosa a la que la pandemia nos trajo, simplemente seamos espectadores de cómo esa oportunidad se malbarata una vez más. Llegados aquí, el éxito en esa gestión será necesariamente producto de un esfuerzo de primera magnitud que a todos nos convoca, y en primer lugar a la clase política. No puede ser, no tendría perdón, que la incompetencia y el sectarismo suicida de esa clase política nos hiciera perder a todos esta decisiva esperanza a la hora de un reparto equitativo, equilibrado y justo de los fondos europeos.

Pues esa política de confrontación, de división, de polarización, no sirve para nada, ni siquiera para conservar el poder. Sencillamente se trata de una política mezquina, inservible y ruinosa, que urge dejar atrás.

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