Va a ser la foto más perseguida de los últimos tiempos. La de Iñaki Urdangarin, ex duque de Palma, marido de la infanta Cristina de Borbón, yerno de Juan Carlos I y cuñado del rey Felipe VI, entrando en prisión para cumplir la condena de 5 años y 10 meses de cárcel que la Sala Penal del Tribunal Supremo le impuso ayer por delitos de malversación, prevaricación, fraude a la administración, fiscales y tráfico de influencias, cinco meses menos de la que en febrero de 2017 le había impuesto la Audiencia de Palma, pero tiempo de sobra –más de 5 años- para que el condenado no pueda acudir en amparo al Constitucional con la esperanza de ver paralizado su ingreso en prisión. Urdangarin a la cárcel, haciendo buena la tesis de que “la justicia es igual para todos”, famosa receta prescrita por el rey Emérito en su discurso de Nochebuena de 2011, y alegría contenida en la real pareja que hoy ocupa la cabeza de la institución, que dentro de nada, 19 de junio, curiosos los tiempos, curiosas las fechas, casualidades o no, podrán ganar cuota con el saludo de Donald Trump en Washington y no digamos ya con la foto, lucha de estilismos, duelo al sol, entre Letizia y Melania, lo nunca visto, lo más buscado. Todo blindado. Caso cerrado.
La Sección Primera de la Audiencia Provincial de Palma dictó ayer mismo una providencia citando para la mañana de hoy a Urdangarin, a su socio Diego Torres y al ex presidente balear Jaume Matas, “a los efectos de serles entregados los correspondientes mandamientos de ingreso en prisión”. La defensa del marido de la infanta puede, con todo, recurrir en amparo al Constitucional y solicitar a la Audiencia de Palma que deje en suspenso la entrada en prisión hasta que el tribunal decida su admisión o no a trámite. Si la respuesta fuera negativa, Urdangarin entraría en la cárcel de forma inmediata. Si, por el contrario, fuese positiva, el aludido tendría igualmente todas las papeletas para acabar entre rejas puesto que, como criterio general, el TC solo suspende la ejecución de la pena mientras dictamina sobre el fondo de un amparo cuando la condena es inferior a los 5 años de prisión. “En febrero del año pasado yo le aconsejé que ingresara en prisión, entra ya, le dije, vete cumpliendo y desde allí recurres todo lo recurrible, pero vas redimiendo, vas mejorando imagen, y cuando llegue la sentencia definitiva estarás a punto de salir a la calle, pero no quiso, ni hablar, porque la infanta también se opuso”.
Es obligación moral de los demócratas no comprometer la figura del Rey y preservarla
También podría pedir el indulto y reclamar a la Audiencia la paralización del ingreso en prisión mientras se dirime el resultado del mismo, una opción francamente improbable que, en el peor de los casos, el de la concesión, llevaría aparejado el tremendo desgaste que para la Corona supondría ver la firma de Felipe VI debajo del real decreto concediendo la gracia a su cuñado, que ya se sabe que “La justicia emana del pueblo pero se administra en nombre del Rey por Jueces y Magistrados integrantes del poder judicial, independientes, inamovibles, responsables y sometidos únicamente al imperio de la ley” (Título VI. Del Poder Judicial. Artículo 117. Constitución Española). A estas alturas de la historia, de la Historia con mayúsculas, si se quiere, cuando los nacionalismos, en plena pujanza aquí y allá por culpa de la desidia criminal de los Marianos de turno, aspiran, con el respaldo de la izquierda populista y parte de la otra, a entrar a saco en la Constitución para despiezarla a su antojo, es obligación moral de los demócratas de verdad no solo no comprometer la figura del Rey sino preservarla de acechanzas en tanto en cuanto Jefe del Estado y salvaguarda última de la libertad y la igualdad entre españoles.
Tiempos de blanco o negro, no de grises
Es verdad que, con independencia de la fecha de la condena, la culpabilidad de Urdangarin estaba descontada desde el punto de vista de la opinión pública, de la misma forma que está descontado que el famoso talonmanista terminará yendo a dar con sus huesos en la cárcel. Si llega a confirmarse que, efectivamente, ingresa en prisión para pasar un tiempo a la sombra, con independencia de si es mucho o poco, la institución saldrá reforzada, porque habrá quedado demostrado que la Ley es igual para todos. Pero si, por el contrario, se generaran dudas al respecto y, sobre todo, si al final consiguiera dar esquinazo a la trena, sufriría y mucho, porque quedaría en evidencia lo contrario, que el cuñado del Rey elude la cárcel por ser quien es y que la ley no es igual para todos ni muchos menos, o que todos somos iguales ante la ley pero unos más que otros. Difícil hurtar, en tal caso, de ese daño a la institución en la persona del Jefe del Estado. Son tiempos de blanco o negro, no de grises. Por eso la mejor defensa del prestigio de la Corona estará siempre ligada a la demostración de que los dos procesos, el familiar –la ruptura familiar- y el judicial, han recorrido caminos distintos e independientes y que ahí no ha habido solapamientos bastardos.
Son tiempos de blanco o negro, no de grises, por eso la mejor defensa de la Corona es demostrar que no ha habido solapamientos bastardos
Ocho años después de que, el 22 de julio de 2010, estallara el caso Nòos tras la decisión del juez Castro, instructor de la causa, de abrir una pieza separada del Palma Arena, La Zarzuela está a punto de poner punto final a un caso que ha tensionado la institución monárquica hasta casi romperla, y no sin que antes se haya llevado por delante a Juan Carlos I, sin cuya conducta, digamos que impropia por ser elegantes, hubiera sido inconcebible esa contaminación que permitió a un tipo como Urdangarin pensar que robar dinero publico era la cosa más natural del mundo, puesto que era lo que había visto hacer en casa de su señora sin que nadie se llamara a escándalo. El Emérito ha conseguido, con todo, salvar de la cárcel a su hija, la infanta Cristina, con la eficaz colaboración del capo de PP, Mariano Rajoy. “Estoy absolutamente convencido de que a la infanta le irá bien” (30 de enero de 2014). Grande la obra del ya ex presidente, cuya magnificencia crece con el paso de los días. Resumamos la herencia que Mariano nos ha legado: España, en una crisis política de consecuencias imprevisibles; Cataluña, en abierta rebelión contra la Constitución; la Corona, empantanada en mitad de ninguna parte tras el histórico discurso del 3 de octubre; el Gobierno, en manos de un aventurero de izquierdas, y el PP, reducido a escombros… ¿Hay quién dé más?